Haz tu parte

Todos los animales del bosque trataban de escapar del infernal incendio.

Mientras huía del bosque en llamas, el jaguar vio volar en sentido contrario al colibrí…  Observó que volvía al bosque, que ardía con intensidad. Le pareció una actitud tan extraña como peligrosa, pero pudo más su instinto de supervivencia que su curiosidad, así que continuó huyendo.  Minutos después, volvió a ver al rápido pájaro volando, aunque esta vez en la misma dirección que él, huyendo del fuego. Y poco después, otra vez en dirección al bosque…

Observó este compartimiento de ida y vuelta del colibrí muchas veces. Llegó un momento en el que no pudo resistir la tentación de llamar la atención del pájaro con un gran rugido.

— ¿Por qué huyes del bosque para volver a los pocos minutos, colibrí?
— Estoy yendo al lago. Tomo todo el agua que me cabe en el buche y al volver al bosque lo echo al fuego.

— ¿Para qué haces eso?

— Para apagar el fuego.

Entre carcajadas, el jaguar le gritó:

— ¿Estás loco? ¿Crees que vas a conseguir apagarlo con tan poca cantidad de agua tú solo?
— Sé que no – respondió el colibrí – sé perfectamente que yo solo no puedo. Pero el bosque es mi hogar. Ahí vivo, me cobija, me proporciona alimento… Y estoy agradecido. A cambio, yo le ayudo a crecer polinizando sus flores y transportando semillas. El bosque es parte de mí. Y yo de él.  Yo sólo no puedo apagar el fuego, pero es mi deber hacer mi parte…

Los espíritus del bosque escucharon al colibrí. Les conmovió tanto su lealtad al bosque que provocaron una gran lluvia que ayudó a extinguir el incendio…

Mi versión de una fábula que encontré en Internet.

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De las enseñanzas o moralejas que podemos extraer de esta fábula, hay una que es muy obvia: individualmente tenemos poca fuerza, pero haciendo cada cual su parte, podemos conseguir proezas. O incluso milagros…

Es necesario que cada persona desde su posición, desde sus cualidades,  desde donde puede, desde lo que es capaz de hacer… haga su parte.

En el mundo actual algunos están provocando que sucedan cosas muy extrañas que desafían toda lógica y de las que no conocemos precedentes. Se ha provocado un «incendio» colosal.

Necesitamos tomar conciencia para… hacer nuestra parte. Para enfrentarnos al fuego debemos vencer al miedo. Ese miedo que ha sido provocado por mentiras y por verdades a medias, vomitadas por una campaña de marketing que no conoce precedentes. Una publicidad engañosa cuyo objetivo, conseguido, ha sido provocar un miedo irracional que neutraliza la capacidad de análisis de, incluso, las mentes más brillantes…

Es, por lo tanto, necesario vencer al miedo. Los que venzan al miedo podrán enfrentarse al enorme incendio que busca convertir en brasas los fundamentos de nuestra sociedad. Venciendo al miedo, volverá la lógica, cuya naturaleza implacable pondrá en evidencia cada mentira y cada disparate de esta farsa descomunal que estamos viviendo.

Apagar el fuego, o lo que es lo mismo, tomar acción. Tomar acción con base en la nobleza, en la firmeza y en la fuerza que el amor por las personas que amamos nos da.

Haz tu parte, ayuda a apagar el fuego que asola al bosque.

Haz tu parte, ayuda a destruir la enorme farsa que amenaza a nuestro mundo.

Depende de ti

Al llegar el último de los asistentes, el Odio explicó el motivo por el cual les había reunido:

Os he convocado a todos los sentimientos negativos para pediros que me ayudéis a matar a alguien. Es algo que deseo con toda mi esencia desde siempre.

Casi todos pensaron que era normal ese deseo viniendo del mismísimo Odio, pero esto no evitó una inmensa curiosidad por saber quién era la víctima. ¿Quién era capaz de superar el poder del Odio que hasta necesitaba ayuda para matarle?

Después de una larga pausa, el Odio dijo quién le resultaba tan difícil eliminar:

Necesito que me ayudéis a matar al Amor…

No faltaron voluntarios para tal cometido. Los primeros fueron los Celos.

