Recordando nuestra esencia

Una mañana muy temprano, un médico tuvo que trasladarse a la zona de urgencias del hospital donde trabajaba a buscar un informe y se encontró con una escena de gran tensión. Se trataba de un anciano que estaba gritando muy enfadado con los médicos y enfermeras que allí se encontraban.

¿Qué le sucede a este señor?– Preguntó el médico a sus compañeros.

Hace unos días vino a urgencias a curarse un corte bastante grande. Le cosimos la herida y le citamos hoy para quitarle los puntos. Le comentamos que si venía temprano le atenderíamos enseguida porque suele haber menos pacientes a esta hora, pero precisamente hoy no estamos dando abasto. Como lo suyo no es urgente, le estamos pidiendo que espere hasta que estemos más desahogados.

¿Entonces cuál es el problema?

Dice que no puede esperar, que tiene algo muy importante que hacer dentro de un rato. – Respondió el enfermero mientras se escuchaba protestar cada vez con más fuerza al anciano.

Yo ahora tengo un rato libre antes de volver, podría atender al anciano y quitarle los puntos. Si queréis, le atiendo yo. – Propuso el médico.

¡Muchas gracias! ¡Por supuesto! Atiéndele por favor.

El médico se acercó al anciano, el cual aún estaba gritando, le puso la mano en el hombro y le saludó.

Buenos días. Mire, soy un médico del hospital. No pertenezco al servicio de urgencias, estoy de paso. Me han explicado mis compañeros su problema. Si usted quiere, puedo quitarle yo los puntos.

— Gracias, muchas gracias doctor. – Respondió el anciano bajando considerablemente el tono de voz y esbozando una sonrisa de alivio. – Lo cierto es que tengo mucha prisa porque tengo algo muy importante que hacer en unos minutos.

Mientras le estaba quitando los puntos, el médico comenzó a hablar con el anciano para hacerle algo más agradable ese rato.

Si no es indiscreción señor, ¿por qué tiene usted tanta prisa?

Porque tengo que desayunar con mi esposa a las nueve de la mañana y si tuviera que esperar más no llegaría a tiempo.

El médico, perplejo ante lo que acababa de escuchar, le dice:

Pero señor, ¿usted cree que es justo que provoque tanto revuelo por una cuestión tan superficial habiendo pacientes con problemas muy graves y urgentes? ¿No puede usted desayunar con su mujer un poco más tarde?

Mi mujer está hospitalizada en una residencia y desayunan a esa hora. Si me retraso, no puedo desayunar con ella.

El médico estaba cada vez más sorprendido. Pensaba que había sido una reacción exagerada la de aquel anciano, que estaba importunando de manera exacerbada a todo el servicio de urgencias. No obstante, le picó la curiosidad y siguió preguntando.

¿Qué le sucede a su mujer? ¿Por qué está hospitalizada?

Mi mujer tiene alzhéimer en estado avanzado. No recuerda nada, es incapaz de valerse por sí misma y yo, muy a mi pesar, soy incapaz de cuidarla como ella necesita y merece. – Contestó el anciano con lágrimas en los ojos.

El médico ya no cabía en su asombro. No sabía si enfadarse o compadecer a ese hombre. No pudo evitar replicarle.

¿Me está diciendo usted que sus airadas protestas por la prisa que tenía, se deben simplemente a querer desayunar con su mujer, que desafortunadamente no se acuerda de nada, ni de quién es usted, ni de quién es ella misma…?

Antes de que continuara el médico, el anciano le interrumpió diciéndole:

Así es doctor, mi esposa no sabe quién es ella… pero yo sí. Yo sí sé quién es ella…

Mi versión de una historia supuestamente verídica que circula por internet.

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En este mundo que vivimos, solemos olvidar que las circunstancias las creamos nosotros en mayor o menor medida. Todos en algún momento olvidamos quiénes somos, olvidamos lo que nos mueve, entre otras cosas, olvidamos lo más importante: el sentimiento de pertenencia a todo y a todos que llamamos amor.

El amor, en su sentido más puro, es lo que nos mueve en todas las circunstancias, en la vida. Cuando olvidamos esto, cuando olvidamos quiénes somos en realidad, es cuando manifestamos la versión negativa de este sentimiento, de esta fuerza, y es cuando somos infelices y contagiamos a nuestro entorno.

