Kintsugi: convertir lo roto en algo más fuerte y bello

A finales del siglo XV, cuenta la leyenda que se rompió en varios pedazos el cuenco de té favorito del sogún Ashikaga Yoshimasa, un hombre muy poderoso y peculiar.

Él sólo contemplaba rendirse cuando había agotado toda posibilidad de conseguir sus objetivos, así que lejos de deshacerse de su cuenco, creyó que era posible su reparación, por lo que lo envió al lugar de China donde lo habían fabricado para que lo arreglasen. Tiempo después, le devolvieron el cuenco de una pieza, pero lo habían reparado utilizando unas grapas de metal que le daba un aspecto feo y, además, el té se salía por las grietas porque no estaban selladas.

Naturalmente esta reparación era inadmisible para él, así que pidió explicaciones. Le contestaron que era imposible arreglarlo mejor, que habían hecho lo que habían podido. Cualquier otra persona hubiera dado por perdido el cuenco, pero Ashikaga buscó otros artesanos esta vez en Japón, su país, por cuestiones de cercanía y rapidez, y les encargó que encontraran una forma de reparar el cuenco de la mejor manera posible y que fuera totalmente funcional.

La técnica que inventaron, consistió en utilizar un pegamento muy fuerte de resina, mezclado con polvo de plata u oro para unir sus partes, y posteriormente pulirlo para dejar un buen acabado. De esta manera, arreglaron el cuenco del sogún, que volvía a ser funcional y las grietas que se habían reparado uniéndolas fuertemente con oro, lejos de desagradarle, le parecieron hermosas. Acababa de nacer el Kintsugi.

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Kintsugikintsukuroi, se puede traducir de varias maneras: “carpintería de oro”, «reparación o unión en oro», «cicatriz dorada»…  Forma parte del arte tradicional japonés como técnica para arreglar cerámicas rotas. Es también una filosofía que plantea que las roturas de los objetos son acontecimientos importantes de su historia, que pueden y deben repararse, y que lejos de disimular u ocultar las grietas, han de mostrarse y aprovecharlas para embellecerlos y hacerlos más fuertes.

Llegó a convertirse en una técnica tan popular, que se rompieron a propósito muchas cerámicas para repararlas de esta manera porque la transformación estética de las piezas arregladas les daba más valor; de hecho, hay casos de piezas antiguas reparadas con este método que están más valoradas que otras intactas.

En la actualidad, en lugar de despreciar y tirar los objetos de porcelana rotos, los japoneses los reparan rellenando las grietas con oro. Conservan el paradigma de que el daño sufrido por un objeto forma parte de su historia y esto lo convierte, o lo puede convertir, en un objeto más fuerte y bonito. En lugar de disimular u ocultar los defectos provocados por las grietas o roturas, se acentúan con el color de los materiales nobles empleados, se ensalzan y valoran estos defectos que se han convertido en la parte más fuerte del objeto.

Es una preciosa metáfora para nosotros. En el día a día, nuestras relaciones conllevan todo tipo de situaciones. No importa lo mucho que nos amemos, a veces, inevitablemente, nos hacemos daño.

El Kintsugi pone de manifiesto que con la creencia de que todo o casi todo se puede arreglar, cabe la posibilidad de solucionar o arreglar relaciones deterioradas, o problemas de otra índole que a primera vista no parecen tener arreglo, y que tal vez la causa de esas desavenencias sean posteriormente el motivo en el que se basen para arreglarlas.

Los vínculos dañados entre dos o más personas, posiblemente se puedan reparar con paciencia, comprensión y amor (que serían los equivalentes a la resina y los materiales nobles que juntan los pedazos de los objetos usando la técnica Kintsugi), y volverse más fuertes que nunca.

Y cuando no parece tener arreglo, al menos queda la posibilidad de arreglarlo dentro de nosotros mismos, perdonando las ofensas de los demás, pero, sobre todo, perdonándonos a nosotros mismos, lo que a la larga hace que todo sea posible…

El cuervo y la Muerte

Esta fábula es la continuación y conclusión de «El lobo y la rosa» (presiona aquí para leerla primero).

