Había un anciano muy sabio que disfrutaba pasando largos ratos sentado en la entrada de su pueblo, contemplando el impresionante paisaje y acompañado por algunas personas del lugar, a las que deleitaba con historias y cuestiones filosóficas de la vida. También era frecuente para el anciano hablar con los viajeros que pasaban por allí.
Cierta tarde, a la luz de un impresionante ocaso, se le acercó un viajero que le dijo:
– Buenas tardes. Estoy buscando donde establecerme y creo que este podría ser un buen lugar… Pero, dígame, ¿cómo es la gente de este pueblo?
– Buenas tardes. Antes de responderle, dígame por favor, ¿cómo eran las personas del lugar donde usted vivía?
– Egoístas, envidiosos… malas personas. – Contestó el viajero.
– Siento decirle que las personas que viven aquí son iguales a como describe. – Replicó el anciano.
El hombre agradeció la información y se marchó para seguir buscando.
Al día siguiente por la mañana, a la luz de los primeros rayos de luz que se colaban por entre los árboles del bosque cercano, una joven viajera se acercaba al lugar donde el anciano estaba junto con una de las personas del pueblo que más tiempo pasaba con él.
La viajera les saludó amablemente y expresó su admiración por tan bonito lugar. A continuación explicó que estaba buscando donde vivir un tiempo y preguntó cómo eran las personas que vivían en este pueblo.
– ¿Cómo son las personas en la ciudad donde vivías? – preguntó el anciano.
– Maravillosas… Toda la gente que conocía era buena, generosa, honesta… Tenía muchos amigos, me ha costado mucho irme.
– Me alegra decirte que las personas de este lugar son exactamente como describes. – Respondió el anciano con una amplia sonrisa.
– ¡Muchas gracias señor! En ese caso estaré encantada de quedarme a vivir aquí.
Una vez la joven se marchó, la persona que estaba con el anciano esa mañana, y que también había estado la tarde anterior, no pudo evitar preguntar.
– No entiendo… El viajero de ayer por la tarde hizo la misma pregunta que la joven con la que acabamos de charlar, pero le has contestado justo lo contrario. ¿Por qué?
– Porque la interpretación de la realidad la hacemos a través de nuestras creencias, de cómo hemos aprendido a ser. Si una persona sólo ve lo malo de las personas con las que convivió, es prácticamente seguro que aquí o en cualquier otro lugar seguirá viendo las mismas cosas malas en los demás. Sin embargo, quien ve lo positivo de las personas, seguramente aquí o donde quiera que vaya, encontrará y verá con claridad personas buenas, o al menos, lo bueno que albergan…
. . . . . . . .
Es prácticamente inevitable que nos formemos una opinión de las personas con las que interactuamos, y aunque nos basemos en hechos objetivos, la mayoría de las veces (por no decir todas), lo que opinemos tiene mucho que ver con nuestro propio modo de ser.
Proyectamos en los demás nuestras cualidades y nuestros defectos, incluso cuando creemos que estamos siendo objetivos porque nos basamos en hechos, porque estos hechos objetivos también son nuestra forma de interpretar la realidad, y nuestro modo de interpretar la realidad se basa en nuestro modo de ser.
Mejoraremos nuestras relaciones no «etiquetando» a nadie, viendo a las personas como si fuera la primera vez, conservando, eso sí, la prudencia. Seremos infinitamente más justos, y conseguiremos relaciones de mejor calidad al no asignar a otros defectos que posiblemente no tienen, y aunque realmente los tengan, no les trataremos exaltando esos defectos.
Las virtudes y los defectos que ves con más claridad en los demás son el reflejo de una parte de ti…