Jaime caminaba distraído y sin rumbo por las calles del casco antiguo de la ciudad. El aire arrastraba hojas secas y aún había suficiente luz para que las farolas no se encendiesen. Ese momento del día en el que la luminosidad estaba a punto de cambiar le llamaba la atención porque era como un recordatorio de que nada permanece y todo cambia.
Aunque no estaba pensando en su novia, Aurora, la sentía en todo: en el sonido de sus pasos, en el color de la tarde, en la forma en que el mundo entero se movía… Él era consciente de que algo no estaba bien en su relación, aunque no sabía qué exactamente. A veces se puede sentir cuando algo está próximo a terminar antes de que se despida.
En una esquina que no solía frecuentar, se encontró con una tienda que estaba seguro de no haber visto antes. No tenía letrero, solo una vitrina con objetos que no se correspondían entre sí. Su mirada se clavó en uno de ellos, una lámpara de aceite cubierta de polvo con un grabado de símbolos que no reconocía. Se quedó un buen rato mirándola, absorto por el magnetismo que desprendía este objeto, lo sentía como algo familiar. Parecía estar llamándole con un eco sordo…
Entró a la tienda.
—La mayoría ni se dan cuenta que está ahí —dijo el dueño, sin levantar la vista de un libro.
Jaime no respondió. El anciano cerró el libro muy despacio, casi ceremonialmente.
—Esta lámpara viene acompañada de una leyenda. Se dice que si una persona la enciende la noche en la que empieza el día de su cumpleaños, tendrá un sueño en el que se le revela el día en el que partirá de este mundo. ¿Es un castigo o un regalo? ¿A usted qué le parece?
Qué casualidad, justo al día siguiente era su cumpleaños… La compró sin entrar a responder la pregunta. Lo que le contó el anciano le intrigó, pero fue un impulso lo que realmente lo llevó a comprar la lámpara, aunque también le llamó la atención esa increíble historia.
A medianoche encendió la lámpara. Observó durante unos minutos cómo parecía bailar la llama, entonces comenzó a entrarle un sueño descontrolado. Apagó la luz, se tumbó en su cama y cerró los ojos, quedándose dormido casi al instante…
Se encontró en una especie de claro de un bosque, con una bruma inmóvil. El silencio era ensordecedor, aunque también extrañamente acogedor. Instantes después, divisó a lo lejos cómo se acercaba a él alguien con una túnica oscura y capucha. Se trataba de una figura esbelta y femenina que comenzaba a tomar forma entre la niebla. Se acercaba a él caminando, aunque parecía flotar a pocos centímetros del suelo salvaje. Cuando la tuvo en frente, Jaime distinguió un joven rostro de rasgos atemporales. La mujer tenía la piel azulada y sus ojos eran de un azul oscuro, aunque brillante. Su belleza no era de este mundo. Había algo ancestral en su mirada, como si existiera fuera del espacio y el tiempo.
—Mañana, ella se irá — Le dijo con una voz que parecía aterciopelada, aunque había reminiscencias no humanas.
—¿Quién eres?
—Soy la epifanía de lo que fue, lo que es y lo que será. Soy el equilibrio entre umbrales.
—¿Qué? ¿Cómo? — Balbuceó Jaime, totalmente aturdido por la onírica escena, la mujer y sus palabras.
El bello rostro de la Dama Oscura gesticuló levemente, parecía una sutil sonrisa.
—Un año a partir de mañana. Volveré.
Despertó repentinamente. Se sentía paralizado. Sudores fríos recorrían su cuerpo. La revelación de la que parecía la encarnación de la muerte le provocó pánico. “Me ha dado un año de vida…”, pensó agitado. Entonces se giró y miró la lámpara. Seguía encendida.