Los conflictos y los males de nuestra sociedad provienen de personas que padecen de un olvido profundo de quiénes son. Por eso, es buena idea que nos ayuden a recordar cuando perdamos el norte, y que ayudemos a otras personas a recordar cuando notemos o se haga evidente que han «olvidado».

Ante las personas que provocan cualquier tipo de mal o sufrimiento, tengamos en cuenta que tienen «alzhéimer», y también, que esta enfermedad del alma puede sanarse.

En cualquier caso, todo forma parte de la experiencia que nos proporciona esta aventura que llamamos vida y que nos hace cada vez más sabios, que nos acerca cada vez más a… una «memoria perfecta».

La tortuga y el escorpión

Érase una vez una tortuga que estaba en la orilla de un pequeño río, disfrutando de una estupenda mañana de sol. En un momento dado, escuchó una voz suave que la llamaba.

Tortuga, ¿puedes venir por favor? – La bonachona tortuga se acercó guiada por la curiosidad.

En cuanto vio de quién procedía, retrocedió todo lo rápido que sus lentas patitas le permitían. Se trataba de un escorpión que la miraba entre expectante y seguro de sí mismo.

¡Espera por favor tortuga, no tengo intención de hacerte daño! – Dijo con gran aplomo el escorpión.

¿Qué quieres escorpión?

Necesito cruzar el río con urgencia y como sabes soy incapaz de nadar. Por mis propios medios puedo tardar mucho tiempo. Te he visto y he recordado lo bien que nadas. Se me ha ocurrido que podrías transportarme en lo alto de tu caparazón.

Debes estar de broma escorpión, en cuanto me acerque a ti me picarás para matarme, ¡eres un escorpión! – Contestó nerviosa la tortuga.

El escorpión empezó a llorar y entre lágrimas y lamentos le suplicó a la tortuga, argumentando que tenía un asunto familiar muy urgente que resolver.

Tortuga, yo no tengo la culpa de haber nacido escorpión. Además, ¿no crees que sería bastante estúpido por mi parte picarte mientras cruzamos el río? ¡Moriríamos los dos!

— Cuando hayamos cruzado me picarás. – Replicó la tortuga.

Como te he dicho, sólo me interesa llegar al otro lado. Se me ocurre que podrías acercarte lo suficiente a la orilla para que yo pueda saltar y así te quedas en el agua donde no puedo hacerte daño. ¡Por favor! Es muy importante para mí llegar al otro lado de la orilla lo antes posible… – Argumentó el escorpión desplegando todo su poder de convicción. – Sabes que si te pico mientras me llevas encima pierdo tanto como tú porque moriría, ¿verdad?

Sí. – Contestó la tortuga.

¿Entonces me acercas al otro lado del río?

La tortuga se quedó pensativa. Sabía que tenía razón el escorpión en sus argumentos. Si la picaba morirían los dos en el río y los escorpiones no destacan precisamente por ser tontos o estar locos. Decidió aprovechar este gran favor que le iba a hacer al arácnido y negoció con él que si le ayudaba jamás la atacaría en el futuro.

Acepto tu condición. – Respondió sonriente el escorpión.

Entonces la tortuga se dirigió al río y una vez sumergida en el agua de la orilla le dijo al escorpión que se subiera a su caparazón.

El escorpión saltó encima de la tortuga con un gesto de agradecimiento y ella comenzó a nadar hacia el otro lado del río.

Más o menos a mitad del recorrido la tortuga sintió un enorme dolor punzante en su cuello: el escorpión le había insertado profundamente su afilado y venenoso aguijón.

El efecto del veneno era tan fuerte que la tortuga apenas podía pensar en lo sorprendida que estaba por la acción suicida que acababa de realizar el escorpión. Sólo le dio tiempo a preguntarle:

¿Por qué… me has… picado? Ahora… moriremos los dos…

— Lo siento tortuga, no lo he podido evitar… Es mi naturaleza: soy un escorpión…

Mi versión de la fábula «La tortuga y el escorpión».

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Una moraleja a la que se puede llegar con esta historia, es que nuestros actos, especialmente los que realizamos en situaciones límite, están íntimamente relacionados con nuestra verdadera naturaleza.

Y, ciertamente, es en los momentos de máxima presión, en las situaciones extremas, donde aflora nuestro auténtico modo de ser, nuestra naturaleza. Cualquier máscara generada por las experiencias, por las relaciones o por cualquier interés que pudiéramos tener, se desvanece dejando al desnudo nuestro yo más primordial.

