¿Afilas tu hacha?

Se acercaban las fiestas del pueblo. Todo el mundo estaba muy contento, especialmente los leñadores, pues este año se haría un concurso para premiar al cortador de árboles más rápido.

Entre los participantes, se encontraba un fornido joven que presumía de ser el más rápido del lugar. Todo el mundo se sorprendió al ver que se inscribía un anciano de apariencia débil. Los demás participantes no destacaban por nada en particular.

La prueba dio comienzo en el bosque cercano al pueblo, y cada participante tenía su zona para talar árboles. Casualmente, el anciano se encontraba en la zona más próxima a la que le había tocado al fornido y presuntuoso joven. El anciano se detuvo un momento, y observó sorprendido la gran fuerza de la pegada del joven, que parecía necesitar muy pocos golpes para derribar los árboles.

Uno de los observadores del concurso que paseaba por allí, se acercó al anciano, el cual continuaba observando al joven, y se puso a charlar con él, diciéndole que nadie podría ganar al joven. El observador se sorprendió mucho al escuchar la gran seguridad con la que el anciano pronunció lo que parecía ser una sentencia: «No, no podrá vencerme». Poco después de pronunciar la frase, el anciano sonrió pícaramente y comenzó su tarea.

Después de un buen rato, el anciano había igualado al joven, lo cual no pasó desapercibido para éste. Así que en uno de los momentos que dedicaba a descansar y tomar aire, comenzó a observar al anciano. Se dio cuenta con gran sorpresa de que paraba frecuentemente, sentándose de espaldas a él. Pensó: «¿Cómo es posible que descansando tanto me haya podido alcanzar? ¡Habrá sido suerte! No podrá ganarme». Y prosiguió su labor.

Curiosamente, a pesar de su gran fortaleza y de que se esforzaba tanto como al principio, la pegada del joven fue perdiendo eficacia, mientras que el anciano parecía ir derribando cada vez más árboles.

Finalmente, se alcanzó el tiempo límite y se comprobó que el anciano había cortado en total dos árboles más que el fornido joven. Todo el mundo felicitó con gran fervor al anciano. Muy complacido, no paraba de sonreir y agradecer por tanto reconocimiento a su logro.

El joven, que no salía de su asombro, se acercó al anciano con una mezcla de rabia y admiración. No pudo evitar sorprenderse aún más al verle de cerca y comprobar la debilidad que aparentaba; los años habían hecho gran mella en su aspecto físico. El joven no paraba de preguntarse cómo podía siquiera manejar el hacha.

Para tratar de satisfacer su curiosidad y aplacar su confusión, le preguntó al anciano cómo era posible que le hubiera ganado, argumentando que él era un joven y experto leñador, además de poseer una gran fortaleza física.

El anciano, sonrió y le explicó al joven: — Cada vez que yo paraba a descansar, aprovechaba para afilar concienzudamente mi hacha. Si tu herramienta de trabajo no está afinada de manera óptima, es imposible que puedas mantener un buen nivel o que logres los mejores resultados.

Versión de Javier Martín de la parábola del hacha afilada.

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No siempre valoramos como es debido el tiempo que dedicamos a prepararnos. A veces acometemos tareas o nos lanzamos a la consecución de objetivos sin haber preparado de manera óptima todos los detalles, todas las herramientas o sin haber obtenido todos los conocimientos que vamos a necesitar.

Quizá por lo obvio que es, lo pasamos por alto. O tal vez ni siquiera le damos la importancia que tiene. La mayoría de las veces es mejor dedicar un tiempo a preparar nuestras herramientas, sean las que sean, para acometer una labor o alcanzar una meta, «perdiendo» el tiempo en preparar todo lo que necesitamos para lograrlo.

Analizando la situación buscando la mejor metodología, las mejores herramientas, etc., lejos de perder el tiempo, estaremos ganando a posteriori un tiempo precioso porque habremos optimizado los recursos a utilizar.

Así que,  a «afilar el hacha» como es debido…

¿Tienes la taza llena?

Cuenta la leyenda que un hombre extraordinariamente erudito y con gran experiencia de vida, fue a visitar a un gran maestro Zen porque quería aprender todo lo que aún no sabía acerca de esta filosofía.