Una vez más, el invierno se apoderó del precioso bosque de al lado del pueblo.

Como cada amanecer, el cuervo estaba de visita en el lugar donde su amigo el lobo había fallecido. Ya había pasado un año desde el fatal desenlace y cada día iba allí a rendirle tributo. Aún no entendía por qué su amigo se había sacrificado por una flor que acababa de conocer. Se lamentaba profundamente por no haber estado más pendiente de él porque pensaba que tal vez hubiera podido evitar que perdiera la vida.

Igual que los demás inviernos, casi todos los animales se habían marchado del bosque y a otros la Muerte había puesto fin a sus vidas. Como cuando el lobo vivía, cada día el cuervo se reunía con ella y la acompañaba. Entre ambos había una extraña pero bonita relación. Hablaban mucho, y por supuesto se hacían mucha compañía. El cuervo intentaba muchas veces sonsacar a la Muerte acerca de cómo era la vida después de fallecer, pero ella sonreía y le decía que no podía contárselo, que lo tenía que descubrir por sí mismo llegado el momento.

La Muerte no podía ayudar al cuervo a conseguir comida como hacía el lobo, pero le alentaba a seguir adelante. En todo ese tiempo que compartían, muchas veces el cuervo era testigo de cuando la Muerte ponía fin a la vida de los animales moribundos por el frío o los que simplemente les había llegado su hora.

El cuervo era consciente de que ya era muy viejo y le aquejaban diversas dolencias debido a su edad. Con frecuencia imaginaba que cuando falleciese su amigo el lobo le estaría esperando. Estaba seguro de que sería así.

Dama oscura, te conozco desde hace bastante tiempo, y sé que a pesar de las apariencias eres un ser de gran belleza. He sido testigo incontables veces del momento en el que quitas la vida, y sé que lo haces con un respeto absoluto, pero sobre todo con una bondad y amor inconmensurables. – Le dijo el cuervo a la Muerte. – Desde que tuviste que poner fin a la vida de mi amigo, he sido más consciente de que mi hora cada vez está más cerca, porque además ya soy muy viejo y me siento bastante débil. ¿Me podrías decir cuándo…?

Antes de que el cuervo pudiera continuar, le interrumpió la Muerte.

Mi labor es esencial porque alimenta el eterno ciclo de la Vida, es así desde que este universo nació. El tiempo que hemos compartido es apenas un parpadeo en mi larguísima existencia, pero… desde que Soy, nunca había tenido unos amigos como el lobo y tú. Especialmente tú, cuervo. Lo que siento por ti me hace temblar cada vez que pienso en el instante en el que he de quitarte tu aliento de vida en este plano de la existencia… Gracias al lobo, pero en especial a ti, me he sentido apreciada, comprendida… querida. Sin duda es una ironía del Destino que me preguntes ahora por tu muerte, porque hoy, hace unas horas, debí hacer que partieses al otro lado, porque es tu hora… Pero no puedo… no quiero… quitarte la vida…

Los instantes de silencio tras estas palabras parecieron eternos. El cuervo se estremeció al notar el enorme sufrimiento de su amiga la Muerte y sintió compasión por ella. De repente, se dio cuenta de que él también la amaba.

Nunca estuve seguro de lo que significa amar, ni siquiera cuando mi amigo el lobo se sacrificó por aquella rosa. Ahora gracias a ti, lo he podido entender… Me has regalado un poco más de tiempo de vida, y lo que es más importante, gracias a ti he comprendido lo que significa el amor, he tomado conciencia de que en realidad sí he amado y he sido correspondido. Precisamente por eso no puedo ser yo quien provoque que vayas en contra de tu propia naturaleza, no puedo permitir que vayas en contra del ciclo de la Vida por mí. La Vida y tú sois las dos partes de un todo…

Por primera vez en su eterna existencia, brotó una lágrima de los ojos negros azulados de la Muerte.