Cuando observamos el comportamiento de otras personas, creemos conocer su personalidad, creemos saber cómo son, pero en realidad, la conducta que vemos de ellos está basada en un complejo sistema de creencias, un ego que nos define tan sólo de manera superficial aunque aparente una gran profundidad.

No obstante, se trate de actitud aprendida o de nuestra auténtica naturaleza, podemos ser escultores de nuestros esquemas mentales, podemos evolucionar y hacer crecer nuestra alma, o, ¿quién sabe? Tal vez sólo se trate de acceder a toda ella…

Siempre está en nuestras manos alcanzar nuestra mejor versión.

Ítaca

ÍTACA

Cuando partas hacia Ítaca
pide que tu camino sea largo
y rico en aventuras y conocimiento.
A Lestrigones, Cíclopes
y furioso Poseidón no temas,
en tu camino no los encontrarás
mientras en alto mantengas tu pensamiento,
mientras una extraña sensación
invada tu espíritu y tu cuerpo.
A Lestrigones, Cíclopes
y fiero Poseidón no encontrarás
si no los llevas en tu alma,
si no es tu alma que ante ti los pone.

Pide que tu camino sea largo.
Que muchas mañanas de verano hayan en tu ruta
cuando con placer, con alegría
arribes a puertos nunca vistos.
Detente en los mercados fenicios
para comprar finos objetos:
madreperla y coral, ámbar y ébano,
sensuales perfumes, -tantos como puedas-
y visita numerosas ciudades egipcias
para aprender de sus sabios.

Lleva a Ítaca siempre en tu pensamiento,
llegar a ella es tu destino.
No apresures el viaje,
mejor que dure muchos años
y viejo seas cuando a ella llegues,
rico con lo que has ganado en el camino
sin esperar que Ítaca te recompense.

A Ítaca debes el maravilloso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino
y ahora nada tiene para ofrecerte.
Si pobre la encuentras, Ítaca no te engañó.
Hoy que eres sabio, y en experiencias rico,
comprendes qué significan las Ítacas.

 Konstantinos Kavafis (1863-1933), poeta griego.

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Vivimos en una sociedad que nos inculca paradigmas basados en la «seguridad». Un «trabajo seguro», un sistema sanitario «seguro», comprar un piso porque es un «valor seguro», una pareja que nos haga sentir «seguros»…

¿De verdad hay en la vida algo seguro? Sí, lo hay. Es seguro que un día dejaremos de vivir, y también es seguro que nada es seguro. De hecho, pretender tener una vida controlada, segura… es sólo una ilusión imposible. Entonces, ¿para qué sirve aferrarse a esa sobrevalorada «seguridad»? Para tener una vida intrínsecamente mediocre, basada en una falsa seguridad.

Teniendo en cuenta que nuestra vida tiene un tiempo limitado, es mucho mejor, como dice el poema de Ítaca, buscar tener un camino rico en aventuras y conocimiento, sin miedos, porque éstos no sirven más que para generar eso que llaman «profecía autocumplida» y atraer monstruos de toda índole que darán la razón y poder a ese miedo.

Las personas con las que más compartimos tiempo y proyectos, son las que más se parecen a nosotros, las que tienen más en común con nosotros, aquellas cuya energía es más parecida a la nuestra. Por eso, invertir en nosotros, en nuestro crecimiento y desarrollo personal, es la mejor manera de que atraigamos personas cada vez mejores, más excelentes y también es la mejor manera de alejar «lestrigones», como dice el poema.

Vivir buscando proyectos o aventuras sanas y el grato esfuerzo para alcanzar la excelencia personal, conllevará que desaparezcan de nuestras vidas monstruos internos o de carne y hueso y alcanzaremos la plenitud. Sólo con una contínua búsqueda y trabajo para alcanzar nuestra mejor versión, podremos aprovechar al máximo nuestra vida.

Más importante que el camino, es cómo lo vives…

Si eso te hace feliz…

En un debate sobre la felicidad, la persona más escéptica me preguntó:

– ¿Y si no quiero ser feliz? ¿Qué pasa si quiero ser desdichada?

Yo le razoné:

– Sé desdichada, ¡si eso te hace feliz!