Después de presentarse, el erudito le contó al maestro que había pasado toda su vida estudiando, incluso cuando le tocó servir a su patria como guerrero. Le expuso con gran lujo de detalles toda la historia conocida del Zen, y acto seguido le pidió al maestro que compartiese con él los secretos que él desconociera.

El maestro sonrió, invitó al erudito a sentarse y le ofreció té. Le pidió que le explicara de nuevo porqué quería aprender Zen, y el erudito comenzó de nuevo a darle una detallada explicación de sus motivos y de la historia del Zen.

Mientras el erudito explicaba de nuevo todo lo que sabía, el maestro le dio una taza, y mientras éste la sostenía en sus manos, el maestro empezó a echar el té hasta el punto de rebosar la taza y acto seguido, el plato, mojando y quemando al erudito.

¡Pero qué hace! ¿¡No se da cuenta de que ya está la taza llena!? – Gritó dolorido y confuso el erudito.

En efecto, la taza está llena y no cabe más té, por eso desborda, lógicamente. Es justo lo mismo que le pasa a usted con su mente. Tiene la mente llena de datos y prejuicios. Por eso, no tiene cabida para aprender Zen. Ni nada más.

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A todos, en menor o mayor grado, nos pasa lo mismo que al erudito de esta historia: tenemos la mente llena de ideas, de datos, de prejuicios… y por eso a veces nos «desbordamos» cuando una nueva idea, paradigma o modo de hacer las cosas, aparece en nuestra vida.

Y es que no hay peor cosa que creerse sabedor de todo, como un «perro viejo» que ya no acepta nuevos trucos.

En algún momento podemos perder la capacidad de sorprendernos, de ver las cosas desde una perspectiva de «sana ignorancia», o lo que es lo mismo, ignorando lo que creemos que sabemos de la vida, de las personas y de las cosas, de tal modo que concedamos el beneficio de la duda a algo que puede ser interesante.

Quizá no consista en «vaciarnos» de todo lo que sabemos, sino de ir sustituyendo viejos e inservibles paradigmas por otros nuevos y útiles. Algo así como vaciar la taza según nos vaya haciendo falta. O quizás haya que tener más de una taza y contrastar el contenido de cada una hasta encontrar el que más nos guste o interese.

En cualquier caso la actitud más inteligente es conocer las cosas y las personas a fondo sin dejarnos guiar o llevar por prejuicios, por lo que creemos que sabemos o por lo que digan los demás. Porque tal vez detrás de lo que tenemos delante haya una oportunidad real, algo maravilloso que quizá no aceptamos porque nuestra experiencia y conocimientos ocupan todo el espacio de nuestra taza.

Es algo para reflexionar y hacer un autoexamen riguroso. Porque todas las personas sin excepción en algún momento nos hemos dejado llevar por nuestros prejuicios. Por nuestra «taza llena».

Ya lo dijo Albert Einstein:

¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio…

¿Cómo puedo salir de ésta?

En una época ya olvidada, un hombre volvía a su casa después de una larga jornada de trabajo. Se encontraba caminando y mirando el cielo, disfrutando de los últimos rayos de luz, cuando de repente escuchó gritar a lo lejos lo que parecía una voz femenina pidiendo auxilio.

Se dirigió tan rápidamente como pudo al lugar del que provenían los gritos agónicos y desesperados, y vio entre penumbras la silueta de un hombre con ropajes que indicaban que se trataba de alguien adinerado. También le llamó la atención la mirada de aquel siniestro hombre, unos ojos grandes y rasgados, que parecían brillar a pesar de la escasez de luz.

No pudo evitar sentir terror al ver cómo los ojos del asesino se clavaban en él, mientra seguía apretando con más fuerza aún el cuello de la desdichada mujer, que ya no emitía más que sonidos entrecortados y apenas audibles. Corrió aún más deprisa, tratando de evitar que el elegante pero siniestro personaje consumara su terrible acción. De repente, sintió un fuerte golpe en la cabeza y perdió el conocimiento…

Cuando despertó, se encontraba en una mazmorra. Poco después se enteró de que había sido acusado de asesinato. El hombre dedujo rápidamente lo que era obvio: alguien había orquestado esa farsa para que él fuera la cabeza de turco. Recordando el carísimo atuendo del asesino, intuyó que, probablemente, el autor del montaje sería la misma persona que había matado a aquella pobre mujer.

