Cuando el amor es puro

Era una oscura y lluviosa tarde la que se veía a través de las ventanas del hospital. El agua caía con fuerza en las calles, mientras sacaban de la ambulancia a toda prisa a una niña cuyo aspecto encogió el corazón de los enfermeros que fueron a asistirla.

Llegó a la habitación asignada a la niña uno de los médicos que estudiaban la escurridiza enfermedad que padecía. Llevaban muy poco tiempo estudiando el caso. Hasta el momento sólo sabían con certeza que se trataba de una rara dolencia que no sabían cómo curar.

El médico, muy preocupado, no sabía qué tratamiento aplicar. Fue entonces cuando escuchó la voz entrecortada y llorosa del hermanito de la niña, preguntándoles a sus padres porqué él se había salvado y su hermanita no.

Inmediatamente preguntó a los padres a qué se refería su hijo, y entonces le contaron que hace dos años, cuando vivían en otra ciudad, su hijo tuvo una enfermedad muy parecida a la que ahora aquejaba a la niña.

El médico sintió una mezcla de enfado y alegría al escuchar estas palabras. Enfado consigo mismo, por no haber indagado más en el historial médico de la familia de la niña: se había centrado en los padres, pero incomprensiblemente había pasado por alto a su hermano, a pesar de los procedimientos médicos existentes para casos así. Estaba alegre, porque si su hermano había tenido la misma enfermedad y se había salvado, habría generado los anticuerpos necesarios para salvarla.

Se realizaron a contrarreloj todo tipo de pruebas. Cuando confirmaron que el hermano de la niña había efectivamente padecido la misma enfermedad, supieron qué hacer para salvarla: una transfusión de sangre le proporcionaría los anticuerpos necesarios para curarse.

El doctor le explicó al niño que su hermanita estaba muy enferma y que podía morir, pero que con una transfusión de su sangre se podría salvar. Le preguntó si estaba dispuesto a hacerla. El niño dudó durante unos instantes, y finalmente le dijo al doctor: «Sí, quiero darle mi sangre. Si eso salva a mi hermanita, seré feliz».

Hicieron los preparativos necesarios para poder realizar la transfusión del niño a su hermana. Al poco tiempo de comenzar, el niño que estaba preocupado por su hermana, comenzó a notarse un poco débil. Entonces miró a sus padres, y a continuación al doctor, que estaba al lado de la enfermera, y preguntó:

¿Cuándo empezaré a morirme?

Cuando le hablaron de transfusión, el niño creyó que le estaban pidiendo darle toda su sangre a su hermanita. Pero él estaba dispuesto a hacer ese sacrificio por ella…

Cuando el Amor es puro, somos capaces de hacer prácticamente cualquier cosa. No se me ocurre un gesto de Amor más grande y desinteresado que dar la vida por otra persona. He escrito esta narración basándome en una breve noticia que leí hace algún tiempo. Ignoro si era cierta, pero es tremendamente emotiva e inspiradora.

Entre las millones de posibilidades que podemos vivir los miles de millones de personas que habitamos este planeta, con toda seguridad esta historia se puede quedar corta en comparación con otras relacionadas con sacrificios y gestos de Amor y Bondad que han ocurrido realmente.

Actuando desde el Amor podremos generar el cambio que el mundo necesita.

2 comentarios

    • Jon el lunes, 16, abril, 2012 a las 12:34

    Muy bueno, lo aplicaré a mi vida personal desde ya mismo…
    Gracias Javi.
    Jon.

    1. Gracias a ti Jon.

      ¡Un fuerte abrazo!

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