Un buen día el granjero se dio cuenta de que había desaparecido su vaca de la dehesa y se fue a buscarla muy preocupado. Cuando empezaba la búsqueda se encontró con su vecino que le preguntó por qué iba con tan mala cara.
Cuando se enteró de que se había escapado la vaca, el vecino con gesto de resignación, exclamó:
— ¡Qué mala suerte!
A lo que el granjero contestó:
— Buena suerte, mala suerte… ¿Quién sabe? – Y se marchó a buscar su vaca.
Poco después encontró a su vaca pastando plácidamente en un lugar no muy lejano. Junto a ella había un extraordinario y bello caballo que al parecer no tenía dueño ya que no tenía marca alguna. Curiosamente se comportaba de manera dócil por lo que el granjero pudo llevárselo a su casa junto con la vaca sin problemas.
Al día siguiente el vecino vio la vaca en el patio del granjero junto al magnífico caballo. Le dio la enhorabuena al granjero y le preguntó por el nuevo animal. Éste le explicó que estaba junto a su vaca cuando la encontró y que parecía no tener dueño. Entonces el vecino dijo sonriendo:
— ¡Qué buena suerte!
— Buena suerte, mala suerte… ¿Quién sabe? – Replicó el granjero mientras se marchaba a comenzar su jornada de trabajo.
Esa misma tarde llegó el hijo del granjero. Era militar, y estaba aprovechando su permiso para ir a visitar a su padre. En cuanto vio al caballo trató de montar en él pero éste, aunque bastante dócil en apariencia, era salvaje y no tardó mucho en tirar al joven lo que provocó que se fracturase una pierna.
El vecino, que pasaba por allí y fue testigo de la caída del joven, corrió a buscar al granjero. Cuando terminó de explicarle lo sucedido terminó diciéndole:
— ¡Qué mala suerte!
— Buena suerte, mala suerte… ¿Quién sabe? – Volvió a replicar el granjero.
Unos días después vino un representante del ejército a buscar al hijo del granjero porque había estallado de repente una guerra con el país vecino pero como el hijo tenía la pierna rota no pudo irse con sus compañeros soldados a la guerra. El vecino al enterarse de este incidente, exclamó:
— ¡Qué buena suerte!
— Buena suerte, mala suerte… ¿Quién sabe? – Contestó el granjero mientras atendía a su hijo.
Unos días después, durante la cena, el hijo se atragantó y el granjero no pudo sacarle el trozo de comida a tiempo, así que murió asfixiado.
En el funeral el vecino se acercó a consolar al granjero y le dijo con gran pesar:
— ¡Qué mala suerte!
— Buena suerte, mala suerte… ¿Quién sabe? – Contestó el granjero mientras ponía con gran tristeza una corona de flores en la tumba de su hijo.
Unos días después el vecino se enteró de que el pelotón al que pertenecía el hijo del granjero había sido cruelmente masacrado en la guerra y fue a contárselo al granjero.
— Al menos tu hijo no murió de una forma tan espantosa y estuvo a tu lado en sus últimos días de vida… ¡Qué buena suerte!
— Buena suerte, mala suerte… ¿Quién sabe? – Dijo afligido el granjero mientras continuaba con sus quehaceres…
Versión de Javier Martín de la fábula «Buena suerte, mala suerte».
En el transcurso de la vida múltiples situaciones y experiencias acontecen y nos ponen a prueba. Cuando es un acontecimiento que nos hace sentir mal lo calificamos como negativo. La mayoría de las veces permitimos que nuestras emociones califiquen el suceso como algo bueno o malo. Cuando lo calificamos como «malo», enfocamos nuestros pensamientos en esa recién nacida creencia desaprovechando así el conocimiento u oportunidad que puede albergar esa nueva y aparentemente negativa experiencia. Sólo el tiempo nos da la perspectiva necesaria para apreciar la bondad y necesidad de aquellos sucesos que nos hicieron sentir tan mal y también nos damos cuenta de si fuimos capaces de aprovecharlo.
Son las «malas» épocas las que nos invitan a superar nuestros límites o lo que creemos que son nuestros límites. No sabemos cuán fuertes somos hasta que nos vemos en la necesidad de emplear nuestra fuerza al máximo. No somos conscientes de lo que somos capaces de hacer hasta que no hay otra opción que ir más allá de lo que solemos hacer.
Por eso es importante que ante una situación difícil o que nos causa dolor adquiramos la habilidad y el hábito de desapegarnos, de «dar un paso atrás» y contemplar la situación con la máxima perspectiva.
¿Qué es lo que cambia? ¿Qué puedo ver ahora que antes no veía? ¿Qué puedo hacer ahora que antes no podía? ¿De qué me estoy liberando? Son algunos ejemplos de preguntas que nos podemos hacer y que nos pueden ayudar ante una situación difícil o de cambio en nuestra vida. Prestando atención a los cambios que conllevan nuevas y difíciles situaciones, podremos comprender y entrever lo bueno que esconde.
Los problemas o las situaciones difíciles esconden oportunidades de crecimiento y superación personal.
La adversidad invita a cambiar. Y los cambios casi siempre dan miedo. El miedo a lo desconocido, a salir de nuestra zona de comodidad. Y lo cierto es que un cambio siempre cierra unas puertas, pero abre otras seguramente mucho más apropiadas para nuestro estado de evolución.
Por lo tanto es mejor no juzgar la situación por «mala» que nos parezca o por lo mal que nos haga sentir; es mejor que nos enfoquemos en lo que el cambio supone, darnos cuenta de en qué nos libera y a qué nos invita a hacer de nuevo.
De esta manera seguiremos avanzando y mejorando en esta extraordinaria aventura que es vivir.