Creo que tú mejor que nadie sabes que de alguna manera mi esencia siempre estará contigo. Por favor, haz tu labor conmigo para que puedas ser fiel a tu naturaleza y a la Vida.

El cuervo se acercó lentamente a la Muerte, consciente de que su más mínimo roce pondría fin a su vida. Ella lo abrazó por primera y última vez…

Cuando su alma salió de su cuerpo, el cuervo sonrió al comprobar que tenía razón en sus suposiciones: el lobo estaba esperándole con una gran sonrisa.

Epílogo

Al día siguiente, al amanecer, la Muerte fue al lugar donde todos los días el cuervo iba a rendir tributo a su amigo el lobo. Por primera vez en su larguísima existencia y aunque ella encarna el fin de todos los ciclos de vida, había tomado conciencia de la importancia de la aceptación y de dejar ir…

Historia original de Javier Martín. 

Los hermanos

Se cuenta que había dos hermanos que decidieron trabajar las tierras que habían heredado de sus padres. Dividieron el terreno en partes iguales y construyeron sus casas allí. Poco después comenzaron a sembrar y cosechar. Así se ganaban la vida.

El hermano más joven se casó, tuvo muchos hijos y vivía muy feliz con ellos y su mujer. El hermano mayor vivía solo, aunque a su manera también estaba muy bien.

Un día el hermano mayor se encontraba disfrutando de una magnífica comida con su hermano, su cuñada y sus numerosos sobrinos, a los cuales adoraba.

Esto le dio qué pensar al hermano mayor. Se repartían los frutos de su trabajo a partes iguales, y aunque esto en principio fue justo, llegó a la conclusión de que su hermano ahora tenía mujer e hijos que mantener, mientras que él vivía solo y podía arreglarse con mucho menos, así que decidió comenzar a darle a su hermano parte de sus cosechas, pero lo haría por la noche, cuando su hermano no se diera cuenta porque estaba seguro de que no le permitiría hacer eso, ya que ambos tenían una excelente relación y se querían mucho.

Curiosamente, ese mismo día, viendo como su querido hermano jugaba con sus hijos, el hermano más joven pensó que era muy probable que su hermano siguiera viviendo solo y sin hijos cuando fuera viejo, así que llegó a la conclusión de que lo justo era que se quedase con más cantidad de las cosechas para que así pudiera vender más y juntar más dinero para su jubilación por si se confirmaban sus sospechas y no tuviera a nadie que le cuidase para entonces. También tenía la certeza de que no le dejaría hacerlo, así que empezó a llevar parte de su trabajo al almacén de su hermano también por la noche para que no se diera cuenta.

Pronto ambos comenzaron a constatar que la cantidad de sus cosechas almacenadas no variaba aunque le daban al otro parte de su trabajo, y aunque intuían lo que podía estar pasando, fue una noche en la que ambos coincidieron haciendo lo mismo cuando quedó completamente claro: los dos estaban tratando de ayudarse.

Entonces se dieron un gran abrazo y no pronunciaron palabra alguna. Los hechos eran mucho más elocuentes…

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En Navidad siempre se ensalzan los valores como la fraternidad, la amistad, el amor… porque estas fechas son sinónimo de ello.

Para muchas personas el mundo no es siempre un lugar amable ni amoroso. Pueden argumentar que suceden cosas crueles y de difícil justificación desde un punto de vista puramente terrenal, y tienen su razón.

Para los que creen que la bondad o el amor no abundan,  para los que creen que la fraternidad es una «tontería», cosas que no tienen que ver con el «mundo real», es necesario recordarles que este tipo de actitudes, o mejor dicho, sentimientos, son absolutamente necesarios para que podamos prosperar y crecer, tanto a nivel individual como global. Es una obviedad: sólo desde sentimientos elevados generaremos actitudes del mismo signo y conviviremos mejor.

La mezquindad y similares son “lujos” que no nos podemos permitir si queremos vivir plenamente y de la mejor manera posible. Que el espíritu navideño perdure cada día del año en cada uno de nosotros.