Intentaron todas las tretas posibles para provocar el derrumbe del Amor y hacerle el mayor daño posible, utilizando para ello a la Mentira, pero, aunque el Amor pareció sucumbir en varias ocasiones, terminó reponiéndose y haciendo desaparecer todo rastro del daño infringido gracias a que la Honestidad forma parte de él.

Volvieron a reunirse para replantear estrategias y elegir entre los voluntarios al que podría ser el asesino del Amor. El siguiente elegido fue el Rencor…

Durante mucho tiempo el Rencor intentó todo tipo de estratagemas para contaminar el buen carácter y la Bondad del Amor, y aunque consiguió ofuscarle y confundirle, finalmente el Amor superó los agravios a través de la Empatía y el Perdón.

En la siguiente reunión, la elegida fue la Tristeza. El ataque de ésta al Amor fue directo y preciso. La propia naturaleza de la Tristeza atacó a la Alegría del Amor provocando así que su energía bajase a niveles críticos. El Odio y los demás sentimientos negativos no paraban de comentar que el fin del Amor parecía estar cerca, pero finalmente, éste pudo sobreponerse gracias a la Compasión y a la Resiliencia.

Fueron muchos los sentimientos negativos los que intentaron matar al amor: la Angustia, la Ansiedad, la Cobardía, la Antipatía, la Mezquindad… Todos lo intentaron sin éxito durante mucho tiempo.

El Odio terminó por pensar que no se podía matar al Amor. Cuando comunicó esta conclusión a los demás sentimientos negativos, habló el más misterioso y oscuro de los presentes. Nadie sabía quién era, nunca antes había hablado y su rostro estaba difuso por un halo oscuro y siniestro.

Yo me encargaré de matar al Amor.

¿Quién era ese que parecía burlarse del resultado de los demás? ¿Acaso sería la Soberbia? Ni siquiera el Odio preguntó quién era. Sólo le dijo que deseaba que sus palabras se cumplieran.

Tiempo después, el misterioso sentimiento negativo convocó al Odio y a los demás para informarles de sus progresos. En la reunión, les explicó que el Amor se encontraba muy enfermo, más cerca que nunca de morir…

A todos los sentimientos negativos les costaba creerlo, no podían salir de su asombro. No habiendo terminado la sorpresa, el Odio formuló la pregunta que todos estaban pensando:

— ¿Quién eres?

— Se me conoce por muchos nombres, el más utilizado es MIEDO…

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Te estarás preguntando si el Amor finalmente murió. Y eso depende de ti…

De si le das poder al Miedo pensando que no puedes hacer nada por mejorar las cosas o por solucionarlas.

De si prestas atención sólo a lo que te hace sentir mal. Si es inevitable prestar atención a este tipo de cosas, puedes vencer al miedo a través de la esperanza y poniendo siempre la atención en la solución, no en el problema.

De que comprendas e integres que esta vida no se trata de vivir sólo experiencias agradables, también consiste en experimentar las malas y superarlas; este bagaje con experiencias positivas y negativas es el catalizador para evolucionar.

De que ames incondicionalmente, que sepas perdonar y pasar página con coherencia.

Depende de que quieras que gane el Amor…

En un mundo que parece haberse vuelto loco, la solución para que el Amor permanezca, o lo que es lo mismo, el camino para que vivamos una vida plena y en armonía,  consiste en que pongamos toda nuestra determinación en lo que hacemos con una fe absoluta en que todo se puede superar. Al final, el miedo no tiene poder sobre quien persigue sus sueños desde lo auténtico, que es lo que hay en lo más profundo de su corazón o alma.

En definitiva, depende de nosotros que el amor prevalezca frente al miedo.

Fábula original de Javier Martín inspirada por otra vista en Internet.

Sé buena. Te amo.

Comparto dos historias de amor verdadero, de amistad incondicional, pura y auténtica de seres que carecen de prejuicios y de esquemas mentales limitantes. Dos animales, dos aves, que amaban a sus dueños a su elemental y profunda manera:

Kira es un águila que cada semana vuela hasta… la tumba del que fue su dueño…

Alejandro llegó a ser uno de los cetreros más precoces de Pontevedra. Apenas habiendo entrado en la veintena, ya se había convertido en un experto en el arte de la cetrería. Fue el «padre» de seis aves rapaces que había adoptado. Él decía que más que una afición, era una pasión. Los consideraba como sus hijos, y de hecho los cuidaba como si fuera su padre. Lamentablemente, de forma muy prematura, su labor terminó con su fallecimiento, meses después de cumplir 20 años.