Efectivamente, el poderoso asesino, compró todo tipo de favores para acusar al hombre inocente, e incluso compró al tribunal que lo juzgaría, para que emitiese un juicio de culpabilidad.

Pero en aquella época existía la costumbre de «dejar en manos de Dios»  determinados delitos. Para hacer uso de esa presunta sabiduría divina, el día del juicio el tribunal explicó que le entregaría dos papeles al acusado. En uno de ellos, pondría la palabra «Inocente», y en el otro, «Culpable».

Ambos papeles doblados minuciosamente para que no se pudiera ver las palabras que llevaban escritas, se expusieron delante del hombre acusado injustamente, y se le pidió que escogiera. Obviamente, si elegía el papel en el que ponía «Culpable», sería condenado, y si elegía el otro, se le dejaría ir en libertad. El tribunal, comprado por el asesino, había escrito en ambos papeles la palabra «Culpable».

El acusado siendo plenamente consciente de que estaba siendo víctima de un montaje, observó detenidamente las caras de todos los presentes, especialmente las de los integrantes del tribunal. Un sudor frío le recorrió la espalda, cuando vio, entre ellos, a un hombre, cuya mirada emitía la misma crueldad que la del asesino del callejón. El gesto impasible y la sonrisa disimulada del integrante del tribunal que parecía ser el asesino del callejón, le confirmaron lo que ya sabía: que todo aquello era un teatro cuyo final sería su muerte en la horca.

No pudo evitar sentir cierta mezcla de rabia y miedo cuando se percató del extraño gesto en la cara del hombre que le ofreció los papeles para elegir. En ese mismo instante, se dio cuenta de que en ambos papeles estaba escrita la misma palabra, «Culpable» para que no hubiera manera de evitar la condena: eligiera el papel que eligiera, saldría perdiendo.

Miró a los integrantes del tribunal, buscando algún atisbo de bondad, y pronto se dio cuenta de que no encontraría nada parecido.

En ese momento se percató de algo de lo que se hubiera dado cuenta en circunstancias normales y sin presión: que estaba absolutamente solo en esto y que la ansiedad y el terror a ser ejecutado no le estaba permitiendo pensar de un modo útil que le ayudara a encontrar alguna forma de eludir lo que parecía inevitable. Trató de relajarse y a pensar sin distracciones. Decidió centrarse en el presente, en la importantísima elección que tenia que hacer. Era imposible librarse, o eso parecía…

Entonces se dio cuenta de que estaba enfocando sus pensamientos a que era «imposible» librarse, cuando debía pensar lo contrario, y a partir de ahí, buscar una forma de hacer que las circunstancias trabajaran para él, y no al revés. Poco después de centrarse y permitir que su mente aceptara la idea de que era posible salir de esa terrible situación, vio claramente una solución, que puso en práctica de inmediato:

Lo que hizo, fue coger velozmente uno de los papeles, metérselo en la boca y tragárselo tan rápido como pudo.

El tribunal y todas las personas de la sala se quedaron atónitos. Unos segundos después de la sorpresa general, alguien acertó a gritar:

–  ¿¡Pero qué ha hecho usted!? ¡Y ahora cómo averiguamos la sentencia!

El inocente, sin poder evitar una ligera sonrisa y mirando fijamente al verdadero asesino, indicó:

– Es muy sencillo. Para saber mi sentencia o lo que ponía en el papel que he elegido, lo único que tienen que hacer es ver qué pone en el papel que queda…

Versión de Javier Martín de una fábula vista en Internet.

Precisamente esta Web, NeoParadigmas, tiene mucho que ver con este modo de pensar, porque como ya sabéis aquí se plantean otros modos de ver y entender las cosas en cualquier ámbito. Todo nuevo paradigma se alcanza con un pensamiento creativo o lateral.

He reescrito una historia que escuché hace mucho tiempo porque sirve para ilustrar algo que los especialistas en Psicología, denominan como Pensamiento Creativo, o Pensamiento Lateral, que consiste en un modo de pensar y afrontar los problemas que desafía la lógica común, planteando soluciones alternativas para cosas que aparentemente no tienen solución; o si la tienen, el Pensamiento Lateral permite encontrar soluciones mucho mejores.

