El perdón o la liberación del espíritu

El que es incapaz de perdonar es incapaz de amar.

Martin Luther King

Estoy de acuerdo, aunque siempre hay matices. Es una aseveración que puede resultar dura para quienes les cuesta perdonar, pero yo creo que nadie está hecho para ser rencoroso; si así fuera, no nos costaría tanta energía y tanto sufrimiento el hecho de no perdonar. Estoy convencido de que el estado natural del ser humano es amar y ser amado, lo cual implica muchas cosas, entre ellas el Perdón. Perdonar a quienes nos ofenden o nos hacen daño, nos libera, nos quita una pesada carga de nuestra alma.

¿Qué es perdonar?

Perdón es la fragancia que suelta la violeta cuando se levanta el zapato que la aplastó.

Mark Twain.

En el verbo latino perdonare, el prefijo “per” amplifica al verbo “donare”, que significa entregarse al máximo o dar en abundancia, que es lo que efectivamente es el acto de perdonar, un acto de conceder, de liberar de culpa a quien ha hecho daño.

Más que una justificación u olvido a las ofensas o daño que nos han hecho, tiene que ver más con una comprensión (empatía) de lo sucedido y del autor del daño, con la asimilación de este daño y con la liberación definitiva de los sentimientos negativos que acarrea el agravio sufrido.

Perdonar implica en mayor o menor medida empatizar con la persona que ha hecho el daño, ponernos en su lugar y comprender por qué lo ha hecho y comprender los sentimientos del agresor.

Perdonar libera al que perdona y al que es perdonado. Rompe la cadena negativa que supone el rencor que muchas veces lleva al odio.

Perdonar hace que nos liberemos de todo sentimiento negativo. Supone que cuando recordemos el agravio ya no nos sentiremos mal, ni sentiremos deseos de venganza; lo aceptamos y seguimos adelante. Perdonar permite no albergar sentimientos negativos por la persona que hizo mal.

Es un camino de sanación. Dejar marchar los sentimientos negativos, comprender lo sucedido y aceptarlo, puede sanar la relación sea del tipo que sea, y más importante aún, a nuestro espíritu.

Perdonar es un acto de fuerza interior. Es un acto de humildad y respeto hacia quien nos ha hecho daño. Para que sea un acto de Perdón auténtico, no podemos perdonar sintiéndolo como un acto de superioridad, sino como un acto de comprensión, amor y generosidad.

¿Quieres ser feliz un instante? Véngate. ¿Quieres ser feliz toda la Vida? Perdona.

¿Por qué es sano y positivo perdonar? Diversas corrientes psicológicas afirman que sanamos emocional e incluso físicamente cuando perdonamos a quienes nos han hecho daño. Y, efectivamente, perdonar de corazón a quienes nos han hecho daño, conlleva a una sensación de liberación y paz.

¿Cómo se perdona?

En primer lugar, recordar y analizar qué sucedió y asociarlo con el agresor. En segundo lugar, aplicar la empatía, esto es, ponernos en la piel del agresor, comprenderlo, y observar el contexto de lo sucedido.  A partir de ahí, será mucho más sencillo tener compasión, tratar al agresor como el ser humano que es y desvincular su persona del acto cometido, todos estos pasos deben ser realizados desde la humildad, eliminando cualquier atisbo de orgullo que no sirve nada más que para alejar el Perdón. Pero, ante todo, perdonarse a uno mismo es esencial para que el Perdón sea completo y sano. Tener en cuenta que tenemos derecho a equivocarnos y que no siempre vemos las cosas con la objetividad y el temple adecuados, ayuda en el proceso.

Perdonamos cuando observamos nuestros paradigmas sobre el modo en el que se tienen que comportar las personas y nos hacemos conscientes de que las cosas no siempre han de ser como esperamos que sean, y cuando asumimos y aceptamos que todos cometemos errores.

Quizá el truco para perdonar sea tener en consideración que el agresor no es o no le identifica su mal acto.