Parte de ese cariño y amor que profesaba a sus aves, le rinde homenaje cada semana. Kira, una de las águilas que él cuidaba, a la que enseñó a volar y se convirtió en su inseparable compañera, le visita junto a sus padres en el cementerio de Tui cada semana. Ellos dicen: «No sabemos por qué lo hace, tampoco queremos ni necesitamos saberlo. Simplemente nos gusta y nos tranquiliza. A Kira le afectó mucho la pérdida de Álex, y siempre que escucha su voz en algún vídeo o grabación, o su nombre, reacciona como buscándolo y se pone nerviosa».

El vínculo con Alejandro que el águila Kira ha demostrado, sobrepasa cualquier límite natural conocido.

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«Sé buena. Te amo». Fueron las palabras de despedida del loro Alex a su dueña la noche antes de morir, como si hubiera intuido que iba a fallecer esa noche y quisiera despedirse de su dueña expresando con su limitado lenguaje sus sentimientos.

Este loro nacido en 1976,  fue identificado como el loro más inteligente del mundo. Se trataba de un loro gris de África, que fue objeto de estudio por parte de la que fue su dueña, la psicóloga de animales Irene Pepperberg. Alex era el acrónimo de Avian Learning Experiment (Experimento de aprendizaje aviar). Llegó a desarrollar una inteligencia equivalente a la de un niño de unos cinco años. Logró manejar un vocabulario de alrededor de 150 palabras, y era capaz de identificar objetos, formas, colores, números, a distinguir tamaños, etc. Cuando hacía algo mal decía «Lo siento» y cuando estaba cansado pedía volver a la jaula diciendo «Quiero volver».  Cuando se marchaba Irene le solía preguntar «¿Volverás mañana?».

Falleció con 31 años,  aún joven para la media de 50 años de su especie. Además de una inteligencia sobresaliente, demostró un amor genuino por la psicóloga que le enseñaba y cuidaba.


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¿Qué es el amor? Difícil expresarlo con palabras. Sin duda son los hechos más primarios, más sencillos, directos, sin dobleces, los que podrían definir de alguna manera el sentimiento más sublime, el estado del ser más elevado.

Precisamente el amor de algunos animales por los seres humanos lo puede definir con hechos, sin palabras. Puede que alguien piense que esto obedece a intereses del animal por el cobijo o la comida, pero esta idea se desmorona cuando nos encontramos casos de perros que han dado la vida por sus amos defendiéndolos de otros animales más grandes y fuertes que ellos.

Ellos tienen la ventaja de una mentalidad preclara, tan simple como pura. No juzgan y carecen de rencor. Sólo nos ven tal y como somos, y nos aceptan así. Son en este sentido un ejemplo para nosotros, los supuestos seres racionales pero que se comportan irracionalmente movidos por formas de entender la vida, por prejuicios, malas interpretaciones o por lo que creemos saber. El mundo sería un lugar mejor si aprendiéramos a mirar a nuestros semejantes desde esa posición pura, inocente, sin mancha alguna. Sólo así podríamos corresponder de forma precisa y justa a quien realmente lo merece, y apartar sana y amorosamente de nuestra vida a quien, de verdad, no merece nuestro amor.

Feliz día del amor y la amistad.

El valor de las cosas

Me encontraba en un momento duro de mi vida. Sentía que no se valoraba mi labor en mi lugar de trabajo, y no sólo eso, también la persona con la que estaba empezando a salir, me rechazó. Me explicó de forma amable y convincente que su decisión de no querer seguir conociéndome no tenía que ver conmigo y me repitió varias veces que soy una mujer maravillosa, pero en el fondo yo pensaba que él estaba tratando de no hacerme daño y que yo no era… digamos que «suficiente» para él.  Todo esto me provocaba una profunda tristeza…  casi una depresión.

En una de las visitas que solía hacer a mis padres los fines de semana, mi padre, un hombre muy observador y sabio, se percató de mi tristeza. De forma sutil y astuta, como siempre, fue sonsacándome información de mi día a día, y aunque evité hablar de los últimos acontecimientos que me había tocado vivir, él ató cabos y se dio cuenta de que mi autoestima estaba mal, muy tocada.

