La niña y la muñeca

Precisamente en el día de los enamorados, se encontraba un anciano con la sensación más agria que dulce de disfrutar su recién estrenada jubilación con el reciente fallecimiento de su amada esposa. Caminaba despacio por el parque cercano a su casa tratando de disfrutar de cada paso, tal y como hacía cuando paseaba con su difunta mujer. Se sentía muy triste por ese suceso cruel aunque inevitable de la vida. Sólo su mentalidad profunda y filosófica le permitía tener su alma de una sola pieza.

Quizá fue por eso que el destino hizo que escuchara llorar a una persona de voz muy joven cerca de donde él se encontraba. El hombre fue corriendo a ver qué sucedía y se encontró con una niña llorando desconsoladamente.

— ¿Qué te sucede cariño? ¿Por qué lloras?

— Estaba jugando con mis amiguitas y he perdido mi muñeca. La hemos buscado por todas partes y no la hemos encontrado. – Dijo la niña con gran sofocón.

Aunque para el hombre era algo sin importancia, pudo empatizar con la pérdida de la niña. Para ella, esa muñeca era muy importante y la había perdido… En cierto modo, salvando las distancias, se vio a sí mismo reflejado en esa niña.

Mientras trataba de tranquilizarla hablándole con gran dulzura, el hombre pensó en cómo podía aliviarle el sufrimiento. De repente se le ocurrió una idea.

— No te preocupes pequeña, estaré un buen rato por aquí. Recorreré todo el parque para buscar tu muñeca. Vete a casa tranquila, la buscaré por todas partes. Mañana estaré aquí a esta misma hora y te la devolveré si la encuentro.

La niña asintió un poco aliviada y se despidió. El anciano la observó con compasión mientras se alejaba y comenzaba a buscar a la muñeca con pocas esperanzas de encontrarla. Siguió pensando en los detalles de su plan por si finalmente no encontraba la muñeca, que fue justo lo que pasó.

Al día siguiente, estaba la niña esperándole a la misma hora y en el mismo lugar. Él le explicó que vio a la muñeca que se marchaba, pero que le había dado una carta para ella en la que la muñeca le decía a la niña lo siguiente:

«No llores por favor. Me he marchado para viajar mucho y conocer el mundo,

pero te escribiré a menudo para contarte mis aventuras».

Y ese fue el inicio de muchas cartas. Cuando la niña y el hombre coincidían en el parque, él casi siempre llevaba una nueva carta de parte de la muñeca perdida. Eran cartas muy entretenidas, llenas de anécdotas graciosas, pero sobre todo, de cariño. La niña disfrutaba escuchando el contenido de las cartas y pronto se mitigó su tristeza.

Un día el hombre decidió marcharse a vivir a otro lugar, no sin antes tener un último encuentro con la niña en el que le regaló una muñeca nueva. Era diferente a la que perdió, pero se explicaba en una última carta:

«Las experiencias que he vivido en los viajes me han cambiado».

Muchos años después, los ojos de la niña que ahora son de mujer y que una vez lloraron por la muñeca perdida, se encontraban mirando la que era una muñeca muy bonita regalada por alguien que se preocupó por que ella no sufriera. Recordaba con gran cariño al hombre mayor que supo hacer valer la inocencia infantil que tenía entonces para borrar su dolor con la original y tierna ocurrencia de las cartas que le escribía su muñeca viajera.

Mirando con detenimiento a la muñeca que le regaló el anciano, se percató de una grieta en su espalda. Dentro de esa grieta había un papel ya amarillento por el paso de los años en el que había escrito lo siguiente:

«En esta vida las cosas y personas que amamos acabarán yéndose de un modo u otro, pero,

al final, el amor volverá, aunque sea de un modo diferente…»

Narración original escrita por mí basada en una parte del libro «Kafka y la muñeca viajera» que trata de reconstruir la enigmática amistad entre el escritor Kafka, nacido en Praga y considerado uno de los más importantes autores del siglo XX, y una niña alemana, entre los años 1923 y 1924. El autor del libro es el escritor catalán Jordi Sierra i Fabra.