¡FELIZ NAVIDAD 2014!

OTRA CANCIÓN DE NAVIDAD

Has sido un hombre sincero,
recto y bueno, nunca ruin.
Ni fuiste vil ni grosero,
has caminado un sendero
en que hoy crece el alhelí.

Digno de un premio te creo
y por haber sido así,
si te concedo un deseo…
¿Qué me pedirías? ¡Di!

– ¡Me sentiría tan honrado
por tu generosidad!…
¡¡Querría un número premiado
en el sorteo de Navidad!!

Cambiaría mi situación…
Sería mi compromiso
transformar en paraíso
una vida de aflicción.

A todos los que he querido
les cortaría el resuello
al comprarles todo aquello
de lo que nunca han tenido:

A mi mujer, la mejor,
un collar de oro de ley,
y para mi hijo el menor
una Xbox o una Play.

Un vestido plateado,
para mi hija preciosa,
y dos zapatos dorados.
Para el mayor otra cosa:
¡un Ferrari Testarosa!,
que es lo que siempre ha soñado.

Los abuelos vivirán
en el ambiente más sano:
en invierno junto al mar
y en la montaña en verano.

A mi sobrino la beca;
más daría al necesitado;
pagaría la hipoteca
de los que me piden prestado.

– ¡¿Regalos a tutiplén?!…
No es más rico el que más tiene…
Mas mereces todo el bien…
¡Sea! Hasta el año que viene.

Pero llegó el veintidós:
ningún décimo premiado.
A tantos planes… ¡adiós!
Adiós a lo más soñado…

II

– Un año más ha pasado
y es mayor tu compasión.
Si te concediera algo…
¿Cuál sería tu petición?

– Lo que hace un año pidiera
cuando tú me lo ofrecías,
sigue en estado de espera:
¡El Gordo en la Lotería!

Les cambiaría la vida
a los de mi alrededor…-
Y así el hombre repetía
sueños del año anterior.

– ¡Sea también este año!-
Pero al llegar el sorteo
sucedió igual que antaño:
en un pozo sus deseos,
el pozo del desengaño.

III

Y así, antes de Navidad,
desde la primera vez,
la luz, en la oscuridad,
le alababa su honradez.

“Cada Navidad colmada”,
le susurraba la luz;
y el hombre se lamentaba
“Nunca cara… ¡siempre cruz!”

Cada Navidad un sueño
se le ofrecía seguro…
Cada deseo navideño
se estrellaba contra un muro.

Y aunque el engaño doliera
sonreía al día siguiente,
volviendo a ser el que era,
dándose a toda su gente.

Siendo de amigos festejo,
siendo el sol para su esposa,
para sus hijos, espejo…
¡De todos poesía en prosa!

Año tras año volvía
la luz pura y plateada.
“¿Será esta vez?”, se decía
con una fe duplicada…
Y año tras año sentía
que su fe era burlada.

¡Qué gran hombre! ¡Tan discreto,
generoso y bienhechor!
¡Pobre hombre, que es objeto
de un anual sinsabor!

IV

Ya la última pavesa
se enfriaba en el fogón.
La sombra se hacía espesa
en toda la habitación.

Se acababa el veintiuno
bajo la luna invernal,
y el frío daba importuno
desde fuera en el cristal.

Su mujer dormía en la cama.
Él mostraba lo inusual
de dos lágrimas de drama
temblando en el lagrimal.

No era que ya no pudiera,
en la nueva Navidad,
darle un regalo cualquiera
aun sin ser de calidad…

Y no era que hoy sus manos
se descubrieran vacías
sin alegrar ya los días
a amigos, hijos y hermanos.

Era la señal tardía
de un prolongado fracaso;
la gota final que hacía
que ya rebosase el vaso.

Un vaso que estaba lleno
de amargor y sordo daño,
en el que ahogaba el veneno
de la crisis de ese año.

El vaso de la derrota
que, a pesar de su energía,
crecía con cada gota
del revés del día a día.

Ve que el tiempo se le agota
y cae en el suelo de hinojos…
Ahora ya esa última gota
es la que tiembla en sus ojos.

