Los prejuicios

«Detrás de un prejuicio se esconden el miedo y la ignorancia».

Ryszard Kapuściński

Los prejuicios determinan nuestra manera de entender a las personas y las situaciones, influyendo en la calidad de las relaciones.

Aunque creamos que somos personas de mentalidad abierta y comprensivas, lo cierto es que aún hay personas racistas, machistas, clasistas, etc., que siguen clasificando y evaluando a las personas basándose en una serie de baremos o prejuicios.

Los prejuicios jamás son inofensivos porque conllevan un tipo de actitud por lo general negativa que lógicamente influye entre las personas.

¿Cuál es el origen de los prejuicios? Hay varias teorías. Las más recientes explican que son actitudes aprendidas sobre experiencias que vamos acumulando a lo largo de nuestra vida, siendo especialmente importante la época infantil. Observamos y hacemos nuestras las creencias de nuestra familia y personas de nuestro entorno. También influyen experiencias que nos marcan y cuya conclusión tendemos a extrapolar al resto de experiencias similares. Nuestro carácter o personalidad se va forjando en la medida de esas creencias que vamos creando con nuestro entorno.

¿Por qué creamos prejuicios? Porque nos dan una falsa sensación de seguridad, al creer «saber» lo que conllevan ciertas circunstancias o personas.

En más ocasiones de las que somos conscientes o de las que estamos dispuestos a reconocer, prejuzgamos o juzgamos. Llegamos a conclusiones sin conocer a fondo el asunto, sin conocer a la persona y sus circunstancias.

No deberíamos prejuzgar. Vivimos en una sociedad en la que es… digamos que «práctico», juzgar o poner etiquetas en general, a las cosas, a las personas… Pero es necesario prescindir de estas etiquetas o prejuicios si queremos mejorar y prosperar en conjunto, porque éstas crean unas creencias, que a su vez  llevan a una serie de actitudes, las cuales con toda probabilidad limitarán o empeorarán las relaciones humanas y, por lo tanto, las circunstancias que finalmente creamos entre todos.

Curiosamente, las conclusiones a las que llegamos cuando juzgamos a las personas, tiene una utilidad: Conocernos mejor. Porque las conclusiones de ese prejuicio derivan directamente de nuestro propio modo de entender las cosas y las personas, de nuestra propia experiencia y modo de actuar.

Los prejuicios generan un gran problema: que sólo vemos lo que creemos que es, no lo que es realmente. Entendemos y evaluamos a las personas en función a nuestras creencias o prejuicios, y curiosamente, sólo nos fijamos en pequeños detalles que parecen corroborar la idea que hemos preconcebido, el prejuicio que tenemos sobre esa persona.

En definitiva, atribuimos nuestra propia experiencia y nuestro modo de ser… a la persona o personas que juzgamos, vertemos sobre esa persona que prejuzgamos nuestros propios miedos, temores, defectos, mezquindades, etc. También, de forma contraria, puede darse el caso de que veamos en esa persona sólo cosas buenas, que en realidad es una proyección de lo bueno que hay en nosotros. Esto suele ser menos frecuente.

No hay manera de ser realmente justo. Por eso es mucho mejor que nos centremos en nosotros mismos, en mejorarnos, en hacer una autocrítica sana y constructiva, y no emitir juicios o prejuicios de los demás.

Es mucho mejor permitir que cada cual sea y haga lo que quiera. Y disfrutar de las relaciones, no dando nada por hecho jamás, y aclarando cualquier situación antes de asumir que nuestros prejuicios son correctos.

Por todo ello, es mucho mejor «juzgarnos» a nosotros mismos como modo de superar nuestros defectos y mejorar nuestras virtudes. Es infinitamente más productivo. E infinitamente más justo…