Esa tarde, Aurora le fue a visitar. Le explicó que no podía seguir con la relación, algo le decía que no podía continuar. Él, aunque presentía que algo así podía pasar, no acababa de creérselo o de asimilarlo. Hablaron durante un buen rato, y aunque hubo muchas palabras, no hubo una explicación definitiva. Jaime no pudo evitar recordar lo que la Dama Oscura le dijo: «Mañana, ella se irá». Parece que fue como una especie de prueba de que no era solo un sueño…
Al día siguiente, comprobó que efectivamente Aurora no le llamaba, y poco tiempo después, le bloqueó de todas las redes sociales que compartían y de las aplicaciones de mensajería. Aunque Jaime la amaba intensamente, no la buscó, ni insistió. El gesto de bloquearle era muy elocuente, y él entendía que el verdadero amor no se fuerza o se busca, está ahí, sin más. Pensó que tal vez ella le contó a alguien que ya no le quería o no quería estar con él, y le aconsejó algo así como “contacto cero”. “Si ya no siente lo mismo que antes por mí, tal vez sea lo mejor”, razonó Jaime.
Cuando se percató que le había bloqueado por todos los canales que ofrece Internet, se quedó sentado frente a la pantalla de su ordenador un buen rato, como si esperara que el silencio le diera respuestas. Entonces tuvo la certeza de que no sabría nada más de ella. Tuvo la fugaz idea de llamarla por teléfono para contarle su encuentro con la lámpara, la leyenda que la acompañaba y el sueño en el que aparecía aquella misteriosa y fascinante encarnación de la muerte que le vaticinaba un año de vida, pero en seguida se dio cuenta que, en el mejor de los casos, si le creía, Aurora lo pasaría mal por él, aunque ya no quisiera seguir la relación, y en el peor, pensaría que la estaba tratando de manipular, que había enloquecido o algo peor. Optó por dejar que quedase el mejor recuerdo posible, limpio.
Los días siguientes fueron un descenso lento para Jaime. No dramático, pero profundo. Como si todo se fuera volviendo más espeso, más oscuro. Le costaba salir de la cama, se duchaba sin pensar, se le olvidaban las palabras más simples. Uno de esos días, estando en la sección de helados del supermercado, sintió ganas de llorar mientras miraba los helados de coco. Fue en este momento cuando tomó conciencia de que debía trascender la situación.
Un día, en una charla sobre inteligencia emocional a la que acudió, conoció a Lucía. Ella fue la última en llegar y se sentó al lado de él en la última fila. Al final del evento, ella no aplaudió. Entonces le habló mostrando una mirada triste y una sonrisa rota.
—Vine a esta charla porque el título me resultó estúpidamente atractivo, sobre todo porque alude a la inteligencia emocional y el duelo producido por la muerte de un ser querido.
Él sonrió sin saber muy bien qué decir.
—Mi madre murió hace tres semanas. Entonces me enteré de esta charla y quise venir a ver si podían sofocar la pena que me consume.
Jaime intuyó que ella necesitaba desahogarse, así que se limitó a escucharla haciendo algún comentario puntual.
Rápidamente surgió una amistad entre ellos. Congeniaron y se vieron más veces, tal vez porque ambos tenían en común estar transitando un momento vital en sus vidas. Hablaban de todo, aunque a veces solo compartían momentos sin más. Ella tenía una forma un tanto áspera de preocuparse. Él, una ternura que no sabía cómo aplicar con ella.
—¿Sabes? —le dijo Lucía una tarde—. No me dan miedo los muertos, me dan miedo los vivos que de algún modo se fueron.
Esa frase le tocó hondo, porque en cierta manera se vio reflejado.
Poco tiempo después, también reapareció en su vida Jon, un viejo amigo con el que no hablaba desde hacía mucho tiempo. Él era un médico escéptico con lo sobrenatural y muy inteligente. Le contó su periplo en el sueño con la Muerte.