De pronto, una luz albina,
como surgiendo del techo,
cálida, suave y divina,
ilumina todo el lecho…

– Has vuelto a ser el mejor
por ser el más servicial,
daré a tu deseo color
porque Yo lo haré real.

– ¿Y otra vez te burlarás?
Años ha que te lo pido
y aunque siempre has consentido
luego nunca me lo das.
¿Te ríes de mí, quizás?
¿Por qué jamás has cumplido
mi deseo? ¡¿Por qué jamás?!

– ¡Pero si te he concedido
todo lo que me has pedido!
Viste a tus hijos crecer
sanos y muy bien nutridos,
cambiando gustos de ayer
por otros que han compartido.
Tu hija quería vestidos,
y hoy ya los luce mujer.

Has enjoyado a tu esposa
con tres enormes diamantes:
tres hijos la hacen dichosa
pues hoy brillan rutilantes.

¿Y no querías que ningún
mal sufrieran los abuelos?
Pues ahí los tienes aún,
su salud era tu anhelo.

Y ayudaste a tu sobrino
cuando estudió su carrera,
¡y por ti algunos vecinos
hoy conservan su vivienda!

Te di el más preciado bien,
renovado año tras año,
para que TÚ fueras quien
obrase todo el milagro:
Te di SALUD y también
se la di a tus allegados.

Él miraba aún hacia arriba
cuando la luz ya no estaba,
sin lágrimas en sus pupilas
y una perpleja mirada.

V

– ¡Mil seiscientos diecisiete!…
– ¡Miiil euros!…
Entonaban
dos vivarachos chiquetes,
mientras al tiempo insertaban
las bolas en su juguete.

– ¡Cuarenta mil veintitrés!…
– ¡Miiil euros!…
En su salón
ésta es la primera vez
que lo ve en televisión
sin un ardiente interés.

– ¡Veintidos mil ciento nueve!…
– ¡Miiil euros!…
No está afligido.
Sin décimos, se entretiene
realmente agradecido
de poseer lo que tiene.

– ¡Diecisiete mil quinientos dos!..
– ¡¡¡Tres millones de euros!!!
– Sí,
alguien, ¡bien lo sabe Dios!,
va a hacer a otro alguien feliz.
Se decía en su interior.

El móvil de pronto suena…
el fijo empieza a sonar…
y siguiendo la cadena
alguien llama en el portal.

Descuelga, abriendo la puerta…
¡gritos que le dejan sordo!…
– ¡¡Despierta, Ángel, despierta,
que nos ha tocao’ el Gordo!!

– ¿Qué?
Otros suben la escalera
con tres o cuatro zancadas,
le cogen, le llevan fuera
con sonrisas y en volandas.

– ¿Adónde vamos? ¿Qué os pasa?
– Lo que uno siempre sueña:
¡el Gordo!, que ya está en casa,
que ha caído en nuestra peña.

– ¿Es cierto? ¡Oh! ¡Qué alegría!
¡No me lo puedo creer!
¡Qué pena que yo este día
me lo tenga que perder!

¡Para una vez que no juego!…
¡No importa! De todos modos
ha caído a gente que quiero…
¡Cuánto me alegro por todos!

¡Pero más delicadeza!
Vayamos en condiciones,
que os acepto las cervezas
mas sobran los empujones.

Los tres amigos seguían
con la sonrisa en la cara,
y con zancadas que hacían
que el ritmo se acelerara.

Pero al doblar una esquina
se paran todos de pronto:
¡más gente que la de China
formando allí un medio corro!

Le miran muy agitados
con esa misma sonrisa
de los que le habían llevado
hasta allí con tanta prisa.

Y él les mira sorprendido…
¡Habría lo menos cien!,
y los ha reconocido
pues los conoce muy bien.

Se adelanta una señora…
– ¡Cuánto tiempo he deseado
poder vivir esta hora
que, por fin, nos ha llegado!

Toda esa deuda que tienes…
Mi marido está en tu banco
devolviéndote los bienes
de tantos y tantos años.

Y al igual que cuando alcanza
la chispa a la seca mecha,
desde el grupo se abalanzan
cien sonrisas satisfechas.

