Kintsugi: convertir lo roto en algo más fuerte y bello

A finales del siglo XV, cuenta la leyenda que se rompió en varios pedazos el cuenco de té favorito del sogún Ashikaga Yoshimasa, un hombre muy poderoso y peculiar.

Él sólo contemplaba rendirse cuando había agotado toda posibilidad de conseguir sus objetivos, así que lejos de deshacerse de su cuenco, creyó que era posible su reparación, por lo que lo envió al lugar de China donde lo habían fabricado para que lo arreglasen. Tiempo después, le devolvieron el cuenco de una pieza, pero lo habían reparado utilizando unas grapas de metal que le daba un aspecto feo y, además, el té se salía por las grietas porque no estaban selladas.

Naturalmente esta reparación era inadmisible para él, así que pidió explicaciones. Le contestaron que era imposible arreglarlo mejor, que habían hecho lo que habían podido. Cualquier otra persona hubiera dado por perdido el cuenco, pero Ashikaga buscó otros artesanos esta vez en Japón, su país, por cuestiones de cercanía y rapidez, y les encargó que encontraran una forma de reparar el cuenco de la mejor manera posible y que fuera totalmente funcional.

La técnica que inventaron, consistió en utilizar un pegamento muy fuerte de resina, mezclado con polvo de plata u oro para unir sus partes, y posteriormente pulirlo para dejar un buen acabado. De esta manera, arreglaron el cuenco del sogún, que volvía a ser funcional y las grietas que se habían reparado uniéndolas fuertemente con oro, lejos de desagradarle, le parecieron hermosas. Acababa de nacer el Kintsugi.

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Kintsugikintsukuroi, se puede traducir de varias maneras: “carpintería de oro”, «reparación o unión en oro», «cicatriz dorada»…  Forma parte del arte tradicional japonés como técnica para arreglar cerámicas rotas. Es también una filosofía que plantea que las roturas de los objetos son acontecimientos importantes de su historia, que pueden y deben repararse, y que lejos de disimular u ocultar las grietas, han de mostrarse y aprovecharlas para embellecerlos y hacerlos más fuertes.

Llegó a convertirse en una técnica tan popular, que se rompieron a propósito muchas cerámicas para repararlas de esta manera porque la transformación estética de las piezas arregladas les daba más valor; de hecho, hay casos de piezas antiguas reparadas con este método que están más valoradas que otras intactas.

En la actualidad, en lugar de despreciar y tirar los objetos de porcelana rotos, los japoneses los reparan rellenando las grietas con oro. Conservan el paradigma de que el daño sufrido por un objeto forma parte de su historia y esto lo convierte, o lo puede convertir, en un objeto más fuerte y bonito. En lugar de disimular u ocultar los defectos provocados por las grietas o roturas, se acentúan con el color de los materiales nobles empleados, se ensalzan y valoran estos defectos que se han convertido en la parte más fuerte del objeto.

Es una preciosa metáfora para nosotros. En el día a día, nuestras relaciones conllevan todo tipo de situaciones. No importa lo mucho que nos amemos, a veces, inevitablemente, nos hacemos daño.

El Kintsugi pone de manifiesto que con la creencia de que todo o casi todo se puede arreglar, cabe la posibilidad de solucionar o arreglar relaciones deterioradas, o problemas de otra índole que a primera vista no parecen tener arreglo, y que tal vez la causa de esas desavenencias sean posteriormente el motivo en el que se basen para arreglarlas.

Los vínculos dañados entre dos o más personas, posiblemente se puedan reparar con paciencia, comprensión y amor (que serían los equivalentes a la resina y los materiales nobles que juntan los pedazos de los objetos usando la técnica Kintsugi), y volverse más fuertes que nunca.

Y cuando no parece tener arreglo, al menos queda la posibilidad de arreglarlo dentro de nosotros mismos, perdonando las ofensas de los demás, pero, sobre todo, perdonándonos a nosotros mismos, lo que a la larga hace que todo sea posible…