Entonces cambió de tema drásticamente, me guiñó un ojo y sacó del bolsillo su antiguo y precioso reloj. Me lo entregó con una amplia sonrisa, y me explicó que lo quería vender, pero como él no era muy bueno negociando y sabía que yo sí, me pidió el favor de conseguir un buen precio de venta.

Me dijo que preguntara cuánto ofrecían en una relojería para decidir si lo vendía y que le informara en cuanto tuviera este dato.

Papá, tuve que ir a varias relojerías, porque algunas no querían comprar relojes viejos, y en otras ofrecían demasiado poco.  Lo máximo que han ofrecido ha sido 100 euros. Creo que no está nada mal tratándose de un reloj tan viejo.

Por curiosidad hija, ve al museo y pregúntales si lo comprarían y que lo valoren.

Así lo hice, fui al museo y…

¡Papá, en el museo me ofrecieron 20.000 euros por el reloj…! ¡No me lo puedo creer!

Mi queridísima hija, no tengo intención de vender el reloj. Es una pieza magnífica que representa lo mejor de la ingeniería relojera de hace dos siglos, pero para mí es mucho más importante el valor sentimental que tiene, enorme, ya que perteneció a mi bisabuelo, a mi abuelo y a mi padre –me explicó con mirada nostálgica–. Quería que descubrieras por ti misma que el valor de algo depende de quién lo valore. En algunas relojerías incluso llegaron a rechazar el reloj por viejo aun teniendo el valor real que tiene. Sin embargo, en el museo, donde sí saben valorar este tipo de objetos, no sólo estaban dispuestos a comprarlo, además lo valoraron en su justa medida. Y te diré más: la cantidad que han ofrecido en el museo no cubre el valor que tiene para mí.

»Como el valor que damos a una cosa o a una persona no necesariamente ha de coincidir con su «valor real», la primera persona que ha de valorarte como mereces, eres tú misma. Lo que vean los demás en ti es cosa suya, no tuya, y es un filtro perfecto para que cada persona obtenga lo que merece o lo que cree merecer… Es el modo que tenemos los seres humanos de vivir las experiencias que necesitamos para evolucionar.

Historia original de Javier Martín basada en un texto anónimo.

La mariposa y la estrella

Una joven y bella mariposa se encontraba durante un atardecer jugando, volando de un lugar a otro, cuando de repente, miró a lo alto y se quedó paralizada al ver la más hermosa y brillante estrella que había visto en su corta vida. Nunca había sentido nada igual.

Como ya era muy tarde, se fue a su casa muy emocionada y contenta, y le contó a su madre que se había enamorado. Le enseñó la estrella, que brillaba aún más que antes.

La madre la miró con ternura y le dijo que era un amor imposible, ya que la estrella estaba mucho más alta de lo que ella jamás podría alcanzar.

Con todo el tacto del que fue capaz, le explicó a su hija que las estrellas no estaban para que las mariposas volaran en torno a ellas, que su objetivo era iluminar y embellecer las noches.

Es mejor que busques algo alcanzable, busca y enamórate de alguna farola del pueblo, como hacemos todas las mariposas. Así serás feliz.

La tristeza que le produjeron las palabras de su madre le duraron muy poco, porque pensó que ella no podía entender ni saber los sentimientos que le provocaban la estrella.

No paraba de dar las gracias a la vida por haberle permitido conocer a tan maravillosa estrella. Esperó impaciente al atardecer del día siguiente para volar más alto y alcanzarla. Pronto se dio cuenta de que estaba mucho más alto de lo que ella estaba acostumbrada a alcanzar, así que decidió volver cada atardecer a volar cada vez un poco más alto, hasta poder llegar a ella y demostrarle su amor.

Casi se convirtió en una obsesión. Cada vez que llegaba a la altura máxima que podía alcanzar, mirar la cálida luz de la estrella le daba fuerzas para seguir intentándolo un poco más… Hasta que finalmente le abandonaban todas sus fuerzas y no le quedaba más remedio que planear hasta posarse.