– Llévate este móvil… ¡prueba!
– Viaje de cinco a la playa…
– Este collar es para Eva…
– Espero que sea de tu talla…

El enjambre de regalos
se abrió con gran regocijo
cuando llegaron sus hijos
con un llavero en las manos.

Tras los primeros abrazos
y continuos lagrimones,
cogiéndole por el brazo
el mayor le dijo entonces:

– ¡Es que esto parece un cuento!
¡Cuántos días con sus noches
he esperado este momento!
Aquí tienes, papa… un coche,
gracias por ser nuestro ejemplo.

Sus lágrimas se vertían
Llenando esta vez un vaso
de contento y de alegría
y nunca más de fracaso.

Alzó la vista hacia el cielo
y entre lágrimas de gozo
volvió a sacar de aquel pozo
todos sus viejos anhelos.

Y al mirar justo a la paz
del lugar donde se sueña…
percibió un guiño fugaz
de la estrella navideña.

FELIZ NAVIDAD.

El cuento que acabas de leer está escrito por Paco de Benito Prous, una persona admirable por muchos motivos, especialmente porque piensa en los demás y toma acción para ayudar.

Muchas gracias otra vez, Paco, por tu maravilloso cuento, y por querer compartirlo en NeoParadigmas.

Lo dicho: ¡FELIZ NAVIDAD A TODOS!

La escalera de la vida

Imagina que estás en una escalera agarrado de la mano de una persona importante (tu pareja, tu amigo…). Mientras permanecéis en el mismo peldaño, es cómodo estar así. Si subes un escalón y la persona que está contigo prefiere mantenerse en el anterior, podéis seguir de igual manera sin problema.

Subes un escalón más, pero esta persona continúa sin querer subir. Ahora es un poco más difícil seguir tomados de la mano, ya que estáis un poco más lejos. Entonces subes otro escalón, y ahora es mucho más difícil seguir cogidos de la mano, porque la distancia que os separa ya es considerable.

Te das cuenta de que esta persona frena tu avance. Te gustaría que subiera contigo para no perderla, pero lamentablemente prefiere quedarse donde está.

Como quieres seguir avanzando, subes un escalón más… Y en ese momento te das cuenta de que no puedes seguir tomando de la mano a esta persona sin provocarte dolor al tener que estar estirándote al límite: la distancia que os separa es demasiado grande. Tomas conciencia de que mantenerte unido a esta persona duele y como es tan grande tu deseo de estar y avanzar juntos, tienes una lucha interna entre seguir avanzando o seguir unido a ella. Si sigues avanzando, no continuarás unido a esta persona, y si te quedas, te estancarás y no proseguirás tu camino.

Decides avanzar e intentar mantener el contacto… Pero inevitablemente, las manos se sueltan. Te paras un instante, te dan ganas de quedarte, lamentarte por lo que ha pasado e incluso piensas en retroceder para tratar de convencer a esta persona de que camine junto a ti, que te acompañe. Te planteas traicionar tu propia naturaleza y bajar al escalón inicial con tal de permanecer juntos, pero te das cuenta de que esto finalmente no sería bueno para ninguno de los dos. Acabas entendiendo que por doloroso que sea, lo mejor es seguir avanzando manteniendo la esperanza de que algún día ambos podáis estar al mismo nivel.

. . . . . .

Esta metáfora ilustra lo que sucede cuando inicias tu camino de crecimiento personal. En este camino, mientras avanzas hacia tu mejor versión, puede ocurrir que «pierdas» algunos amigos, a tu pareja, tu trabajo, etc., porque estas personas o situaciones ya no coinciden con tu nuevo modo de ser, con tu nueva vibración, así que de una manera u otra las nuevas circunstancias que se crean con tu cambio interno hace que cambie tu entorno.

Aunque con la mejor y más pura de las intenciones, trates de conservar a ciertas personas o situaciones en tu vida, verás que esto es prácticamente imposible: en tu avance cambiarás tu modo de ser, tus actitudes. Serás diferente, y por eso habrá personas que ya no serán compatibles contigo.

