El potencial de los obstáculos

Un joven e inexperto agricultor tenía la costumbre de hablarle continuamente a Dios. Le rezaba, le contaba sus cosas… También le regañaba cuando no estaba de acuerdo con algunos sucesos aparentemente «injustificables» que Dios permite.

En una de las ocasiones en las que regañaba a Dios por los problemas que tenía a la hora de trabajar el campo, se manifestó delante de él una luz dorada con destellos que formaban un precioso arcoíris. La luz brillaba con una intensidad que sobrepasaba con mucho el brillo más potente de un sol de mediodía.

El joven supo al instante que era una manifestación de Dios. Se sentía infinitamente feliz y sorprendido, tanto por la aparición como por estar mirando una Luz que de intensa que era, debería cegarle y sin embargo, no le hacía daño a los ojos.

Unos instantes después, una profunda y amable voz, dijo:

¿Qué crees que Yo debería hacer para que fuera mejor el trabajo en el campo?

El joven titubeó unos instantes. Estaba extasiado ante semejante sorpresa. De repente, reaccionó y dijo de la forma más respetuosa que pudo:

Dios, permíteme durante un año hacer que el clima sea como yo quiera, así conseguiré la mejor cosecha posible. Aunque seas Dios, creo que puedo demostrar que si haces que el clima se comporte de otra manera habrá mejores resultados. Y luego podrías hacerlo en todo el planeta de la misma manera y así erradicar la pobreza al crecer siempre buenas cosechas. – Contestó inocentemente el joven.

Así sea. – Decretó Dios. Poco después, la intensísima Luz que le representaba, pareció arquearse, como formando una sonrisa, y desapareció lentamente ante la mirada atónita del joven.

Inmediatamente comenzó a hacer uso del poder divino que se le había otorgado. Dispuso cómo debía comportarse el clima: siempre buen tiempo, sin grandes tormentas, sin heladas, sin vientos… Sin ningún problema o aparente peligro para la cosecha.

Hizo que el clima siempre fuera agradable. Estaba seguro de que con un clima siempre benigno el trigo crecería mejor que nunca.

Bajo esas premisas, transcurrió un año aparentemente perfecto…

Cuando llegó el momento de cosechar, comprobó que el trigo era de peor calidad que nunca. La sorpresa del joven fue enorme. Entonces, le preguntó a Dios:

Dios… ¿¡Cómo es posible!? ¿¡Qué ha fallado!? ¡Si le di sólo lo mejor!

— Justo esa ha sido la causa, sólo le diste «lo mejor». Has dispuesto un entorno sin contratiempos, sin desafíos. No tenía en contra una resistencia a la que hacer frente que le obligara a crecer con más fuerza. Por lo tanto, no le diste al trigo la oportunidad de desarrollarse con todo su potencial. No había nada que le obligase a dar lo mejor de sí mismo. Los desafíos, los obstáculos, los problemas… son necesarios, porque éstos ponen a prueba e incrementan la fuerza de aquello que desafían. Por eso las inclemencias del tiempo son necesarias. Todo en este universo tiene su razón para existir. Incluso lo que tú crees que no es bueno…

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Esta cándida e inocente fábula, sirve para poner de manifiesto la conveniencia de tener obstáculos en la vida. Es completamente normal querer que cualquier cosa que hagamos esté exenta de problemas, que no surja ningún tipo de obstáculo. En definitiva, que todo vaya «como la seda». Sin embargo, la mejor forma de alcanzar la excelencia, el mejor modo de que alcancemos nuestro máximo potencial, es superando los obstáculos que aparecen en la Vida.

Si no hubiera en nuestra vida ningún tipo de problema u obstáculo, si todo fuera siempre «bien», ¿cómo podríamos conocer nuestros límites y explotar nuestro potencial?

Cuando aceptamos que lo «buena» o «mala» que es la Vida con nosotros depende solamente de lo que hacemos con las circunstancias, adquirimos serenidad.

Cuando adaptamos nuestra actitud para sacar el mayor provecho posible de cualquier circunstancia, aprendemos a fluir.

Cuando aprendemos a aceptar la naturaleza de las cosas, aprendemos a ser sabios y dejamos de proyectar nuestras propias sombras hacia las circunstancias o hacia nuestros semejantes.

Lo que sucede en nuestras vidas que nos lo hace pasar mal, los obstáculos, los problemas, en realidad son necesarios, porque nos invitan a superarlos, y por lo tanto, a ser mejores.

No sabemos lo fuertes que somos hasta que ser fuerte es la única opción para seguir adelante.

Los obstáculos nos invitan a alcanzar nuestro máximo potencial…