Por un momento la muchedumbre quedó llena de asombro. Y él continuó:
— Si un hombre le dijera a Dios que su mayor deseo consiste en ayudar al mundo atormentado, a cualquier precio, y Dios le contestara y le explicara lo que debe hacer para ayudar, ¿tendría ese hombre que obedecer?
— Claro, Maestro. – Clamó la multitud. – Si Dios se lo pide, deberá soportar complacido las torturas del mismísimo infierno.
— ¿Cualesquiera que sean esas torturas y por ardua que sea la tarea?
— Deberá enorgullecerse de ser ahorcado, deleitarse de ser clavado a un árbol y quemado, si eso es lo que Dios le ha pedido. – Contestó la muchedumbre.
Entonces, el Maestro preguntó a la concurrencia:
— Y si Dios os hablara directamente a la cara y os dijera: OS ORDENO QUE SEÁIS FELICES EN EL MUNDO MIENTRAS VIVÁIS, ¿qué haríais entonces?
La multitud permaneció callada. Y no se oyó una voz, un ruido, entre las colinas ni en los valles donde estaba congregada.
Y el Maestro dijo, dirigiéndose al silencio:
— En el sendero de nuestra felicidad encontraremos la sabiduría para la que hemos elegido esta vida. Esto es lo que he aprendido hoy, y opto por dejaros ahora para que transitéis por vuestro propio camino, como deseáis.
Y marchó entre las multitudes y las dejó, y retornó al mundo cotidiano de los hombres y las máquinas.
Extracto con pequeños retoques de «Ilusiones», de Richard Bach.