Como cada noche llegaba exhausta y triste, su madre estaba muy preocupada. No entendía por qué su hija se había empeñado en un imposible, cuando toda la familia, todas sus hermanas, todas sus hijas y todas las mariposas que conocía, se habían enamorado de alguna bombilla, de alguna farola, y así eran felices. Exhibían con orgullo las quemaduras de sus alas provocadas por volar en torno a las farolas de las que se habían enamorado. Ellas eran felices no tratando de perseguir un sueño absurdo que jamás podrían alcanzar.

Un día le dijo: – Hija mía, cuándo comprenderás que el calor de una farola puede llenar de dicha el corazón de cualquier mariposa. Por favor, abandona ese sueño inútil que tienes de alcanzar la estrella, y procura conseguir un amor que esté a tu alcance.

Los actos de la joven mariposa se volvieron la comidilla de todas las mariposas del lugar. Se burlaban de ella, y en el mejor de los casos, la compadecían sin entenderla o sin tratar de comprender su sueño.

Finalmente, después de miles de infructuosos intentos, terminaron por calar en ella las palabras de su madre, y llegó a la conclusión de que tal vez tenía razón.

A partir de entonces, trató por todos los medios de olvidar a su amada estrella y buscó enamorarse de alguna farola, fijándose bien en las bombillas de su interior, en el color de su luz, su brillo, su calidez…

No obstante, el tiempo pasó, y su corazón no conseguía olvidar a la estrella. Se dio cuenta de que su vida no tenía sentido sin el amor verdadero que sentía por ella, así que decidió volver a intentar alcanzarla. Desplegó sus alas en dirección a ella y voló todo lo alto que pudo, una vez más.

Cada atardecer intentaba volar más alto, pasaba las noches enteras intentándolo, hasta que el sol asomaba y la estrella desaparecía. Cada mañana volvía a su casa llena de tristeza y cansancio.

Y así fue pasando su vida. Emprendió un largo viaje para ir a sitios cada vez más altos y así acercarse cada vez más a su amor. De este modo conoció lugares que de otro modo jamás hubiera conocido. Desde zonas tan altas, pudo conocer ciudades llenas de luces, donde probablemente sus familiares y amigas habrían encontrado el amor.

Conoció muchos parajes, bosques, montañas… Pero nunca lograba alcanzar su estrella. Aún así, ella sentía que cada vez la amaba más, porque gracias a ella estaba conociendo el mundo, lleno de cosas bellas y no tan bellas, y esa aventura en la que se había convertido su vida por tratar de alcanzarla, la estaba llevando a un profundo conocimiento de sí misma. Se estaba convirtiendo en una mariposa llena de sabiduría.

Después de mucho tiempo la mariposa decidió volver a su casa.

Al volver, se enteró de que su madre, sus hermanas y amigas, habían muerto quemadas volando alrededor de las farolas, lámparas y otras fuentes de luz de las que se habían enamorado. Se consolaba pensando que habían muerto felices, aunque no podía evitar pensar también que habían fallecido al buscar un amor fácil.

EPÍLOGO

La mariposa siguió intentando llegar a la estrella, aunque nunca lo consiguió. Pero, persiguiendo su sueño, su amor, vivió muchos más años que su madre y sus hermanas, y descubrió muchísimas cosas que de otro modo jamás hubiera conocido.

No alcanzó su sueño, pero el camino que emprendió en su búsqueda, fue quizá mucho más enriquecedor, y le llenó de una inesperada felicidad y autoconocimiento.

Tal vez la perseverancia en conseguir un sueño o un amor, aun siendo “imposible”, sea en realidad una manifestación de nuestra alma que utiliza ese sueño o meta como excusa para vivir lo que realmente necesitamos vivir. Tal vez, las situaciones a las que lleva perseguir ese sueño, nos lleve a conocer a otra persona mucho mejor para nosotros, que represente un amor puro y auténtico.

Artabán, el cuarto Rey Mago

Los cuatro Reyes Magos estaban eufóricos. Habían descubierto una estrella nueva en el firmamento muy especial. Nunca antes una estrella había brillado tanto. Con los conocimientos de astrología que poseían y realizando muchísimos cálculos, llegaron a la conclusión de que anunciaba el inminente nacimiento del niño Dios que auguraron los antiguos profetas.