¡Felices Fiestas! 🙂

El lobo y la rosa

El invierno más crudo e intenso se apoderó del precioso bosque de al lado del pueblo.

De nuevo el frío propició que se convirtieran en aliados y amigos. Como cada invierno, no quedaban apenas animales en el bosque excepto ellos. Los demás se marchaban o morían ante el frío, pero el lobo era capaz de estar mucho tiempo sin comer y el cuervo encontraba comida en sus numerosos vuelos. Además, ambos se ayudaban mutuamente para robar comida a los humanos que pasaban por allí.

Una vez más, el lobo y el cuervo eran testigos de los primeros rayos del sol que auguraban otro espectacular amanecer.

El lobo caminaba silenciosamente, sus patas se hundían en la nieve mientras apenas se escuchaba el revoloteo del cuervo al pasar de una rama a otra. No permitían que el frío les venciera a diferencia de los otros animales. Ellos creían que podían sobrevivir y por eso siempre encontraban el modo de burlar el frío y alimentarse. Mantenían conversaciones que mitigaban su soledad y les hacía olvidarse de tan precaria situación.

Qué raro, a esta hora ya debería haber aparecido la Muerte. – Comentó el cuervo observando el alba.

Seguramente estará cerca, a punto de llevarse el alma de algún desdichado. – Respondió el lobo.

Unos minutos después vieron a la Muerte con un conejo que no podía moverse.

¡Os suplico que me ayudéis! ¡Salvadme de la muerte y os ayudaré a encontrar comida cada día! – Gritó el conejo.

Es una buena oferta, pero sabemos cómo sobrevivir al invierno y encontrar comida. Además, no podríamos ayudarte de ninguna manera, está fuera de nuestro alcance. Lo siento mucho… – Respondió el lobo.

El conejo les miró con tristeza mientras la Muerte le tocaba para quitarle la vida.

Poco después, el lobo, el cuervo y la Muerte caminaron sin rumbo por el bosque. Al anochecer, como todos los días, la Muerte se despidió de ellos y desapareció.

A la mañana siguiente, el lobo y el cuervo volvieron a caminar juntos a través del bosque helado.

Parece que hoy también se retrasa la Dama oscura. – Dijo el cuervo.

Tal vez esté con algún moribundo. – Respondió el lobo.

Un poco más adelante encontraron a la Muerte junto a un viejo ciervo tumbado en la nieve. Al verlos llegar, el ciervo les observó sin decir nada. El lobo, extrañado, le preguntó:

¿No nos vas a pedir que te ayudemos a vivir?

— Soy demasiado viejo y estoy enfermo. Es mi hora. No hay motivo para intentar escapar de lo que a todos nos alcanza.

El lobo lo miró con compasión a la vez que asintió con la cabeza.

Es la hora. – Dijo la Muerte tocando con delicadeza la cabeza del ciervo, que cayó suavemente sobre la nieve como si se hubiera quedado dormido plácidamente.

Instantes después, los tres se alejaron caminando lentamente. Al anochecer, como cada día, la Muerte se despidió de ellos y desapareció.

A la mañana siguiente, el cuervo hizo notar nuevamente que no había aparecido la Muerte a la hora acostumbrada.

Habrá vuelto a encontrar otro animal al que llevarse. – Respondió el lobo.

Me extrañaría, creo que aparte de nosotros no quedan más animales en el bosque.

Unos pasos después vieron a lo lejos en un claro del bosque algo de color rojo muy llamativo. Se acercaron para indagar y descubrieron una preciosa flor entre la nieve. Les extrañó mucho porque no es natural que crezca una flor en esas condiciones. Se acercaron y se quedaron maravillados con su belleza.

¿Qué eres? Es la primera vez que veo una flor como tú. – Dijo el lobo.

— Soy una rosa. Las de mi especie no crecemos en el bosque. Una niña me trajo aquí hace un rato y me plantó.

Una ocurrencia tan inocente como mala para ti. Este lugar, con este clima tan frío… Siento decirte que es difícil que sobrevivas. Espero que la niña vuelva a por ti. – Dijo el cuervo con tono serio.