A veces cuando somos objeto de un maltrato emocional o físico, sentimos ira contra nosotros mismos. Esto suele ser proporcional al grado de estima o amor que sintamos por la persona que nos ha hecho daño. Suele suceder entre colectivos como las mujeres víctimas de violencia de género. Y porque, además, en cierto modo asumimos de un modo más o menos inconsciente que hemos permitido que nos hicieran daño. Por lo tanto, la primera persona a la que debemos perdonar es a nosotros mismos.

Según algunos místicos, el Perdón no existe en realidad porque es una invención del ego. Señalan que perdonar es quitar el castigo o condena a una persona que hemos considerado culpable por algún acto que ha realizado contra nosotros. Por lo tanto, perdonamos porque hemos acusado previamente.

Sentimos la necesidad de perdonar porque nos hemos sentido ofendidos, y ese sentimiento de ofensa es independiente de lo sucedido, ya que es en nuestra mente donde hemos creado una acusación o juicio sobre la otra persona. Desde nuestros paradigmas personales, acusamos a esa persona de «mentir», o de «hacer», o de «no hacer», etc., en lugar de no calificar lo que hizo. Piensan que no nos ponemos en su lugar, que si estuviéramos en su contexto y hubiéramos vivido sus mismas experiencias, probablemente hubiéramos hecho lo mismo.

En definitiva, que el Perdón existe porque juzgamos y porque nos hacemos los ofendidos. Afirman que el Amor no perdona porque no acusa, que el Amor acepta lo que es sin juicios de ningún tipo.

¿Y qué hacer según esta premisa? Recomiendan ignorar, obviar, «dejar pasar» lo agravios.

Ojo por ojo y el mundo acabará ciego.

Mahatma Gandhi

Todos necesitamos ser perdonados, porque todos nos equivocamos. Por lo tanto, perdonar además de un acto de generosidad, es realmente necesario.

Podemos perdonar aunque el agresor no se arrepienta. Por nuestra parte, quedaremos liberados, nos quitaremos un peso de encima. El problema queda para el agresor.

Perdonar no es negar las ofensas o los daños recibidos. Perdonar significa que no permitimos que estos agravios estropeen nuestro presente, nuestra Vida.

El rencor no significa que mentalmente estemos mal, ni estupidez o falta de autoestima. Significa que sólo sabemos afrontar los agravios de una manera diferente al Perdón.

Cuando estamos ofendidos o enojados por algo que nos han hecho, solemos cometer el error de culpar de los sentimientos negativos a las personas que nos hicieron daño, y lo cierto es que al culpar a otros de lo que sentimos les estamos dando poder para controlar nuestras emociones.

En definitiva, perdonar libera del peso del rencor, perdonar sana mente, cuerpo y espíritu, y, por lo tanto, a todas las personas. Al mundo entero.

La empatía y las relaciones

Gandhi dijo algo parecido a esto:

Buena parte de las miserias y de los malos entendidos que hay en el mundo acabarían si las personas se pusieran en los zapatos de sus enemigos y entendieran su punto de vista«.

Estaba hablando de empatizar.

La empatía o inteligencia interpersonal es la habilidad de comprender los pensamientos, sentimientos y las razones de las actitudes de los demás. Es la capacidad de ponerse en el lugar del otro y de comprender sus sentimientos y lo que le sucede. Es esencial para establecer una comunicación óptima, e imprescindible para generar relaciones interpersonales exitosas. Está relacionada con la inteligencia emocional.

Comprender la actitud de los demás hace que adquiramos flexibilidad para analizar las situaciones desde diferentes puntos de vista, lo cual permite llegar a nuevas ideas y soluciones.

Me atrevería a afirmar que siempre que ha habido una pelea, un malentendido, un desacuerdo, una guerra… al menos uno de sus participantes ha carecido de empatía.

¿Cómo podemos ser empáticos?

Hay diversos factores que intervienen en esta habilidad.