Llega un momento en que subir por «tu escalera» te convertirá en una mejor versión de ti, y aunque haya personas que desaparezcan de tu vida, encontrarás otras que sean afines a tu nueva forma de ser, personas que siguiendo también su proceso, están en un nivel similar al tuyo. En tu evolución y superación personal, alcanzarás niveles en los que no habrá apego, en los que el dolor será inevitable pero el sufrimiento opcional; niveles donde habrá amor y comprensión en su máxima expresión.

Así es la Vida, una escalera por la que podemos «bajar», «mantenernos» o «subir» y que sólo acabará el día que nos marchemos de este mundo, una escalera en la que nos iremos encontrando con personas en cada escalón.

Cada adversidad en tu vida sucede porque es parte de tu aprendizaje; cada ruptura se produce porque es necesario para tu evolución, al igual que cada nuevo encuentro. Es mejor dejar ir a aquellas circunstancias y/o personas con las que hemos dejado de compartir y abrazar las nuevas.

Tal vez algún día nos reencontremos con las personas que dejamos atrás…  Y si no nos reencontramos, la Vida nos proveerá de otras personas afines a nosotros.

Volver al amor

«Nuestro miedo más profundo no es que seamos inadecuados.

Nuestro miedo más profundo es que somos poderosos sin límite.

Es nuestra luz, no la oscuridad, lo que más nos asusta.

Nos preguntamos: ¿quién soy yo para ser brillante, precioso, talentoso y fabuloso?

En realidad, ¿quién eres tú para no serlo?

Eres hijo del universo.

El hecho de jugar a ser pequeño no sirve al mundo.

No hay nada iluminador en encogerte para que otras personas cerca de ti no se sientan inseguras.

Nacemos para hacer manifiesto la gloria del universo que está dentro de nosotros.

No solamente algunos de nosotros. Está dentro de todos y cada uno.

Y mientras dejamos lucir nuestra propia luz, inconscientemente damos permiso a otras personas para hacer lo mismo.

Y al liberarnos de nuestro miedo, nuestra presencia automáticamente libera a los demás».

Marianne Williamson

Ciertamente, muchas veces tenemos más miedo a alcanzar lo que queremos, a ser felices, que a la infelicidad en sí misma.

Cuando nacemos, nuestra mente es como un papel en blanco en el que podemos plasmar historias sin límites, un lienzo donde podemos dibujar cualquier cosa, una piedra a esculpir para darle la forma que queramos, un diamante en bruto que se puede pulir para que brille al máximo de su potencial.

La diferencia, es que no importa lo que hayamos escrito en ese papel, no importa lo que hayamos dibujado en el lienzo, ni qué forma le hayamos dado a la piedra, ni cómo se haya pulido el diamante… Nuestra mente, consciente e inconsciente, se puede escribir, dibujar, esculpir o pulir tantas veces como queramos, tantas veces sea necesario hasta alcanzar nuestra mejor versión, hasta lograr nuestro máximo potencial.

Esa es la diferencia. Siempre podemos cambiar a mejor, disfrutar de la vida, dejar nuestro entorno mejor de lo que nos lo encontramos…

Porque sólo podemos cambiar el mundo si cambiamos nosotros. El mundo alcanzará su mejor versión cuando todos seamos nuestra mejor versión. La mejor manera de ayudar a nuestros semejantes, es ayudándonos a nosotros mismos a ser lo mejor que podamos ser…

Siempre podemos volver a nuestra verdadera esencia, a nuestro poder inconmensurable.

Siempre podemos volver al amor.

¿Qué ves?

Había un anciano muy sabio que disfrutaba pasando largos ratos sentado en la entrada de su pueblo, contemplando el impresionante paisaje y acompañado por algunas personas del lugar, a las que deleitaba con historias y cuestiones filosóficas de la vida. También era frecuente para el anciano hablar con los viajeros que pasaban por allí.

Cierta tarde, a la luz de un impresionante ocaso, se le acercó un viajero que le dijo:

– Buenas tardes. Estoy buscando donde establecerme y creo que este podría ser un buen lugar… Pero, dígame, ¿cómo es la gente de este pueblo?

– Buenas tardes. Antes de responderle, dígame por favor, ¿cómo eran las personas del lugar donde usted vivía?

– Egoístas, envidiosos… malas personas. – Contestó el viajero.