El lobo la miró con compasión y admiración por su inusitada belleza, al tiempo que dio media vuelta y se marchó con el cuervo.

Al finalizar la jornada, el lobo y el cuervo comentaron lo raro que había sido que no apareciera la Muerte. Después se despidieron y el cuervo se marchó volando hacia su rama preferida para pasar la noche. El lobo se quedó pensativo, no paraba de pensar en la rosa.

Entonces fue hasta donde la habían encontrado. Seguía allí, preciosa, y la luz de la luna llena parecía hacerla brillar. Ella se dio cuenta de la presencia del lobo.

¿Qué haces lobo? – Preguntó con gran curiosidad la rosa.

He venido a mirarte.

—  ¿A mirarme?

—  Eres muy bonita. Eres lo más bello que he visto en el bosque, que además ahora está casi todo cubierto de nieve.

Hay muchas cosas bellas en este bosque y algunas se ven más bonitas con la nieve.

—  Tal vez… Pero hay algo en ti que me atrae. Y siento mucha tristeza porque estás sola y no creo que sobrevivas mucho tiempo… He venido porque quería volver a verte por última vez. – Dijo con sentimiento el lobo.

La rosa pensó contarle al lobo que ella también se sintió atraída por él cuando le conoció, pero no quiso ante la petición que estaba a punto de hacerle.

Sálvame por favor. Llévame de regreso a la casa donde pertenezco.

El lobo sintió que algo se desgarraba dentro de él y retrocedió unos pasos, asustado.

No puedo. – Respondió con tristeza.

Sí que puedes… Llévame al lugar del que me trajeron, donde nací y vivía, la casa más grande del pueblo.

Mientras hablaba al lobo, la rosa lo miraba emocionada. Él, conmovido completamente por lo triste e injusta que era su situación, comenzó a pensar en el modo de salvarla. Pronto se dio cuenta de que no importaba cómo lo pensara hacer, era un plan extremadamente peligroso para él. Si se metía en el pueblo, le intentarían matar en cuanto le vieran.

Entonces comenzó a nevar. Los copos de nieve caían despacio y en círculos. Parecían bailar en torno a la rosa, que temblaba ante el intenso frío y brillaba con la luz de la luna. Aunque el lobo nunca había sentido algo así por nadie, estaba seguro de que jamás volvería a sentir algo parecido…

Sálvame por favor. – Le susurró la rosa.

En ese momento, el lobo sintió una presencia. Se giró y vio a la Muerte observando entre los árboles cercanos. Ella se acercó y se quedó mirando a la rosa, que perdió el conocimiento antes de que pudiera ver quien acababa de llegar, probablemente a causa del gélido viento que comenzó a soplar.

¿Has venido a por ella? – Preguntó el lobo muy triste.

La Muerte tardó unos instantes en responder, como si le costase encontrar la respuesta.

Depende de ti.

¿Por qué? ¿Puedo salvarla?

El viento dejó de soplar repentinamente, quedando un silencio casi total. Segundos después, la Muerte dio una respuesta afirmativa inclinando muy despacio su cabeza.

Lobo, he venido a avisarte de que si llevas a la rosa de regreso al pueblo y consigues salvarla, morirás. – Sentenció la Muerte hablando muy despacio – Hoy tengo que hacer que se vaya un alma al otro lado y es el turno de la rosa. Si no fuera ella, otro ha de ocupar su lugar…

El lobo se giró hacia la luna y aulló con todas sus fuerzas como tratando de deshacerse de un gran sentimiento de pena. Luego miró con dulzura a la rosa y se acercó a ella tratando de darle un poco de calor. Cerró los ojos y respiró profundamente tomando una decisión. Cuando los abrió, vio que ella le estaba devolviendo la mirada.

Epílogo

Cuentan que un día un lobo entró al pueblo atravesándolo hasta llegar a la casa más grande, que durante su carrera le provocaron profundas heridas, pero que siguió corriendo con todas sus fuerzas y entró por la ventana principal de la casa.

