El invierno más crudo e intenso se apoderó del precioso bosque de al lado del pueblo.
De nuevo el frío propició que se convirtieran en aliados y amigos. Como cada invierno, no quedaban apenas animales en el bosque excepto ellos. Los demás se marchaban o morían ante el frío, pero el lobo era capaz de estar mucho tiempo sin comer y el cuervo encontraba comida en sus numerosos vuelos. Además, ambos se ayudaban mutuamente para robar comida a los humanos que pasaban por allí.
Una vez más, el lobo y el cuervo eran testigos de los primeros rayos del sol que auguraban otro espectacular amanecer.
El lobo caminaba silenciosamente, sus patas se hundían en la nieve mientras apenas se escuchaba el revoloteo del cuervo al pasar de una rama a otra. No permitían que el frío les venciera a diferencia de los otros animales. Ellos creían que podían sobrevivir y por eso siempre encontraban el modo de burlar el frío y alimentarse. Mantenían conversaciones que mitigaban su soledad y les hacía olvidarse de tan precaria situación.
— Qué raro, a esta hora ya debería haber aparecido la Muerte. – Comentó el cuervo observando el alba.
— Seguramente estará cerca, a punto de llevarse el alma de algún desdichado. – Respondió el lobo.
Unos minutos después vieron a la Muerte con un conejo que no podía moverse.
— ¡Os suplico que me ayudéis! ¡Salvadme de la muerte y os ayudaré a encontrar comida cada día! – Gritó el conejo.
— Es una buena oferta, pero sabemos cómo sobrevivir al invierno y encontrar comida. Además, no podríamos ayudarte de ninguna manera, está fuera de nuestro alcance. Lo siento mucho… – Respondió el lobo.
El conejo les miró con tristeza mientras la Muerte le tocaba para quitarle la vida.
Poco después, el lobo, el cuervo y la Muerte caminaron sin rumbo por el bosque. Al anochecer, como todos los días, la Muerte se despidió de ellos y desapareció.
A la mañana siguiente, el lobo y el cuervo volvieron a caminar juntos a través del bosque helado.
― Parece que hoy también se retrasa la Dama oscura. – Dijo el cuervo.
― Tal vez esté con algún moribundo. – Respondió el lobo.
Un poco más adelante encontraron a la Muerte junto a un viejo ciervo tumbado en la nieve. Al verlos llegar, el ciervo les observó sin decir nada. El lobo, extrañado, le preguntó:
— ¿No nos vas a pedir que te ayudemos a vivir?
— Soy demasiado viejo y estoy enfermo. Es mi hora. No hay motivo para intentar escapar de lo que a todos nos alcanza.
El lobo lo miró con compasión a la vez que asintió con la cabeza.
— Es la hora. – Dijo la Muerte tocando con delicadeza la cabeza del ciervo, que cayó suavemente sobre la nieve como si se hubiera quedado dormido plácidamente.
Instantes después, los tres se alejaron caminando lentamente. Al anochecer, como cada día, la Muerte se despidió de ellos y desapareció.
A la mañana siguiente, el cuervo hizo notar nuevamente que no había aparecido la Muerte a la hora acostumbrada.
— Habrá vuelto a encontrar otro animal al que llevarse. – Respondió el lobo.
— Me extrañaría, creo que aparte de nosotros no quedan más animales en el bosque.
Unos pasos después vieron a lo lejos en un claro del bosque algo de color rojo muy llamativo. Se acercaron para indagar y descubrieron una preciosa flor entre la nieve. Les extrañó mucho porque no es natural que crezca una flor en esas condiciones. Se acercaron y se quedaron maravillados con su belleza.
— ¿Qué eres? Es la primera vez que veo una flor como tú. – Dijo el lobo.
— Soy una rosa. Las de mi especie no crecemos en el bosque. Una niña me trajo aquí hace un rato y me plantó.
— Una ocurrencia tan inocente como mala para ti. Este lugar, con este clima tan frío… Siento decirte que es difícil que sobrevivas. Espero que la niña vuelva a por ti. – Dijo el cuervo con tono serio.
El lobo la miró con compasión y admiración por su inusitada belleza, al tiempo que dio media vuelta y se marchó con el cuervo.
Al finalizar la jornada, el lobo y el cuervo comentaron lo raro que había sido que no apareciera la Muerte. Después se despidieron y el cuervo se marchó volando hacia su rama preferida para pasar la noche. El lobo se quedó pensativo, no paraba de pensar en la rosa.
Entonces fue hasta donde la habían encontrado. Seguía allí, preciosa, y la luz de la luna llena parecía hacerla brillar. Ella se dio cuenta de la presencia del lobo.