Aquí la imaginación tiene buena parte del protagonismo. Es evidente que generalmente abordamos los problemas desde lo que denomino «enfoque común», que es el modo habitual, el que aprendemos observando cómo actúan los demás.

El término «Pensamiento lateral» lo introdujo el psicólogo maltés Edward de Bono, y se refería a ello como una técnica para resolver problemas creativamente y de un modo indirecto. Sería algo así como un modo diferente de organizar en nuestra mente lógica los diversos elementos de una situación o problema, planteándolos desde una perspectiva diferente, permitiendo que fluyan soluciones no lastradas por nuestros prejuicios o estrategias utilizadas habitualmente. En definitiva, se caracteriza  por conseguir soluciones o ideas fuera del alcance del pensamiento racional común.

Así pues, tal como narra la historia, cuando nos veamos en una situación sin solución aparente, cuando no sepamos qué hacer, tendremos que aplicar nuevos paradigmas de tratamiento de esas ideas, nuevos enfoques, dar cabida a posibles soluciones que parecen imposibles o no adoptables desde nuestro habitual punto de vista. Sólo así podremos abrir nuestra mente y nuestra lógica a modos de pensar o «pensamientos creativos o laterales», que nos permitan superar barreras y alcanzar imposibles.

Todo los grandes maestros, tanto científicos como espirituales, se han caracterizado precisamente por esta forma de pensar. Los seres humanos tenemos tendencia a rechazar todo aquello que cuestiona nuestras creencias, todo lo que difiere de nuestros paradigmas y lo que entendemos de la Vida o de cómo debe ser. Y ese es el principal problema del pensamiento creativo o lateral. Por esto, los grandes líderes espirituales y científicos que han cuestionado paradigmas añejos o inservibles han sido muchas veces atacados injustamente. Aunque al final, una buena idea, un paradigma inteligente, útil o sencillamente hermoso, ha sustituido al antiguo.

Podría mencionar a muchos líderes espirituales, o científicos, maestros en este tipo de pensamiento. Me viene a la cabeza Albert Einstein, todo un ejemplo del tipo de pensamiento creativo o lateral. Y qué mejor colofón para este artículo, que una de sus frases:

No podemos resolver problemas pensando de la misma manera que cuando los creamos.

La fortuna de fracasar

Si no has triunfado, es que no has fracasado suficientes veces.

Fracasar tiene connotaciones negativas. O más bien, se las otorgamos. Se supone que fracasamos cuando no logramos unos objetivos concretos, cuando salen las cosas mal…

Y en realidad, todo fracaso conlleva una bendición, siempre que no nos dejemos arrastrar por el estado de ánimo que provoca el prejuicio o paradigma que indica que «fracasar es malo».

Porque un fracaso en realidad es una forma que tiene la vida, Dios o las circunstancias de decirnos que ese no es el camino, o quizá nos está indicando que la actitud o acciones utilizadas para conseguir un fin, no eran las adecuadas. En definitiva, un fracaso en realidad es algo positivo, porque sirve para identificar por dónde no hay que ir.

Cada fracaso le enseña al hombre algo que necesitaba aprender.
Charles Dickens

También un fracaso puede significar que tal vez no estamos alineados con lo que deseamos. Nuestra mente quiere una cosa, pero nuestro corazón, desea otra. Estar alineados con lo que realmente queremos es esencial para la consecución de nuestras metas, y es el principal motivo por el cual muchas personas fracasan persiguiendo sus sueños. No logran esos sueños porque no es lo que quieren en realidad.

Para alinearnos con lo que de verdad queremos, hemos de prestar especial atención a lo que sentimos. No podemos crear aquello con lo que no establecemos una coordinación entre mente, espíritu y corazón.

La vida de una persona es más interesante si ha fracasado. Eso indica con toda certeza que trató de superarse.

Los fracasos nos ayudan a desconectarnos de aquello que ya no nos sirve. Los místicos dirían que sirven para deshacer el Karma.

Son también una forma de forzarnos a ver más allá de lo que tenemos delante, de lo que estamos haciendo, nos invita a probar nuevos métodos o a explorar nuevas metas.

Por lo tanto, debemos valorar en positivo los fracasos, y no tenerles miedo: son grandes oportunidades de cambiar a mejor.

