Un día me llamaron a la clínica para que fuera a examinar a un perrito anciano, un caniche de los pequeños, llamado Chiqui. Los dueños, un matrimonio y su hijo de 6 años Alberto, querían profundamente a su mascota. Esperaban un milagro que lo salvase.
Cuando examiné a Chiqui llegué a la clara conclusión de que iba a morir irremediablemente en pocos días y aquejado de grandes dolores, probablemente sufriría aún más de lo que ya estaba sufriendo. Con el máximo tacto del que fui capaz, se lo comuniqué a su familia, y les dije que quizá lo más piadoso que podían hacer por él, era ponerle una inyección para evitarle más sufrimiento. Quedamos en que lo haríamos al día siguiente.
Cuando llegó el momento, observé cómo toda la familia rodeaba a Chiqui y le acariciaban con los ojos llenos de lágrimas. Aunque era una situación familiar para mí, no pude evitar sentir una enorme tristeza.
Me sorprendí mucho al ver que el niño parecía estar bastante sosegado mientras acariciaba al perro en sus últimos instantes. No pude dejar de pensar si era plenamente consciente de lo que estaba a punto de ocurrir. Poco después de la inyección, apenas unos minutos, Chiqui se quedó dormido plácidamente… para no volver a despertar.
Alberto parecía estar bien, y aceptaba la muerte de su querida mascota Chiqui mucho mejor que sus padres, que no cesaban de llorar.
Nos sentamos y nos pusimos a hablar un poco. En la conversación, salió la eterna pregunta de porqué viven tan pocos años los perros en comparación con las personas.
Alberto, que había estado escuchando atentamente, exclamó: – ¡Yo sé por qué!.
Lo que dijo me reconfortó como nunca antes, y a juzgar por la expresión en la cara de sus padres, también sintieron un gran alivio. Jamás había escuchado una explicación tan dulce y coherente. Sólo la mente pura de un niño podía llegar a una conclusión así. Las palabras de un niño de 6 años cambiaron mi forma de ver y sentir estos sucesos.
Su explicación fue:
– Las personas venimos al mundo para aprender cómo vivir una vida buena: querer a las demás personas siempre y ser buenos, ¿verdad? Pues como los perros ya saben cómo hacer todo esto, no tienen que quedarse tanto tiempo como nosotros.’
Versión de Javier Martín, basada en una historia similar vista en Internet.
En memoria de mi pequeño y Gran Amigo, cuya marcha de este mundo fue más ingrata que la de la historia. Estoy seguro de que eres feliz en el Cielo de los Perros.
Te Quiero Chiqui.