—Si de verdad crees que esa fecha es el fin de tu vida, tal como te dijo esa supuesta entidad que estás convencido que encarnaba a la muerte, yo en tu lugar tomaría las riendas de mi vida al máximo. Y aunque no hubiera sido más que una especie de sueño perturbador con una muerte sexy, también. Lo que no debes hacer, es no hacer nada, porque si tu vida acaba dentro de unos meses, habrás aprovechado al máximo cada minuto de tu existencia, y si no, con toda seguridad, haber vivido este tiempo plenamente buscando tu mejor versión, te transformará para bien…
Jaime volvió a dibujar, a escribir historias, como hacía cuando era más joven, a caminar descalzo por la casa y otras muchas cosas, unas pendientes, otras rescatadas del olvido, otras nuevas. Se reconcilió con la vida, o al menos empezaba a hacerlo.
Pasaron los días, las semanas, los meses… Hasta que llegó la víspera del día de la temida fecha en la que regresaría por él la Muerte. Él estaba bastante nervioso e inquieto. Cómo si no iba a estar poco antes de semejante evento.
Casualmente, recibió un mensaje de Lucía: “Gracias por no haber tratado de “salvarme”. Gracias por haberme regalado tu compañía durante mi dolor y sin juzgarme. Gracias de verdad, por todo.” En cierto modo, este detalle alivió a Jaime y le hizo sentirse mejor. Sonrió al leerlo. Un agradecimiento sincero siempre alegra el alma.
Esa medianoche, volvió a encender la lámpara del mismo modo que hizo un año antes.
No le inundaron ganas de dormir ni se fue a la cama ni cerró los ojos, pero la niebla volvió, y la Dama Oscura. Curiosamente, esta vez, Jaime no se estremeció. Había una familiaridad poco común, como si se reencontrarse con alguien que en realidad nunca se fue.
—Así que mis temores eran ciertos… Realmente existes. No fue solo un sueño y has venido por mí —sentenció Jaime.
La Dama Oscura bajó lentamente la cabeza, asintiendo.
—Siempre vengo. No siempre para lo mismo.
Entonces le miró a los ojos.
—Hay un gran cambio en ti.
—No quiero que me lleves aún. Quiero vivir más, tengo sed de vida.
—Lo sé.
—Entonces, ¿vas a llevarme?
—Dije que volvería, más no mencioné para qué.
—Entonces… ¿he vivido este año bajo una idea equivocada?
—Toda visión es un reflejo de quien mira. No dije que vendría a cortar el hilo, solo mencioné que regresaría al telar.
Jaime miró con detenimiento el bello rostro de la Muerte, a la vez que sentía un enorme alivio en su interior.
—¿Por qué me hiciste creer que me quedaba un año de vida?
—Escogí las palabras a propósito para que estas fueran neutras. Lo que percibiste o entendiste tiene que ver con lo que en ese momento habitaba en ti. Aunque sabía lo que elegirías entender, siempre doy la opción de elegir. Has de saber que nadie en tu situación elige entender como ES, sino como lo que reina en su interior. Podrías haber tenido la epifanía en ese instante, pero elegiste el camino más largo y complicado. No obstante, ese camino enseña lenta e inexorablemente; el borde enseña lo que el centro olvida. La conciencia de estar cerca del final hace trascender todo aquello que limita, abre los ojos a la verdad simple de la vida y la razón humana de SER. No ha sido castigo, ni siquiera una advertencia, ha sido una oportunidad de despertar.
Entonces la muerte mostró lo que parecía una sutil sonrisa, se giró para comenzar a desaparecer en la bruma.
—Volverás, ¿verdad?
—Siempre. En formas que olvidarás reconocer, de modos que creías conocer. Pero no siempre para llevaros. A veces, solo para recordaros quiénes sois…
Y entonces desapareció como un perfume de aroma intenso e inolvidable que se desvanece en el aire.
Jaime despertó al alba y entonces se dio cuenta que había vuelto a ser un sueño. La lámpara seguía encendida, pero la llama se veía diferente, parecía más grande, más viva.
Abrió la ventana. Una canción sonaba en la casa vecina. Era una que no le gustaba, pero apreció matices que antes le pasaban desapercibidos, y entonces la encontró bonita…