Hay que escuchar y observar abierta y honestamente a nuestro interlocutor, prestar una atención exquisita a su lenguaje verbal y expresivo: la forma de mirar, la voz (volumen, velocidad, expresividad), los gestos, su actitud… todo aquello en su persona que nos muestre y nos proporcione pistas sobre su estado interior.

Es esencial que en primera instancia, dejemos de lado nuestros prejuicios y pongamos la “mente en blanco” durante la observación, dejando que nos impregnen las sensaciones que transmite nuestro interlocutor, para después retomar nuestros conocimientos y experiencias y contrastar toda esa información. No siempre tendremos referencias propias acerca de lo que se siente ante determinadas situaciones, pero podemos utilizar la imaginación basándonos en lo que transmite esa persona.

En definitiva, hay que conjugar una mentalidad preclara y sin prejuicios con nuestros conocimientos y experiencias. Se trata de desarrollar nuestra Intuición para llegar a un conocimiento cercano y profundo de las personas.

Si pretendemos ser empáticos en un diálogo, discusión o negociación, deberemos tener en cuenta los argumentos conscientes e “inconscientes” de nuestro interlocutor. Debemos tener absolutamente clara nuestra postura y objetivos, y buscar posibles puntos de concordancia con los del otro. Ante todo, debemos ser coherentes y expresar con asertividad nuestra postura (expresión respetuosa, madura, equilibrada y firme de nuestros intereses e ideas). Demostrar que comprendemos su postura explicándola, explicar la nuestra y con disposición para encontrar un nexo común, desde el respeto mutuo y trabajo conjunto.

No puedes llegar a la empatía, o al menos no del todo, sin un conocimiento muy elevado de ti mismo y del tipo de relaciones que tienes. Manejar aquella parte de nuestra personalidad de la que somos conscientes puede ser más o menos fácil; la cuestión es que en muchas ocasiones no somos conscientes de ciertas características de nosotros mismos, y en lo que respecta a la empatía que seamos capaces de tener, está directamente influenciada por aspectos de los que no solemos ser conscientes.

“Automatizamos” ciertas actitudes sin saber bien porqué actuamos así o de dónde proceden dichas conductas.

Para comprender qué sucede cuando por más que lo intentamos no somos capaces de ser empáticos con alguien en particular, es necesario analizar honestamente el tipo de relación que tenemos con esa persona, que de peor a mejor, pueden ser principalmente de tres tipos:

Las relaciones egoístas o las que se tienen y mantienen para recibir. Cuando se exige o se espera que nos quieran y se cumplan con nuestras expectativas. La relación durará siempre que nos estén complaciendo. Pones la atención sólo en lo que recibes, no en lo que das.

Las relaciones en las que esperas reciprocidad. Pretendes recibir lo mismo que das. Si estimas que no estás recibiendo lo mismo que crees proporcionar, dejas la relación. El problema es que no solemos ser conscientes de que la forma en que percibimos las cosas no siempre es exacta a la realidad.

Las relaciones desinteresadas, cuando das gustosamente sin esperar nada a cambio. En este tipo de relaciones, recibir no es necesario para ti. Disfrutas dando y te basas en dar. En su aspecto más elevado, se convierte en un Amor desinteresado y auténtico. Perdonas y olvidas honestamente las afrentas, das sin esperar nada a cambio y sin importarte el nivel de afinidad que hay entre tú y la otra persona.

Cuando te resulte difícil mostrar empatía con alguien concreto, puedes comprender el motivo si delimitas cual de estos tres tipos de relación mantienes con esa persona. En el caso de alguien que acabas de conocer o con quien no tienes mucha confianza, puede ser que inconscientemente te recuerde a otra persona.

Cuesta o se hace imposible empatizar cuando las relaciones son de tipo egoísta o de reciprocidad. Este tipo de relaciones, se van deteriorando por su propia naturaleza.

