Se cuenta que había dos hermanos que decidieron trabajar las tierras que habían heredado de sus padres. Dividieron el terreno en partes iguales y construyeron sus casas allí. Poco después comenzaron a sembrar y cosechar. Así se ganaban la vida.
El hermano más joven se casó, tuvo muchos hijos y vivía muy feliz con ellos y su mujer. El hermano mayor vivía solo, aunque a su manera también estaba muy bien.
Un día el hermano mayor se encontraba disfrutando de una magnífica comida con su hermano, su cuñada y sus numerosos sobrinos, a los cuales adoraba.
Esto le dio qué pensar al hermano mayor. Se repartían los frutos de su trabajo a partes iguales, y aunque esto en principio fue justo, llegó a la conclusión de que su hermano ahora tenía mujer e hijos que mantener, mientras que él vivía solo y podía arreglarse con mucho menos, así que decidió comenzar a darle a su hermano parte de sus cosechas, pero lo haría por la noche, cuando su hermano no se diera cuenta porque estaba seguro de que no le permitiría hacer eso, ya que ambos tenían una excelente relación y se querían mucho.
Curiosamente, ese mismo día, viendo como su querido hermano jugaba con sus hijos, el hermano más joven pensó que era muy probable que su hermano siguiera viviendo solo y sin hijos cuando fuera viejo, así que llegó a la conclusión de que lo justo era que se quedase con más cantidad de las cosechas para que así pudiera vender más y juntar más dinero para su jubilación por si se confirmaban sus sospechas y no tuviera a nadie que le cuidase para entonces. También tenía la certeza de que no le dejaría hacerlo, así que empezó a llevar parte de su trabajo al almacén de su hermano también por la noche para que no se diera cuenta.
Pronto ambos comenzaron a constatar que la cantidad de sus cosechas almacenadas no variaba aunque le daban al otro parte de su trabajo, y aunque intuían lo que podía estar pasando, fue una noche en la que ambos coincidieron haciendo lo mismo cuando quedó completamente claro: los dos estaban tratando de ayudarse.
Entonces se dieron un gran abrazo y no pronunciaron palabra alguna. Los hechos eran mucho más elocuentes…
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En Navidad siempre se ensalzan los valores como la fraternidad, la amistad, el amor… porque estas fechas son sinónimo de ello.
Para muchas personas el mundo no es siempre un lugar amable ni amoroso. Pueden argumentar que suceden cosas crueles y de difícil justificación desde un punto de vista puramente terrenal, y tienen su razón.
Para los que creen que la bondad o el amor no abundan, para los que creen que la fraternidad es una «tontería», cosas que no tienen que ver con el «mundo real», es necesario recordarles que este tipo de actitudes, o mejor dicho, sentimientos, son absolutamente necesarios para que podamos prosperar y crecer, tanto a nivel individual como global. Es una obviedad: sólo desde sentimientos elevados generaremos actitudes del mismo signo y conviviremos mejor.
La mezquindad y similares son “lujos” que no nos podemos permitir si queremos vivir plenamente y de la mejor manera posible. Que el espíritu navideño perdure cada día del año en cada uno de nosotros.
¡Felices Fiestas! 🙂
2 comentarios
Hermoso relato. Felices fiestas Javier. Que el amor y la bondad nos permitan ser mejores cada dia.
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Muchas gracias Sandra. ¡Felices fiestas para ti también!