— ¿Qué haces lobo? – Preguntó con gran curiosidad la rosa.
— He venido a mirarte.
— ¿A mirarme?
— Eres muy bonita. Eres lo más bello que he visto en el bosque, que además ahora está casi todo cubierto de nieve.
— Hay muchas cosas bellas en este bosque y algunas se ven más bonitas con la nieve.
— Tal vez… Pero hay algo en ti que me atrae. Y siento mucha tristeza porque estás sola y no creo que sobrevivas mucho tiempo… He venido porque quería volver a verte por última vez. – Dijo con sentimiento el lobo.
La rosa pensó contarle al lobo que ella también se sintió atraída por él cuando le conoció, pero no quiso ante la petición que estaba a punto de hacerle.
— Sálvame por favor. Llévame de regreso a la casa donde pertenezco.
El lobo sintió que algo se desgarraba dentro de él y retrocedió unos pasos, asustado.
— No puedo. – Respondió con tristeza.
— Sí que puedes… Llévame al lugar del que me trajeron, donde nací y vivía, la casa más grande del pueblo.
Mientras hablaba al lobo, la rosa lo miraba emocionada. Él, conmovido completamente por lo triste e injusta que era su situación, comenzó a pensar en el modo de salvarla. Pronto se dio cuenta de que no importaba cómo lo pensara hacer, era un plan extremadamente peligroso para él. Si se metía en el pueblo, le intentarían matar en cuanto le vieran.
Entonces comenzó a nevar. Los copos de nieve caían despacio y en círculos. Parecían bailar en torno a la rosa, que temblaba ante el intenso frío y brillaba con la luz de la luna. Aunque el lobo nunca había sentido algo así por nadie, estaba seguro de que jamás volvería a sentir algo parecido…
— Sálvame por favor. – Le susurró la rosa.
En ese momento, el lobo sintió una presencia. Se giró y vio a la Muerte observando entre los árboles cercanos. Ella se acercó y se quedó mirando a la rosa, que perdió el conocimiento antes de que pudiera ver quien acababa de llegar, probablemente a causa del gélido viento que comenzó a soplar.
— ¿Has venido a por ella? – Preguntó el lobo muy triste.
La Muerte tardó unos instantes en responder, como si le costase encontrar la respuesta.
— Depende de ti.
— ¿Por qué? ¿Puedo salvarla?
El viento dejó de soplar repentinamente, quedando un silencio casi total. Segundos después, la Muerte dio una respuesta afirmativa inclinando muy despacio su cabeza.
— Lobo, he venido a avisarte de que si llevas a la rosa de regreso al pueblo y consigues salvarla, morirás. – Sentenció la Muerte hablando muy despacio – Hoy tengo que hacer que se vaya un alma al otro lado y es el turno de la rosa. Si no fuera ella, otro ha de ocupar su lugar…
El lobo se giró hacia la luna y aulló con todas sus fuerzas como tratando de deshacerse de un gran sentimiento de pena. Luego miró con dulzura a la rosa y se acercó a ella tratando de darle un poco de calor. Cerró los ojos y respiró profundamente tomando una decisión. Cuando los abrió, vio que ella le estaba devolviendo la mirada.
Epílogo
Cuentan que un día un lobo entró al pueblo atravesándolo hasta llegar a la casa más grande, que durante su carrera le provocaron profundas heridas, pero que siguió corriendo con todas sus fuerzas y entró por la ventana principal de la casa.
Cuentan que llevaba una rosa roja en su boca y que la dejó caer en las manos de una niña antes de seguir huyendo.
Cuentan que llegó hasta donde comienza el bosque y que entonces se desplomó sobre el suelo en su último aliento.
Cuentan que cuando los cazadores se acercaron a recoger el cuerpo del lobo vieron una especie de silueta oscura que se alejaba y se fundía entre las sombras del bosque.
Cuentan que desde ese día, cada amanecer, un cuervo baja volando y se posa en el lugar donde el lobo murió.
. .
Tiempo después, el cuervo seguía su periplo invernal por el bosque. Al final del invierno, no quedaba nadie vivo, excepto él. Todos los animales morían o se marchaban, pero el cuervo sabía encontrar comida observando mientras volaba y también sabía cómo robársela a los humanos.
Sí, el cuervo sobrevivía. No cometía errores. No se enamoraba. Estaba vivo, pero estaba solo.
Una vez más, el cuervo era testigo de los primeros rayos del sol que auguraban otro espectacular amanecer…
Versión de Javier Martín de la fábula «La rosa y el lobo». Puedes leer la continuación y conclusión en
«El cuervo y la Muerte» (presiona aquí para leerla).