Hay diferentes fases en su deterioro, que son una primera fase en el que prevalece un tipo de resistencia, que consiste en una actitud de ponerse a la defensiva ante iniciativas de la otra persona. La segunda fase se caracteriza por el rechazo, que es cuando aparece una actitud agresiva hacia el otro. La tercera tiene que ver con el resentimiento como consecuencia de las fases anteriores, y la cuarta fase es la represión, que es cuando hay necesidad de invalidar cualquier iniciativa de la otra persona, con ánimo de “venganza”.

Fijarnos en el tipo de relaciones que tenemos nos servirá para delimitar porqué no funcionan bien, lo cual nos ayudará a mejorarlas. Además, contribuirá a desarrollar esta extraordinaria y fabulosa cualidad, la empatía.

En un mundo más empático, seremos capaces de comprender a nuestros semejantes y, en consecuencia, nuestra actitud se basará en la coherencia y en la equidad.

Será un mundo más comprensivo. Y por lo tanto, más feliz.

El juego interno

Este es un término que últimamente se utiliza mucho en Psicología en general y en diversas escuelas relacionadas con la seducción. Tiene que ver con nuestras creencias o paradigmas, y con lo que pensamos y sentimos con respecto a una situación o una persona. Es lo que marca nuestra actitud y nos define.

Es pues muy importante prestar atención a nuestro Juego Interno, ya que marcará nuestros actos.

Las acciones para conseguir nuestras metas están perfiladas por nuestra actitud. En general, pasamos a la acción no basándonos o enfocándonos en nuestro propósito, sino en lo que nos hacen sentir o pensar  las situaciones por las que debemos pasar para su consecución.

Un Juego Interno negativo está definido por una baja autoestima, por conflictos internos, por diferentes opiniones o paradigmas que se contradicen, por experiencias negativas, etc. Todo lo que impide alcanzar la excelencia y desplegar todo el potencial.

Una solución para conseguir un buen Juego Interno puede ser aprender a mantener la mente focalizada en nuestra meta sin pensar en nada más. Si queremos conseguir algo, debemos pensar exclusivamente en la meta sin cuestionar negativamente, evitando un diálogo interno negativo, aprendiendo simplemente a centrarnos en las acciones a seguir para su consecución. Esto es, aprender a ignorar a nuestro “enemigo interno”. Requiere práctica y ser vigilantes de nuestros pensamientos, pero es cuestión de establecerlo como un hábito.

Sencillamente pasar a la acción sin pensar nada negativo, sin pronósticos… Sólo haciendo lo que hay que hacer o lo que creamos más conveniente. Con acción positiva, es cuestión de más o menos tiempo lograr cualquier cosa que nos propongamos. En definitiva, zambullirnos en el agua en lugar de quedarnos mirándola preguntándonos si estará fría.

Sabemos que pensamos y sentimos, pero no somos conscientes de este proceso hasta que nos fijamos en él. Prestar atención a lo que pensamos de una situación o una persona, de lo que nos hace sentir,  para darnos cuenta de si nos estamos saboteando, nos facilitará enormemente centrarnos en nuestra meta y hacer lo que más convenga en función de los resultados que queramos obtener.

Mejorar nuestro Juego Interno conllevará  mejorar nuestro Juego Externo, nuestra actitud.

Toma mi mano

Es una frase muy breve, y su significado literal no es demasiado profundo ni especial. No obstante, desde un contexto fraternal, yo la encuentro muy inspiradora y emotiva. Tremendamente positiva. Es la síntesis de lo que yo creo que es la auténtica naturaleza de los seres humanos.

Por lo que vemos a diario, pareciera que sólo disfrutamos con situaciones conflictivas, morbosas… Peleas, malosentendidos, problemas diversos… Es como si en cierto modo necesitáramos la adversidad para sentirnos «vivos», o al menos eso parece teniendo en cuenta las audiencias de cierto tipo de películas y programas de televisión.

Pero, la realidad, es otra.

La adversidad sólo tiene como cometido hacer que nos cuestionemos, nos «invita» a superarnos, a mejorarnos. Lo que nos hace sentir realmente vivos, lo que nos hace sentir de la mejor manera posible, es la Amistad, la Fraternidad… en definitiva, el Amor, en todas sus formas.