– Siento decirle que las personas que viven aquí son iguales a como describe. – Replicó el anciano.

El hombre agradeció la información y se marchó para seguir buscando.

Al día siguiente por la mañana, a la luz de los primeros rayos de luz que se colaban por entre los árboles del bosque cercano, una joven viajera se acercaba al lugar donde el anciano estaba junto con una de las personas del pueblo que más tiempo pasaba con él.

La viajera les saludó amablemente y expresó su admiración por tan bonito lugar. A continuación explicó que estaba buscando donde vivir un tiempo y preguntó cómo eran las personas que vivían en este pueblo.

– ¿Cómo son las personas en la ciudad donde vivías? – preguntó el anciano.

– Maravillosas… Toda la gente que conocía era buena, generosa, honesta… Tenía muchos amigos, me ha costado mucho irme.

– Me alegra decirte que las personas de este lugar son exactamente como describes. – Respondió el anciano con una amplia sonrisa.

– ¡Muchas gracias señor! En ese caso estaré encantada de quedarme a vivir aquí.

Una vez la joven se marchó, la persona que estaba con el anciano esa mañana, y que también había estado la tarde anterior, no pudo evitar preguntar.

– No entiendo… El viajero de ayer por la tarde hizo la misma pregunta que la joven con la que acabamos de charlar, pero le has contestado justo lo contrario. ¿Por qué?

– Porque la interpretación de la realidad la hacemos a través de nuestras creencias, de cómo hemos aprendido a ser. Si una persona sólo ve lo malo de las personas con las que convivió, es prácticamente seguro que aquí o en cualquier otro lugar seguirá viendo las mismas cosas malas en los demás. Sin embargo, quien ve lo positivo de las personas, seguramente aquí o donde quiera que vaya, encontrará y verá con claridad personas buenas, o al menos, lo bueno que albergan…

. . . . . . . .

Es prácticamente inevitable que nos formemos una opinión de las personas con las que interactuamos, y aunque nos basemos en hechos objetivos, la mayoría de las veces (por no decir todas), lo que opinemos tiene mucho que ver con nuestro propio modo de ser.

Proyectamos en los demás nuestras cualidades y nuestros defectos, incluso cuando creemos que estamos siendo objetivos porque nos basamos en hechos, porque estos hechos objetivos también son nuestra forma de interpretar la realidad, y nuestro modo de interpretar la realidad se basa en nuestro modo de ser.

Mejoraremos nuestras relaciones no «etiquetando» a nadie, viendo a las personas como si fuera la primera vez, conservando, eso sí, la prudencia. Seremos infinitamente más justos, y conseguiremos relaciones de mejor calidad al no asignar a otros defectos que posiblemente no tienen, y aunque realmente los tengan, no les trataremos exaltando esos defectos.

Las virtudes y los defectos que ves con más claridad en los demás son el reflejo de una parte de ti…

Hagamos que valga la pena

OJALÁ…

… hubiera vivido a mi manera.

Muchas personas a punto de morir, se quejan de no haber sido suficientemente valientes para vivir de manera fiel a sí mismos, fueron más fieles a lo que los demás esperaban de ellos. En estos momentos previos a su muerte, se hacen conscientes de que han desperdiciado el tiempo, ven claramente cuántos sueños se han quedado en el camino por las decisiones que habían tomado.

 

… no hubiera trabajado tanto.

Ésta es la frase más repetida por hombres. Muchos hombres se lamentan por no haber estado más presentes en la infancia y juventud de sus hijos, y también de no haber disfrutado más de la compañía de su pareja. Conscientes de su inminente muerte, es cuando comprenden de verdad que la vida no debe basarse exclusivamente en el trabajo.

 

… hubiera tenido la valentía de expresar mis sentimientos.

Con gran frecuencia, muchas personas renuncian a sus sueños e ideales por el supuesto «bien» de los demás. Entre otras cosas, ocultan sus sentimientos porque creen que de esta manera se conserva la paz de su entorno. Lo que obtienen con esta actitud es vivir sin alcanzar la felicidad porque no son o no hacen lo que quieren en realidad, lo cual les provoca sentimientos negativos que se acaban somatizando.

 

… hubiera mantenido el contacto con mis amigos.