Cuentan que llevaba una rosa roja en su boca y que la dejó caer en las manos de una niña antes de seguir huyendo.

Cuentan que llegó hasta donde comienza el bosque y que entonces se desplomó sobre el suelo en su último aliento.

Cuentan que cuando los cazadores se acercaron a recoger el cuerpo del lobo vieron una especie de silueta oscura que se alejaba y se fundía entre las sombras del bosque.

Cuentan que desde ese día, cada amanecer, un cuervo baja volando y se posa en el lugar donde el lobo murió.

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Tiempo después, el cuervo seguía su periplo invernal por el bosque. Al final del invierno, no quedaba nadie vivo, excepto él. Todos los animales morían o se marchaban, pero el cuervo sabía encontrar comida observando mientras volaba y también sabía cómo robársela a los humanos.

Sí, el cuervo sobrevivía. No cometía errores. No se enamoraba. Estaba vivo, pero estaba solo.

Una vez más, el cuervo era testigo de los primeros rayos del sol que auguraban otro espectacular amanecer…

Versión de Javier Martín de la fábula «La rosa y el lobo».  Puedes leer la continuación y conclusión en
«El cuervo y la Muerte» (presiona aquí para leerla).

Una buena vida

Siguiendo el consejo de su prestigioso médico, un exitoso y acaudalado empresario se fue a descansar a un pequeño y encantador pueblo costero.

Aunque se había tomado su tiempo en elegir al directivo con más experiencia para delegar su trabajo, no podía dormir pensando en su empresa, así que antes de los primeros rayos de sol se fue a dar un paseo por la costa. Cuando llegó al muelle se encontró con un pescador que acababa de llegar en su barco. Observó con gran asombro la cantidad de pescado que desbordaba la embarcación.

Después de felicitarle por tan buen trabajo, el empresario comenzó a charlar con el pescador.

Buenos días señor. Mis más sinceras felicitaciones por tan buena faena. ¿Le ha llevado mucho tiempo pescar tanta cantidad? ¡Además son muy grandes!

Buenos días caballero. Algo más de dos horas. – Respondió el pescador.

¿Siempre logra tan buenos resultados en tan poco tiempo? – Preguntó con gran curiosidad el empresario.

No está bien que yo lo diga, pero soy la envidia de otros pescadores. Suelo conseguir en muy poco tiempo cantidad y calidad en mis faenas.

¿Y por qué no se queda más tiempo pescando?

La verdad es que con esto tengo más que suficiente para vivir bien. – Respondió con una gran sonrisa el pescador.

¿Y qué hace con tanto tiempo libre? – Inquirió el empresario tratando de disimular una ligera indignación.

Le voy a contar un poco de mi día a día: Después de vender el pescado aún es muy temprano, así que cuando llego a casa le preparo el desayuno a mi mujer y luego voy a despertarla con un gran abrazo. Paso la mañana realizando algunas labores de la casa, también me da tiempo para mis aficiones: leer, escribir, hacer ejercicio, grabar vídeos sobre pesca que subo a YouTube… Después de comer disfruto de una siesta, luego voy a buscar a mis hijos al colegio, les llevo a casa, les ayudo a hacer sus deberes, y aún me da tiempo para hacer otras cosas. Por las noches quedo con mis amigos para jugar a las cartas o tener amenas tertulias. Según el día hago lo que toca y lo que me apetece. En definitiva, trato de disfrutar y aprovechar mi tiempo libre de cada jornada. Tengo una buena vida.

El empresario, se quedó pensativo unos instantes. Luego esbozó una sonrisa, y con tono confiado y autoritario, dijo:

Permítame señor. Como usted decía antes, no está bien que yo lo diga, pero soy un empresario que ha logrado grandes cosas en mi sector. Tengo una dilatada experiencia en los negocios, y no ha habido proyecto en el que no haya alcanzado la excelencia. Por eso creo que estoy en disposición de darle algún buen consejo para mejorar su situación, si usted quiere.

— Claro, le agradezco su interés. Cuénteme.