Por eso, la frase «Toma mi mano», me conmueve. Porque reduce a la mínima expresión el sentimiento de unidad y fraternidad que en el fondo, todos anhelamos.

Porque, los momentos más bonitos, los más intensos, en los que más nos emocionamos, los mejores de nuestra Vida… son aquellos en los que nos sentimos queridos, cuando notamos que las personas que nos rodean están ahí para y por nosotros. Sentimos especiales a las personas que sabemos que están a nuestro lado, y también nos hacen sentir especiales.

La Felicidad está muy relacionada con querer y sentirse querido.

Porque, todos estamos conectados, en muchos y diversos niveles. A nivel emocional, a nivel grupal, a nivel energético…

Por eso nos hace sentir bien que alguien quiera… tomarnos de la mano.

Cuando alguien te tome la mano o te lo pida, sea literal o metafóricamente, siéntete afortunado o afortunada.

Porque esa Persona Disfruta de tu compañía.

Esa persona, Te Quiere o Te Ama.

😉

Dejaría todo…

Dejaría todo. Esta es nuestra intención cuando pensamos en la persona que amamos.

En nombre de ese Amor que sientes, ¿también serías capaz de dejar a la persona que amas si necesita estar sola o dejar la relación?

¿Cómo se sigue, cómo vivir… qué hacer cuando la persona que amas necesita estar sola, cuando la persona que amas quiere dejar la relación?

Difícil responder a esta pregunta. Quizá mis palabras te consuelen, quizás te sirvan.

En estos momentos de ruptura, cada persona sufre de manera diferente, pero todos sentimos un desgarro interior. No importan los motivos, no importa cómo se reparta la culpa. Queda la sensación desoladora del final de un vínculo que lo era todo para nosotros.

Quizá la clave para superarlo o al menos para no sufrir tanto, es adentrarte en tus sentimientos y observar cuánto amas a esa persona. Si tu amor es Grande, Puro y Auténtico, entenderás que lo que más importa, es que la persona que amas sea feliz, sin importar si es contigo o sin ti.

Se cerrará tu corazón, probablemente. Y quizá simbólica e inconscientemente, «cierres» tu Vida… a tu familia, a tus amigos, incluso a otra persona que podría ser especial…

Porque, aunque comprendas que la esencia del auténtico Amor es dar sin esperar nada, y que la Felicidad de esa persona que amas es más importante que tu deseo de conservar esa relación, será un peso enorme para soportar.

Pero… No te preocupes. Al final, recordarás que el Camino se hace andando. Finalmente, terminarás por comprender y formará parte de ti la Verdad que dicta que sacar fuerzas de la desesperación es posible, y que se puede transmutar esa fría y oscura soledad que sientes en un Amor Incondicional lleno de Luz.

Aprenderás a amarte a ti, y comprenderás qué clase de sentimiento albergabas por esa persona que parecía ser el eje de tu Vida. Abrirás tu corazón que estaba cerrado por la dolorosa herida.

Perdonarás a tu ex-pareja y, más importante aún, te perdonarás a ti, olvidarás y pasarás página.

Es posible, créeme.

Aunque nunca olvides del todo a esa persona que tanto has Amado.

Es posible.

Te ayudará recordar que hay personas que siempre te querrán incondicionalmente.

Te ayudará sentir que eres una persona digna de ser amada y que te aman. Y que volverás a amar y te volverán a amar.

La Vida continúa. Y encontrarás la Felicidad.

Para Silvia, y para todas las personas que están viviendo un momento de tristeza a causa de una ruptura.

Resiliencia o la actitud de las actitudes positivas

La Real Academia Española, en su vigésima tercera edición, incluye el siguiente término:

Resiliencia.

1. f. Psicol. Capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas.

