En un bello y antiguo bosque, vivía un pequeño pájaro azul llamado Lume. Durante varios años, encontró refugio en las ramas de Ámbar, un hermoso árbol ubicado en el centro del lugar. Sus ramas, cubiertas de un intenso verde, eran frondosas y siempre estaban abiertas para el pájaro azul.
Todas las mañanas cantaba para Ámbar, y ella le correspondía con el sonido de sus hojas que bailaban con la brisa. Había una conexión especial… o eso creía el pájaro azul.
Un día, sin previo aviso, Ámbar dejó de moverse al ritmo del viento cuando Lume le cantaba. Sus ramas, antes acogedoras, se volvieron frías y distantes, hasta que una mañana, cuando el pájaro despertó, la encontró sin hojas, seca y en completo silencio.
Confundido, Lume intentó quedarse cerca, creyendo que tal vez Ámbar solo necesitaba tiempo. Entonces, ella habló por última vez:
— Lume, ya no puedo ofrecerte cobijo. Debes volar lejos de aquí.
Y con esas palabras, cerró sus ramas y dejó de responder.
El pequeño pájaro sintió un nudo en su corazón. «Pero si hace apenas unos días todo estaba bien», pensó. «Si apenas ayer me susurraba que era su mejor compañía…»
Durante días, Lume revoloteó cerca, esperando que Ámbar lo llamara de nuevo, pero ella nunca volvió a hablarle. Finalmente, dejó caer sus últimas hojas, y con ellas, el pájaro entendió que no había nada más que pudiera hacer.
Entonces, llegó la duda. ¿Debía quedarse ahí, enredado en preguntas sin respuesta? ¿O debía abrir sus alas y volar hacia lo desconocido?
Un viejo búho, que desde un árbol cercano había observado su sufrimiento, le explicó:
— Hijo, a veces, la vida nos quita lo que conocemos solo para mostrarnos que podemos volar más alto de lo que imaginamos. Algunos árboles dejan caer sus hojas no porque dejen de existir, sino porque ya no pueden sostenerlas, aunque no siempre encontrarás una razón clara. No siempre habrá un adiós que puedas entender, pero tu destino no es quedarte a la sombra de un árbol que ya no te acoge. Tu destino es volar.
Lume miró a Ámbar por última vez. No con rencor, tampoco con enfado, sino con gratitud por lo que una vez fue. Y tomando aire profundamente, desplegó sus alas y se dejó llevar por el viento.
Mientras volaba, vio otros árboles, otros paisajes que nunca había explorado. El aire le llenó los pulmones y sintió algo que había olvidado: ligereza.
Y aunque en su corazón siempre quedaría el recuerdo del árbol con el que había estado tan feliz, supo que la vida aún tenía muchos cielos por mostrarle.