Se acuerdan de sus amigos y les produce una gran pena no haber sabido mantener esa amistad con el paso del tiempo.

 

… hubiera sabido ser feliz y disfrutar más y mejor de la vida.

Muchas personas no se dan cuenta hasta que tienen la muerte al lado que la felicidad es en realidad una elección. Es entonces cuando toman conciencia de que han vivido atascados en patrones de conducta, hábitos y creencias limitantes. La zona de comodidad, por su propia naturaleza, es incompatible a largo plazo con nuestra salud emocional y mental.

. . . . . .

Los cinco lamentos o arrepentimientos de personas a punto de morir que acabo de exponer y comentar, las puso de manifiesto en un artículo Bronnie Ware, una escritora australiana que trabajó muchos años cuidando de enfermos desahuciados, tratando de hacerles más llevadero y agradable el tiempo que les quedaba de vida. Después del artículo escribió un libro, The top five regrets of the dying (Los cinco principales remordimientos de los moribundos).

«Las personas maduran mucho cuando se enfrentan a su mortalidad», comenta Bronnie Ware.

Curiosamente, entre las personas moribundas que cuidó, nadie mencionó arrepentirse de no haber probado experiencias extremas del tipo tirarse en paracaídas, hacer puenting, el sexo, etc. Tampoco les importaba no haber hecho cosas como plantar un árbol o escribir un libro.

Al parecer las personas que están a punto de morir muestran gran claridad en sus pensamientos y sabiduría. Está en nuestras manos tomar nota de lo que dicen estas personas, conscientes más que nadie de la mortalidad humana.

En general, las personas más jóvenes no solemos pensar en la muerte y si lo hacemos, la creemos demasiado lejana o nos parece algo abstracto. Por eso pensamos, creemos o sentimos de forma implícita que tenemos todo el tiempo del mundo para hacer, deshacer y arreglar las cosas. Seguro que las personas que cuidó Bronnie también pensaron lo mismo en su momento.

Por eso nunca está de más recordar que para nosotros también acabará pasando el tiempo. Lo que no es tan obvio, es qué opinaremos o qué nos hará sentir el recuerdo de nuestras vidas cuando seamos viejos y tengamos la muerte más cerca, si estaremos satisfechos y orgullosos con lo que hemos hecho y con nuestros amigos y familiares. Y esto suponiendo que lleguemos a cumplir muchos años…

No debería ser necesario recordar que la vida apenas es un suspiro en la eternidad del universo. ¿Y qué es la eternidad?

Imagina que un pajarillo se posa cada día en la cima de una montaña. Cuando ese u otros pájaros posándose cada día en la cima de la montaña, hicieran que ésta se desgastase, ni siquiera entonces habría comenzado la eternidad…

Así de efímera es nuestra existencia.

Hagamos que valga la pena.

Vida

Lo que te permite sobrevivir pero no vivir

Se cuenta la historia de un anciano sabio que decidió transmitir toda su sabiduría a un joven que insistentemente y durante mucho tiempo, le había rogado le transmitiera su saber. Para enseñarle, el sabio decidió viajar con él, recorriendo a pie tantos lugares como diera tiempo durante la formación.

Después de varios meses de viajes, en una de las caminatas, mientras iban hablando y admirando el atardecer que se dibujaba en el impresionante paisaje, se percataron de que se avecinaba una gran tormenta. Afortunadamente, una vieja granja apareció en su camino. El sabio decidió pedir a sus habitantes les permitieran pasar la lluviosa noche en su casa.

Fue una velada muy agradable para todos. La familia de granjeros, integrada por el matrimonio y su hija pequeña, fueron muy amables y generosos. Eran muy pobres, su alimentación se basaba casi por completo en la leche que les proporcionaba su única vaca. Ofrecieron para cenar el poco queso que les quedaba a los viajeros. Incluso les ofrecieron dormir en su cama, pero el anciano rechazó tan generosa invitación y les dijo que se las apañarían para dormir en el establo.

Al alba, el sabio despertó al joven. Lo primero que hizo fue ordenarle que atara la vaca y la sacara del establo.

¿Qué pretende maestro?