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Tal como da a entender el pequeño texto inicial, la felicidad tiene más que ver con aquello que creemos que nos da bienestar o buenas sensaciones. Cómo vivimos la vida y cómo somos se ha construido con nuestro pensamiento. Si nuestro pensamiento pone su foco en malos pensamientos, de ninguna manera podemos «ser» felices. Persistiendo en poner atención a todo lo bueno que hay en nosotros y en nuestra vida, la felicidad sólo puede ser una consecuencia.

Asume una virtud, si es que no la tienes.

William Shakespeare

Para ser una persona feliz, ¡actúa como si lo fueras! ¿Cómo actúa una persona feliz? No hay más que observar a los niños: hacen las cosas con entusiasmo, con alegría, experimentan las cosas con gran intensidad, no tienen prejuicios. Actuando de modo positivo y alegre, contagiaremos esa felicidad a los demás, y atraeremos a más personas positivas a nuestra vida.

Es posible que estés pensando que lo que propongo es algo difícil porque las preocupaciones y los problemas están ahí, en tu día a día. Ciertamente pueden tener un efecto desgastante en nuestra dosis de positivismo y en nuestra anhelada o maltrecha felicidad. Poco o nada nos han enseñado acerca de cómo encarar las situaciones negativas, pocas veces se hace hincapié en que se puede y se deben afrontar de forma positiva además de constructiva. Pocos problemas carecen de solución, y si de verdad no la tienen, tal vez sea un claro indicador de que ha llegado la hora de un cambio, de pasar página y a otra cosa.

Está demostrado que nuestro subconsciente dirige nuestras vidas, y también que no distingue entre una broma y algo real. Por ello es vital actuar «como sí»; en el tema que nos ocupa, actuar como si fuéramos felices. El mejor modo de grabar a fuego en nuestro subconsciente los esquemas de comportamiento y paradigmas más positivos, es «haciendo» cosas que conlleven algo bueno. Hacer con entusiasmo y gozo todo lo que tenemos que hacer en nuestras vidas. Desde los momentos de ocio con nuestros amigos y seres queridos hasta la realización y consecución de todos los desafíos que nos propone la vida o que nos proponemos nosotros mismos: metas profesionales, metas personales, etc.

Como dice el dicho «El que hace lo que puede no está obligado a más», y, además, le estamos comunicando a nuestro subconsciente que estamos viviendo intensamente, que estamos tomando acción y trabajando para superar obstáculos. Es entonces cuando tanto a nivel consciente como subconsciente, comenzamos a estar alineados con nosotros mismos, aprovechamos nuestra vida y nos sentimos felices. Es el mejor modo de que la felicidad sea lo normal en nuestras vidas.

Pongámonos a ello: la felicidad no es un fin, en realidad es un camino a recorrer; comportémonos con entusiasmo, como si ya fuéramos felices aunque no lo seamos, sólo de este modo aprenderemos a reconocer ese sendero luminoso y contagiaremos a otras personas.

Probemos a diario a sonreírnos a nosotros mismos usando un espejo, y casi mejor aún, sonriamos a los demás. ¿Quién sabe? Quizás haciendo esto estamos plantando la semilla de la felicidad en otras personas…

Amor eterno

Cuenta una leyenda Sioux que Toro Bravo y Nube azul fueron a ver al brujo de la tribu el día que se prometieron para pedir su bendición y consejo. Cuando llegaron a su tienda, el brujo, un anciano sabio de mirada sosegada y dulce, los observaba con gran atención.

El joven, el más valeroso y fuerte de los guerreros, comenzó a hablar para expresar una inquietud que les preocupaba.

– Nos amamos profundamente y queremos que nuestro amor tome su forma definitiva casándonos. Pero ambos tenemos miedo de no estar juntos siempre. Por eso hemos pensado que quizá podría proporcionarnos un talismán que proteja nuestro amor y estemos juntos.

El anciano les miró pensativo al tiempo que sonreía, como si estuviera recordando algo. Unos instantes después, les dijo:

– No existe talismán para eso, pero, tal vez haya algo que podáis hacer.

Los enamorados asintieron con gran expectación.

– Nube azul, deberás ir al monte de la Libertad y escalarlo sin que nadie te acompañe, y deberás encontrar al halcón, capturarlo vivo y traerlo aquí.

La bella joven asintió. El sabio continuó hablando.

– Toro Bravo, tú deberás desplazarte a la montaña de la Aceptación y deberás traer al águila más grande y hermosa que encuentres. Ambos tenéis tres días a partir de los primeros rayos de luz del nuevo día para realizar las misiones.