— Mire, creo que debería aprovechar ese tiempo que tiene libre, que es mucho, y visto que tiene una gran capacidad para la pesca, podría comprar un barco más grande y comenzar a pescar durante más tiempo más cantidad. Luego podría empezar a contratar a otros pescadores y sistematizar su proceso de pesca, que al parecer es óptimo, para que lo pudieran hacer varias personas. De este modo, en… quizá un par de años… para ser más preciso tendría que estudiar su caso con más profundidad, podría comprar más barcos, hacer una flota utilizando el mismo sistema, y así de este modo ganar mucho más dinero, que podría seguir reinvirtiendo para optimizar aún más el sistema, los costes y los beneficios. 

Aquí el empresario hizo una «pausa dramática» para generar más expectativa todavía. Segundos después, prosiguió.

— Por supuesto, en lugar de vender su producción a intermediarios, con las grandes ganancias conseguidas podría comprar su propio almacén para enlatar el pescado, y así vender directamente al consumidor final, con lo que aumentarían aún más sus beneficios. Esto conllevaría que tendría que ir a vivir a la capital donde pondría la sede de su empresa, y la dirigiría con un buen equipo directivo…

El pescador no pudo evitar interrumpir el impetuoso alegato del empresario.

Pero dígame, ¿cuánto tiempo tardaría en llegar a ese punto?

— Puede que diez o quizá quince años como mucho.

— ¿Y qué pasará cuando logre todo eso?

El empresario esbozó una gran sonrisa y se apresuró a contestar.

Esta es la mejor parte. Una vez haya conseguido crear una gran empresa y sea millonario, podría venderla o tal vez hacer que cotizara en bolsa y vender sus acciones, con lo que usted se haría aún más rico.

— Ah… Suena bien. ¿Y luego?

— Podría irse a vivir a un bonito y tranquilo pueblo costero donde tendría todo el tiempo del mundo para hacer lo que quisiera. Tendría una buena vida…

 Narración original escrita por mí basada en otra del libro «La jornada laboral de 4 horas», de Timothy Ferriss, editorial RBA.

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Como cualquier ser humano, los protagonistas lo que quieren al final es tener una «buena vida» desde actitudes muy diferentes, fiel reflejo de sus esquemas mentales.

La primera conclusión a la que podemos llegar con esta pequeña historia es que para ser feliz no hace falta crear grandes empresas ni disponer de mucho dinero. El empresario ha alcanzado gran éxito y mucho dinero con su empresa, pero no disfruta demasiado de lo que ese triunfo le brinda; sin embargo el pescador, con unos méritos en apariencia más modestos, tiene mucho tiempo libre que sabe organizar para que sea productivo en lo personal y que disfruta al máximo, en definitiva, vive feliz. Por lo tanto, la conclusión fácil es que no hace falta tener mucho dinero, lo que importa es tener tiempo y saber disfrutar de la vida, aunque ciertamente el dinero nos proporciona posibilidades y medios que sin él no son posibles.

Pero vamos a profundizar más en la interpretación de la historia.

Como hacen muchas personas, el empresario pretende dar al pescador una lección magistral basada en su experiencia y esquemas mentales, sin tener en cuenta lo que realmente quiere el pescador y sus preferencias. Le explica el modo de lograr una gran empresa que le permita ganar más dinero para así poder disfrutar de más tiempo y de una «buena vida». Sin embargo el objetivo de su planteamiento conlleva una gran ironía: el pescador ya vive muy bien, dispone de mucho tiempo y hace prácticamente lo que quiere, algo que el empresario es incapaz de ver debido a su modo de entender las cosas.

¿Cuál de los dos tiene mejor planteamiento de vida? El empresario ha conseguido crear una exitosa empresa y es rico, lo que en teoría le proporciona capacidad para hacer lo que quiera y tiempo. El pescador no es millonario, aunque a su manera también tiene éxito porque consigue pescar mucho en poco tiempo, lo cual le proporciona el dinero que necesita para vivir y dispone de mucho tiempo libre que sabe disfrutar.