2. f. Mec. Capacidad de un material elástico para absorber y almacenar energía de deformación.«

En cuanto a la parte psicológica se refiere, me parece mejor definición, y me gusta más, ésta:

«Capacidad del ser humano para hacer frente a las adversidades de la Vida, superarlas, y ser transformado positivamente por ellas«.

Las personas resilientes consiguen exprimir las contrariedades que surgen en su vida para obtener el jugo de la victoria.

¿Tenemos todos esta capacidad? En mi opinión, . Los obstáculos, los problemas, bien gestionados pueden ser una especie de combustible para mejorar. En la historia hay muchos casos de personas que han conseguido grandes cosas en un mal momento de sus vidas. Los que lo lograron, fueron personas resilientes que supieron sacar provecho de la adversidad.

Son personas conscientes de que los problemas, los obstáculos, las desgracias, etc., forman parte de la Vida. A mi modo de ver, son personas realistas pero positivas, con un punto ingenuo que les permite ver las cosas del modo que las ve un niño: con ilusión, con ganas, con energía y pensando que las cosas saldrán bien; éste, es el mejor de los planteamientos posibles de cara a la Vida, y cuando tenemos un reto por delante. No obstante, estas personas aplican un modo de gestión de los problemas maduro, con los piés en el suelo.

Podemos ser personas resilientes, sin duda. Hay personas que parecen tener incorporado en su psique de modo natural la resiliencia; para los que les gustaría desarrollar esta capacidad, deberían concentrarse en mejorar una serie de aspectos, tales como:

Aceptar la situación, por mala que sea. Ser conscientes de que forma parte de la Vida tanto lo «bueno» como lo «malo».

Relativizar las cosas. Nada de lo que pase hará que el mundo se detenga. Seguramente, tendrá solución, se podrá amortiguar, o podremos obtener alguna ventaja de ello. El humor es un grandísimo recurso para quitarle hierro a todo. Realmente, cualquier cosa es tan pesada o importante como queramos que sea; así pues, verlo con humor, con una buena ración de optimismo, ayudará a relativizarlo, a verlo «tal cual», y nos ayudará a adoptar una actitud realmente positiva y constructiva.

Una vez relativizado, razonar la situación. Observar y ver las diferentes partes del problema, sus matices. Usar la lógica desde un punto de vista resolutivo y positivo, seguramente nos traerá conclusiones iluminadoras que nos ayuden a la resolución.

Tener esperanza. La famosa frase «La esperanza es lo último que se pierde», puede ser cierta. Pero, yo creo que nunca debe perderse, incluso cuando todo apunta a que no hay esperanza. La fe (en la esperanza), puede mover montañas, y la historia está llena de ejemplos.

Aliviar la parte emocional, ocio sano. Cuando hemos perdido fuerzas, nos sentimos exhaustos física, emocionalmente, lo mejor que podemos hacer es divertirnos sanamente. Nos liberará de estrés, nos ayudará a borrar de nuestra cabeza pautas erróneas de enfoque del problema y recuperaremos energías mucho más rápidamente.

Generosidad, para con los demás y con nosotros mismos. Las personas con espíritu generoso, que ayudan desinteresadamente a los demás, suelen hacer frente a la adversidad de un modo mucho más positivo y constructivo. Por las vivencias que tienen tratando de ayudar a los demás, estas personas están acostumbradas a resolver los problemas con su buena actitud y no les traumatizan posibles derrotas.

Estar centrados. Tener un foco. Saber con nitidez qué necesitamos, qué queremos, a dónde queremos ir o qué queremos resolver, hace que los problemas sean para nosotros un modo de mejorar como personas y que los interpretemos de la manera que más nos convenga.

Lo que tenemos que evitar, son actitudes derrotistas que echen por tierra el desarrollo de la actitud resiliente, tal como echar la culpa de nuestras desgracias a los demás, negar la realidad, buscar excusas, rechazar ayuda, huir del problema, la pasividad, etc., etc.

Si en esta época de crisis decidimos superar las dificultades y adoptamos una actitud de fe, positiva, constructiva, indomable y resolutiva, habremos aprendido a ser resilientes.