Cuando fracases o cuando no logres tu objetivo, presta atención a cómo te sientes, expande tu conciencia, tus expectativas y tus sueños, y fíjate en lo que eres capaz de hacer y a lo que puedes aspirar. Ten en cuenta que es posible que no estés haciendo las cosas bien, o tal vez sí, pero el objetivo que persigues, no es el más adecuado para ti.

Demos gracias por experimentar los fracasos, y utilicemos estas experiencias, que aunque parecen negativas, en el fondo esconden un gran regalo: la oportunidad de aprender y avanzar.

¿A quién le importa?

Como cada tarde, un hombre que recién estrenaba su jubilación, comenzó a caminar por la playa que había cerca de su casa.

Mientras paseaba disfrutando de la brisa con olor a mar y el agua acariciando sus pies descalzos, vio a lo lejos a una niña corriendo y saltando alegremente.

El hombre caminó hacia ella guiado por su curiosidad. Según se iba acercando, comprobó que la niña corría de un lugar a otro recogiendo las estrellas de mar que las olas habían sacado a la arena, arrastrándolas cada vez más lejos de su entorno natural.

La niña cogía las estrellas y las lanzaba todo lo lejos que podía hacia el interior del mar. El hombre dedujo que trataba de salvarlas. No obstante, le preguntó.

— ¡Hola! ¿Qué estás haciendo?

— Estoy salvando a las estrellitas de mar. Las olas las han sacado fuera del agua y con este sol morirán. – Contestó sonriente la niña, al tiempo que lanzaba una de las estrellas.

— ¿Has visto que la playa está llena de estrellas?

— ¡Salvaré las que pueda! – Contestó la niña mientras se dirigía rápidamente a coger otra.

El hombre pensó que era una tarea inútil y que la niña podía hacerse daño, ya que cada vez se movía más deprisa y tal vez se tropezara con alguna pequeña roca, así que trató de disuadirla.

— No conseguirás salvarlas a todas. Además, ¿a quién le importa?

La niña paró un momento, se quedó mirando fijamente al hombre, y después de pensarlo unos instantes, le contestó:

— ¡A esta estrella que voy a lanzar al interior del mar sí que le importa!

Versión escrita por mí de la fábula de la Estrella de Mar. Gracias a Andrés por recordarme esta bella historia.

¿Cómo actuar ante insultos y descalificaciones?

Se cuenta que estaba Buda hablando de temas espirituales a un grupo grande de personas que le escuchaban atentamente tratando de aprender de su gran sabiduría.

Entre ellos se encontraba un hombre que había escuchado que Buda era alguien con una paciencia que parecía no tener fin. Decidido a demostrar que él sería capaz de hacer perder el control a Buda, tenía un plan para conseguirlo.

Cuando Buda terminó su charla, invitó a los asistentes a que expresaran sus dudas y preguntas, momento que aprovechó el hombre que pretendía hacerle perder la paciencia para comenzar a gritarle, profiriéndole todo tipo de insultos y descalificaciones.

Buda se quedó mirándole fijamente. Pocos segundos después, con gesto serio y firme, bajó la mirada al tiempo pronunciaba en voz baja algunas palabras, una y otra vez. El hombre que le insultaba, después de unos minutos, se cansó al ver que no reaccionaba de ninguna manera y se calló.

Acto seguido, Buda se acercó al hombre y le preguntó:

— Si tú le haces un regalo a un amigo y éste te dice que no lo puede aceptar, y te lo devuelve, ¿a quién pertenece el regalo?

El hombre totalmente sorprendido por la reacción de Buda y la pregunta, entró en el juego pensando que podría aprovechar para tratar de conseguir de nuevo su objetivo. Así que le respondió:

– El regalo me pertenecería a mí, ya que mi amigo lo ha rechazado.

Antes de que el hombre pudiera continuar, Buda le contestó:

– Entonces, si yo no acepto tus insultos, ¿a quién pertenecen?

 

 

Dicen que cuando faltaban al respeto a Buda insultándole o descalificándole, él se repetía a sí mismo mentalmente o en voz baja «No, gracias. No, gracias…».

Una de las moralejas que se pueden obtener de este relato, es que aunque en principio no podamos controlar las circunstancias ni la actitud de los demás, siempre podemos elegir nuestra actitud.