La pareja mostró su gratitud al anciano y se marcharon a descansar para partir al alba.

Al tercer día, los jóvenes llegaron triunfantes a la tienda del sabio. Ambos habían conseguido finalizar sus misiones con éxito, llevaban las aves. El anciano les saludó con una sonrisa y les dio la enhorabuena.

– ¿Ya estamos protegidos? – preguntó Toro Bravo. – ¿Nuestro amor durará toda la vida? – Continuó Nube Azul.

– No – respondió el anciano. – Falta la parte más importante. Para que alcancéis la protección que queréis, tenéis que atarlas por sus patas. Después, soltarlas para que vuelen.

Los enamorados ataron a las aves y acto seguido las dejaron en libertad. El águila y el halcón daban varios saltos tratando de volar pero al estar atadas no podían más que avanzar unos metros y caer.

Después de muchos intentos fallidos, las aves, cansadas y enfurecidas, comenzaron a atacarse. Antes de que se hicieran más daño, el anciano cortó la cuerda que las ataba para que pudieran volar y a continuación les dijo:

– Tened siempre presente lo que acabáis de presenciar. Esto es lo que me pedisteis hace tres días. Estar siempre juntos, unidos… Sois el águila y el halcón. Si os atáis aunque sea por amor verdadero, no podréis volar o vivir vuestras vidas y, además, terminaréis haciéndoos daño sin que lo podáis evitar… Si queréis que vuestro amor dure para siempre, volad juntos, pero nunca atados…

Mi versión de una historia sobre el Amor que leí hace tiempo. ¡Feliz día de San Valentín!

AvesVolando

¿A quién le das tu poder?

Se cuenta que estaba el filósofo Diógenes comiendo lentejas cuando le vio el filósofo Aristipo, el cual vivía muy bien porque adulaba continuamente al rey. Entonces, éste le dijo:

– Si aprendieras a adular al rey, no tendrías que comer simples lentejas.

– Si aprendieras a comer lentejas, no tendrías que adular al rey. – replicó Diógenes.

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Vivimos en una época de incertidumbres y cambios a causa de la crisis. Una de las incertidumbres es para las personas que trabajan por cuenta ajena, que no saben cuándo la empresa donde realizan su trabajo prescindirá de ellos.

No hay nada como los momentos de máxima presión y estrés para que salga el verdadero carácter de las personas. Es por esto que la supuesta crisis hace que muchos descubran su auténtico potencial y prosperen, porque de forma innata deciden poner su foco sobre lo que pueden hacer y no sobre la crisis; en contrapartida, otras personas se descubren a sí mismas poniendo atención a su entorno, a lo que no depende de ellos y olvidan explorar su potencial, cayendo así en una espiral negativa en lo personal y en la que optan por responsabilizar a otros de sus desdichas y de su fracaso laboral.

Estas personas «negativas» dedican su tiempo y energía en prestar atención a lo que roban unos, a lo que engañan otros, a las trampas que hacen algunas empresas… Regalan su poder personal en pos de resaltar los pecados y malhacer de personas que sólo contribuyen a corroborar que la mejor forma de hacer las cosas es actuar de modo excelente, que el mejor modo de ser y actuar es ser la mejor versión de uno mismo.

Las reglas de este juego son las mismas para todos, y sin embargo, unas personas se hunden y otras salen a flote. Da qué pensar, ¿verdad?

La anécdota del principio pone de manifiesto que puede haber dos actitudes muy claras: la que da poder a otros y basa su actitud en otros, y la que asume el poder propio, porque asume que depende de uno mismo lo que se haga o deje de hacer, es decir, lo que se consiga.

En las redes sociales hay muchos comentarios sobre políticos, corrupciones en general y demás cuestiones relacionadas. ¿Realmente merece la pena poner el foco sobre estas cosas? ¿Para qué sirve?

Está bien conocer lo que se «cuece» en el país en el que vivimos, en el mundo, pero recrearse en ello nos aleja cada vez más de solucionar nuestra situación personal, y por extensión, de solucionar la situación general.

Os invito a que centréis vuestra atención en personas fuertes, valerosas y positivas que ponen su esfuerzo en crear y dirigir su vida, en sembrar las semillas que les proporcionarán sólo los frutos que quieren o necesitan, porque es el modo en el que os contagiaréis de esa actitud positiva que consigue cualquier cosa.

El único modo real de salir de todo tipo de crisis: Asumir tu propio poder…