Cada cual ha conseguido lo que quiere aunque uno lo sepa disfrutar más que el otro en este caso, lo cual evidencia que el objetivo no importa tanto. Una vez alcanzada la meta, la sabremos disfrutar más o menos, y habremos superado el desafío que nos hizo salir de la zona de confort, que nos hizo relacionarnos, conocer nuevas personas, desarrollar nuevas habilidades, aptitudes… en definitiva, evolucionar.

Por lo tanto, es el camino que hay que recorrer para alcanzar la meta que deseamos lo que importa, lo que nos aporta. Es el camino y no el destino, lo que hace que crezcamos, lo que nos hace más fuertes, más capaces, más sabios… En definitiva, lo que nos hace evolucionar y crecer, y aunque finalmente no alcancemos lo que queríamos, seguramente por el camino hayamos encontrado algo aún mejor. Y esto sólo sucede si actuamos y trabajamos para alcanzar nuestros sueños.

El deseo de lo que queremos lograr ha de surgir de lo más profundo de nuestro corazón, pero si nos cuesta conectar con nuestra esencia y por lo tanto desconocemos lo que queremos, recorrer un camino con propósito nos ayudará a conectar con nosotros mismos. Al lanzarnos al agua aún con cierta incertidumbre, al tomar acción, terminaremos conectando con lo que queremos en lo más profundo de nuestro corazón, porque con toda seguridad viviremos una gran aventura que nos hará crecer en todos los sentidos.

Tener una «buena vida»… ¿Y en qué consiste exactamente eso? En recorrer el camino que nos dicta el corazón y disfrutar del viaje.

El corazón arrugado

Los gritos de una niña llamaron la atención de un hombre que salía de comprar en una papelería. Observó que estaba regañando al que parecía ser su hermano por las cosas que le decía. Le estaba gritando e insultando duramente. El hombre observó pensativo la escena. Segundos después, tuvo una idea…

Se acercó a la pareja y les saludó con un tono de voz que invitaba a la calma. La niña paró bruscamente de gritar y le miró con curiosidad. Entonces el hombre le dio una hoja de papel y unas tijeras.

¿Para qué me das esto? – Preguntó la niña.

Por favor, recorta el papel para que tenga forma de corazón. Luego te explico el motivo.

La niña no entendía nada, pero guiada por la curiosidad, hizo lo que el hombre le pidió. Recortó el papel y logró un corazón muy bonito. El hombre continuó con sus extrañas peticiones.

¿Te parece que el papel está arrugado?

No, está liso.

Vamos a hacer una pequeña prueba. Dobla y arruga el corazón de papel todo lo que puedas.

La niña seguía sin entender qué pretendía el hombre, pero cada vez sentía más curiosidad, así que obedeció. Pasados unos segundos manipulando el papel para arrugarlo, el hombre le pidió que lo extendiera y lo dejara tan liso como estaba al principio.

¡No se puede, eso es imposible! – Exclamó la niña.

El hombre la miró fijamente y dijo:

Así es. Por mucho que intentes alisar el corazón de papel nunca llegará a estar completamente liso como al principio, quedarán arrugas. De igual manera, cuando gritas, insultas o faltas al respeto a tu hermano o a cualquier persona, aunque después quieras arreglarlo, será muy difícil, a veces imposible, reparar el daño que has hecho a esa persona y a vuestra relación. Los sentimientos… el ‘corazón’ de la persona a la que hayas ofendido o hecho daño, estará como el del papel, ‘arrugado’, y será muy complicado quitarle las arrugas.

Las palabras del hombre conmovieron profundamente a la niña porque se dio cuenta de lo mal que había tratado a su hermano y del sufrimiento que había provocado en él. Con los ojos llenos de lágrimas, le abrazó con fuerza y le pidió perdón. El hombre sonrió emocionado y añadió:

Estoy seguro de que no eras consciente del daño que estabas haciendo. Afortunadamente, las personas no somos un trozo de papel y con la actitud adecuada y tiempo, podemos arreglar nuestros errores.

Historia original de Javier Martín.