Aunque los cuatro reyes vivían muy lejos entre sí, mantenían un contacto todo lo fluido que podía permitir una organizada red de mensajeros. Gracias a los continuos mensajes que se enviaban, concluyeron que los cuatro viajarían a conocer al Hijo de Dios. Acordaron encontrarse al lado del monumento con forma de pirámide que había en la ciudad de Borsippa, el zigurat.

Melchor era el rey de más edad y su reino estaba en la zona más oriental de Europa. Baltasar era el más joven y procedía de la zona norte de África. Gaspar, de edad media, era de Asia. Y Artabán también de treinta y tantos años, era persa.

Los cuatro llevaban regalos para el niño Dios. Melchor, llevaba oro. Gaspar, incienso. Baltasar, mirra. Artabán no estaba seguro de qué podía regalar al niño Dios, así que decidió no llevar un sólo regalo, sino tres: un diamante de Méroe, que neutraliza cualquier veneno y repele los golpes del hierro, un jaspe de Chipre, que otorga el don de la oratoria, y un rubí de las Sirtes, que elimina las tinieblas del espíritu.

A punto de llegar a Borsippa, Artabán se encontró con un vagabundo desnudo al que le habían pegado una paliza casi mortal. Se detuvo y fue en su auxilio. Averiguó que se trataba de un comerciante al que habían robado todas sus pertenencias. Artabán impresionado y apesadumbrado por la desgracia que acababa de sufrir ese hombre, decide darle el diamante de Méroe que iba a regalar al niño Dios. De repente tuvo un dilema, partir de inmediato para poder llegar a tiempo dejando al malherido hombre, o curarle las heridas y permanecer con él hasta que pudiera valerse por sí mismo. Se dejó guiar por su corazón, y dedicó el tiempo necesario a ayudar a ese pobre hombre.

Unos días después, Artabán llega al punto de encuentro. Allí estaba esperándole uno de los sirvientes de los reyes para darle una nota. En la misma decía:

«Hemos estado esperándote mucho tiempo, pero no podemos dilatar más la espera. Debemos proseguir el viaje para poder llegar a tiempo. Sigue nuestra senda por el desierto y que la estrella guíe tus pasos. Buena suerte hermano.»

Artabán, desesperado, cabalga a toda prisa y sin descanso para tratar de alcanzarlos hasta que su caballo no puede más y muere. Prosigue a pié el camino por el desierto, poniendo a prueba su resistencia física y psíquica. No puede ver las huellas de los otros reyes, ya que las tormentas de arena las borran, pero gracias a la estrella consigue guiarse.

Finalmente, muy débil y delgado, llega a Belén, pero las penurias por las que ha pasado parecen haber sido en vano: Altabán no encuentra al niño Dios, ni a los otros reyes. Sin embargo, sí es testigo de la crueldad de Herodes que ha dado la orden a sus soldados de que maten a todos los niños varones recién nacidos. En su camino se cruza un soldado que se abalanza sobre una mujer en la puerta de su casa y le quita a su bebé. Justo cuando el soldado iba a asesinar al niño a sangre fría con su espada, Altabán se lanza sobre él para tratar de impedírselo a pesar de su mal estado físico. Al ver que no puede con él, le ofrece el rubí de Sirtes para que deje vivir al niño. Sin embargo, el capitán del soldado ve la escena y ordena que le apresen y le lleven a una cárcel en Jerusalén.

Durante su cautiverio llega a escuchar a sus carceleros hablando sobre un galileo que sana enfermos y alivia los espíritus afligidos. En cierto modo, también alivia su propio espíritu el conocimiento de estos rumores, porque intuye que se trata del niño Dios que no tuvo la fortuna de conocer.

Algo más de tres décadas después, en una noche de luna llena, sus carceleros deciden sacarle de la mazmorra y dejarle en la calle, tal vez por compasión, ya que le veían muy viejo, débil y enfermo. Esa misma mañana, Altabán se despierta por el ruido ensordecedor de una muchedumbre que se dirigía al Gólgota a presenciar la crucifixión de un profeta. Entre todo el bullicio pudo escuchar diversos comentarios que aseguraban que dicho profeta había blasfemado contra Dios, que se había proclamado a sí mismo como el Hijo de Dios, y que por la condena del Sanedrín y la complicidad de los romanos, lo habían condenado a morir en la cruz.

