Viviendo conscientes de la vida

Ayer, 1 de noviembre, fue el Día de todos los Santos. Asistí con otros familiares a visitar el lugar donde descansan los restos de mis abuelos.

En una sepultura cercana, se encontraba un hombre que con gestos casi ceremoniales, colocaba las flores que había en el lugar, limpiaba la lápida, e incluso retocó con un pincel y pintura el marco donde se encontraba la foto de la que presumiblemente, era su bella y difunta mujer. Yo no podía dejar de mirarle, especialmente, cuando se quedó de pie observando fijamente, con gesto serio y abrumado, la foto de su mujer, esa que minutos antes había estado limpiando con tanto cariño.

Tanto las personas que estaban conmigo, como yo, mirábamos con compasión a aquel hombre que arreglaba el lugar donde yacía el cuerpo de su mujer, con gran mimo y esmero. Rato después, cuando ya nos habíamos marchado del lugar, comentamos ese gesto de amor del viudo y nos conmovimos mucho.

Es una escena que me dio que pensar… Y me recordó algo que es evidente, pero que pasamos por alto una y otra vez, cada día: que nuestro tiempo es limitado y sin embargo nos empeñamos en desaprovecharlo de diversas e «ingeniosas» maneras…

No haciendo lo que nos gusta, o quizá, no aprendiendo a amar lo que hacemos, no perdonando, no siendo nuestra mejor versión, no teniendo compasión, no ayudando a quien lo necesite, no tratando de conocer todos los lugares y personas que podamos, no amando con total intensidad e incondicionalmente… todo lo positivo que podemos hacer por los demás y por nosotros mismos y no hacemos; en definitiva, no amando la vida

Cuantas veces habremos escuchado la historia del anciano que al final de sus días se arrepiente más de lo que no hizo que de lo que sí hizo

¿Seremos capaces de aprovechar al máximo la vida?

¿Seremos capaces de dar lo mejor de nosotros al mundo?

Espero que sí… Para ello sólo debemos ser conscientes de nuestra mortalidad…

Tenerla en cuenta, pero sólo viviendo enfocados en la vida.