El sabio no respondió. Simplemente indicó que se diera prisa. Se marcharon lo más rápidamente que pudieron de la granja sin despedirse… Y llevándose a la vaca.

Durante ese día, el joven no paró de recriminar y pedir explicaciones al sabio, pero éste no pronunció palabra alguna. No era la primera vez que el joven no estaba de acuerdo con el sabio, pero esta vez era muy diferente: no había absolutamente nada que justificara un acto tan desconsiderado y cruel. Pasó el día, la noche, otro día, otra noche… Pasaron varios días. El joven sentía un gran pesar, y llegó un momento en el que consideró seriamente abandonar al que ahora no tenía tan claro que fuera un sabio. Justo entonces, el anciano le ordenó que soltara al animal.

¡No entiendo nada maestro! ¿¡Por qué hace esto a estas buenas personas!? ¡Son pobres, no tienen qué comer! ¡Desde aquí la vaca no podrá volver, y los granjeros no vendrán tan lejos a buscarla! – Replicó el discípulo enojado y apenado al mismo tiempo.

El maestro siguió sin dar explicaciones, simplemente obligó al discípulo a acatar sus órdenes. El joven, muy apenado, obedeció.

Muchos años después, el joven que ahora era un hombre maduro y sabio, despertó una mañana apesadumbrado por el sueño que había tenido esa noche, en el que se recreaba aquel episodio en el que pasó una noche en una granja…

Lo interpretó como una señal para realizar de una vez por todas algo que durante mucho tiempo pensó hacer pero que no pudo por falta de valor. Así que esta vez hizo acopio de fuerzas para visitar a los granjeros y pedirles perdón por haber hecho algo así.

Nada más llegar al lugar, se sorprendió mucho al ver que había mejorado notablemente su aspecto. Pensó que tal vez ahora vivían otras personas allí, pero le abrió la puerta la esposa del granjero. El ahora sabio, se presentó y preguntó a la mujer si le reconocía.

¡Sí claro! Hace muchos años, pero, ¡cómo olvidarle! Al día siguiente de marcharse ustedes, nuestra vaca se escapó y nunca volvimos a saber de ella, lo cual nos provocó un gran problema.

El hombre apenas podía disimular su enorme pesar.

Sin embargo, ¡fue lo mejor que nos pudo pasar! Como la vaca era nuestro único medio para alimentarnos, mi marido se vio obligado a ir a buscar trabajo, ¡y lo encontró! Además, aprovechó sus desplazamientos diarios al pueblo para llevar a nuestra hija a la escuela. Así que ella ha podido estudiar y mi marido ha ganado suficiente dinero para mejorar nuestra granja y prosperar… Y todo gracias a que se escapó la vaca.

El semblante del hombre cambió por completo. Ahora esbozaba una sonrisa de oreja a oreja. Además de la alegría de ver cómo había prosperado la familia que durante tanto tiempo creyó había hecho daño, por fin entendía a su maestro y su acción-lección.

. . . . . . . .

Todos tenemos en nuestras vidas creencias, circunstancias, personas… que aparentemente nos favorecen, porque entre otras cosas, alimentan nuestra zona de comodidad. Creencias, personas o circunstancias sin las cuales probablemente nos sentiríamos aparentemente perdidos, sin las que en apariencia no podríamos hacer nada. No obstante, sólo nos permiten sobrevivir, pero no nos permiten vivir.

Todo depende en realidad de nuestra actitud más que de cualquier cosa externa a nosotros, y ésta, depende del tipo de creencias o paradigmas que tenemos grabadas en nuestra mente consciente y subconsciente.

Por eso, es fundamental elegir creencias que nos empoderen, es necesario incorporar a nuestra psique paradigmas que nos potencien, que sirvan a nuestros propósitos y metas. Si detectas una circunstancia o una persona de la que quizá dependes demasiado, analiza hasta qué punto te «favorece» de verdad, y sopesa la conveniencia de que permanezca en tu vida con ese grado de influencia o poder.

Ojalá apareciera un sabio con o sin discípulo que nos privara de nuestra «vaca», ¿verdad?

¿Ya sabes cuál o cuáles son las tuyas? ¿A qué esperas para deshacerte de ellas?