Artabán es arrastrado entre empujones por la multitud que se dirige a presenciar la crucifixión de Jesús. En un momento dado, se detiene en una plaza en la que hay menos afluencia, y entonces es testigo de la subasta de una bella y joven muchacha. Entre los hombres que estaban pujando, comentaban que su padre quería subastarla para pagar sus numerosas deudas, y que le habían amenazado con matar a su mujer y sus hijos si no las saldaba. Artabán, profundamente apenado por lo que estaba a punto de suceder, comenzó a buscar entre los andrajos que una vez fueron lujosos ropajes llenos de bolsillos y encuentra el jaspe de Chipre que ha conseguido conservar durante su largo cautiverio. Con la piedra preciosa compra la libertad de la chica.

Artabán prosiguió el camino para ir donde estaba Jesús, pero no llegó a tiempo de conocerle con vida. Acababa de morir. Horas después, unos soldados cogieron el cuerpo para llevarlo a un sepulcro. Él los siguió a duras penas por lo débil que estaba, lleno de tristeza por lo que había sucedido y por no haber podido conocerle en vida.

Tres días después, la enorme piedra que cerraba la entrada del sepulcro se movió bruscamente al tiempo que salía un enorme destello de luz. Los soldados que custodiaban la entrada huyeron despavoridos.

Una figura apareció entre los destellos de luz. Era Jesús.

Artabán, te estaba esperando. – le dijo Jesús.

¿Sabes quién soy? – preguntó Artabán con voz débil y muy aturdido por lo que estaba sucediendo.

Sé quién eres. Sé lo que has hecho. Estoy muy orgulloso de ti. Me has ayudado muchísimo.

¿Cómo te he ayudado? No logré conocerte en el alba de tu existencia y he pasado muchos años privado de libertad, sin poder hacer nada. – respondió apesadumbrado Artabán.

Entonces Jesús le contestó: – Cuando ayudaste y curaste sus heridas al vagabundo, me ayudaste y curaste a mí. Cuando salvaste la vida al niño, salvaste la mía. Cuando ayudaste a la muchacha a recuperar su libertad, me ayudaste a recuperar la mía. Artabán, ven conmigo. Tienes un lugar reservado junto a mí en el Reino de los Cielos.

El espíritu de Artabán se llenó de dicha y de paz, y una lágrima acarició la comisura de sus labios, que estaban dibujando una gran sonrisa.

Segundos después, cerró los ojos. Se quedó dormido para no despertar…

Y ambos se elevaron al Reino de los Cielos.

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Versión de la historia de Artabán de Javier Martín.

La historia de Artabán al parecer está basada en unos relatos muy antiguos en los que se asegura que no eran sólo tres los Reyes Magos que fueron a Belén a conocer al niño Dios, sino que fueron cuatro. Con este fascinante dato, el teólogo estadounidense Henry Van Dyke escribió un cuento navideño sobre este cuarto Rey Mago.

Esta historia, ficticia o no, nos habla sobre algunos de los valores humanos más sublimes: la empatía, la compasión, la generosidad, la bondad, el amor… En definitiva, nos habla de la nobleza de espíritu.

Tal vez vivir procurando tener como guías de nuestras vidas estos valores no nos lleve siempre por los caminos más cómodos, pero a buen seguro que nos proporcionarán paz en el espíritu y las consecuencias de tratar a los demás con la misma compasión, bondad y amor con las que nos gustaría ser tratados, nos lleve a vivir una vida mucho, pero mucho más amable, más agradable, y sobre todo, hará que valga la pena.

Uno de los mejores propósitos que se puede tener en esta vida es tratar de ser mejores personas, no por «buenismo» o porque lo recomiende ninguna religión o un gurú en un libro de superación personal, sino porque es lo que realmente hace nos sintamos bien y alineados con nosotros mismos y con nuestros semejantes, seamos felices, y lleguemos al final de nuestros días sintiéndonos en plenitud y amor.

Que Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente os traigan todas las cosas buenas que habéis pedido, y también, lo que necesitéis para prosperar y ser felices, pero sobre todo, lo que necesitéis para ser las mejores personas que podáis ser.

¡Qué tengáis el mejor año de vuestras vidas!